Es tan bella como caótica”. Al menos cuatro veces escuché esta frase antes de llegar a Nápoles, la ciudad del sur de Italia. Y sí, ciertamente es bella. Mucho. Sobre todo si se le mira desde el Castillo de Sant’Elmo, cuando muere la tarde y es alumbrada por una constelación de naranjas y carmesíes, al filo de las penumbras de la noche. Luce espléndida Nápoles desde aquella cúspide, donde se levanta aquel castillo medieval. Es la colina de Vomero. Y es simplemente sensacional poder ver la impresionante vista de esa urbe, bañada por el mar Mediterráneo y cercana al volcán Vesubio.
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Redacción DeportesHaciendo un ‘zoom’ en cada calle, en cada barrio, en sus plazas, edificios e iglesias, existen razones que la hacen particularmente bella, singular e icónica en el planeta. Incluso, antes de llegar a Nápoles, no había caído en cuenta de algo tan sencillo como el hecho de que visitaría a la ciudad de la pizza más popular del mundo: la napolitana, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Ya estando ahí, conocí también el sabor de otro de sus tesoros gastronómicos, igual de famoso: la pizza frita, una variación que surgió ante la pobreza dejada por la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de los hornos de leña. Así como también probé el Babà al rum, un popular bizcocho esponjoso empapado en ron o limoncello que se vende en todas las esquinas.
Nápoles es una ciudad de ensueño, tan antigua (en este 2025 cumple 2.500 años de fundación) como vanguardista. Aquella belleza que se observa desde la altura de Vomero contrasta con una belleza subterránea que evidencia su modernidad: la estación Toledo del metro, que funciona como galería de arte y es considerada una de las más llamativas de Europa. Es otra de las razones que hacen a la ciudad particularmente hermosa. Subir por las escaleras eléctricas de esta estación es adentrarse en un mosaico aguamarina que asemeja a un océano, iluminado por luces artificiales y por un rayo de luz natural central que se cuela desde el exterior para dar un toque mágico y celestial.
El rostro de Nápoles ante el mundo
Los napolitanos y las napolitanas son personas alegres, joviales, que conversan entre vecinos a voz en grito, entre el bullicio de la ciudad. Se dice que, en parte, de ahí proviene aquello de caótica. Y, entre todo el panorama al recorrer sus calles, bien podría decirse que el ciudadano más famoso de Nápoles, aunque no haya nacido ahí, es Diego Armando Maradona.
Es algo singularmente llamativo y tangible al llegar, fácil de palpar en las tiendas de recuerdos: camisetas con el número diez, gorras, pósters, medias, pantalones, platos, cuadros, imanes para neveras, tazas y bufandas con su imagen viajan por el mundo como parte de la historia de esa ciudad.
Su rostro predomina y domina escenarios, está marcado en las plazas, en murales gigantes e, incluso, existe un sitio al que acuden miles de turistas cada año: el Bar Nilo, donde un mechón de cabello del futbolista es venerado en un altar, cual santo.
Aquel amor de Nápoles por Maradona –del cual se dice que fue a primera vista– no es para menos. Palpita con fuerza en sus corazones, no importan los años. Y es que el argentino marcó un antes y un después para la ciudad. Desde el 5 de julio de 1984, cuando el equipo de fútbol de Nápoles lo presentó como su nuevo jugador, Maradona se convirtió en un icono sin igual. Les llevó alegrías y victorias por siete temporadas.
Se dice que, ese día unas, 80 mil personas llegaron hasta el estadio solo para ver a la estrella debutar en la Società Sportiva Calcio Napoli. Y, desde entonces, el onceno napolitano, un equipo de pocos recursos, con más de cinco décadas de existencia y con triunfos esquivos, cambió su historia, la historia reciente de la ciudad y se enfiló al triunfo.
Con Maradona en sus filas, el Napoli se pondría a la altura de grandes equipos del norte de Italia y ganaría títulos como la Serie A de 1987 y 1990, la Copa Italia de 1987, la Copa de la UEFA de 1989 y la Supercopa de Italia de 1990. Algo que unió a Diego por siempre a la ciudad.
“Nápoles tenía mucho que ver conmigo. Cuando di una de las primeras conferencias de prensa, les dije que quería convertirme en el ídolo de los chicos pobres de Nápoles, porque eran como yo cuando vivía en Buenos Aires”, mencionó alguna vez Maradona en una entrevista.
“Que me haya ido bien en Nápoles tuvo que ver con que les traje cosas que ellos no tenían. Les traje fútbol, pero sobre todo, orgullo”, dijo también el astro de Argentina. Algo que, sin duda, prevalece.
Si alguien me preguntara hoy cuál es el mayor recuerdo que conservo de Nápoles, sería precisamente aquel sentimiento que también habla de la gratitud en sus corazones. Que hoy, tantos, pero tantos años y jugadores después, les hincha el pecho. Nápoles es tan bella, como caótica... y llena de orgullo.