Está dormido hace más de siete décadas, pero las historias del Vesubio reviven cada día, como un eco de su poderío destructor.
Desde Nápoles, el camino muestra al volcán, con panoramas variados, cubierto de verdes frescos, contrastando con el cielo cobalto, y aparentando ser solo un risco más, pero está lejos de ser ordinario. El tren de las 8:40 a.m. nos conduce a Porta Marina, la entrada a Pompeya, frente a la costa mediterránea. Es genuino el interés que despierta esta ciudad, cuyo esplendor no se apaga por completo, ni siquiera por el desastre que la destruyó. Hoy, las inmensas filas de turistas avanzan rápido para descubrirla.
Es tanta la curiosidad que despiertan sus ruinas que, en noviembre de 2024, el turismo ha sido limitado a solo 20 mil personas al día (meses antes había alcanzado picos de 35 mil personas). Son almas atraídas por aquel destello que aún brilla de esta extinta población, sepultada por cenizas y roca volcánica, 2.000 años atrás. (También le puede interesar: Florencia: el sabor auténtico de una ciudad encantadora)
La última actividad del Volcán Vesubio se registró el 18 de marzo de 1944, cuando generó 21 millones de metros cúbicos de lava y destruyó varios centros habitados. Los registros indican que las cenizas llegaron hasta Albania y la fase eruptiva cesó el 29 de marzo. También erupcionó antes: en los años 472, 203 y en el 79 (d.C.), cuando se originó el fin de Pompeya, una ciudad de 66 hectáreas, sobre cuyas calles hoy se posan mis pies.
Una vida cotidiana plasmada en sus ruinas
En las calles de Pompeya se cuenta que la ciudad estuvo perdida durante casi 1700 años hasta su descubrimiento por accidente en 1748. Desde entonces, las excavaciones han revelado sus ruinas, monedas, jarrones, murales, obras de arte y cerca de 2000 cadáveres (la ciudad tenía entre 10 y 20 mil habitantes). Muchos de esos restos revelan la angustia y el sufrimiento que vivieron los pompeyanos antes de que la muerte los arropara con la erupción.
La Villa de los Misterios, por ejemplo, es uno de los lugares que alberga frescos enigmáticos, mientras que las paredes de las casas conservan mensajes públicos, políticos, burlescos y nombres de antiguos propietarios.
El gimnasio y el sauna son también puntos clave y visitados por los turistas. En este último, existen frescos de constelaciones estelares bien conservados. Los estudios arqueológicos actuales han incluso explorado los dibujos infantiles hallados en Pompeya, en los que aparecen gladiadores y cazadores, centauros, sirenas y grifos, revelando aspectos de su imaginario.
También, existen lugares como la Casa de los Amantes Castos, una de las excavaciones más recientes en abrir al público, una estructura bien conservada, restaurada y con un sinnúmero de descubrimientos de pinturas en sus paredes.

El lupanar y los frescos del placer
Los frescos dan luces de la cotidianidad de Pompeya, en cuanto a su arte, las deidades, el comercio e, inclusive, de las prácticas sexuales de los pompeyanos.
Entre los descubrimientos más peculiares y que más llaman la atención está el ‘Lupanar’, el más grande y organizado de 25 burdeles identificados en la ciudad. Tenía diez habitaciones con camas de obra, con frescos eróticos que servían como ‘catálogo’ o kamasutra de ‘inspiración’ para los clientes. Es el arte del deseo que sobrevive y que aún puede verse sobre las puertas de las habitaciones.
La imagen de Príapo, dios de la fertilidad, decoraba la entrada con sus característicos falos. Y, asimismo, en las paredes de este establecimiento, tanto trabajadoras sexuales como clientes dejaron más de 120 inscripciones. Entre quejas por enfermedades venéreas y nombres de mujeres famosas por su belleza, estas inscripciones ofrecen una ventana única a la vida social y sexual de la época.
En ese mismo sitio se narra que, mientras los esclavos y la clase baja frecuentaban los burdeles, las clases altas organizaban encuentros privados en sus villas.
Así mismo, se cuenta que los proxenetas recibían la totalidad del dinero por los servicios, dos ases y medio por cada encuentro, equivalente al costo de dos copas de vino de mediana calidad. Las mujeres que ejercían este oficio no podían vestir los mismos atuendos que las matronas, ni recibir herencias, ni declarar en los tribunales. La única forma en que podían convertirse en matronas era el matrimonio, un reflejo de las normas sociales y las jerarquías de la época que aún resuenan en las huellas de esa ciudad.

Arrasada, sepultada y olvidada
Es fascinante poder caminar por vías principales, como la Calle de las Tiendas y Calle Estabia, y observar en directo esta maravilla mundial; contemplar las ruinas y las columnas, paredes, pisos, mosaicos, esculturas y pinturas aún conservadas de Pompeya.
Sorprende mucho más ver que todo aquel vestigio majestuoso aún exista, al conocer que la ciudad no solo sufrió por el Vesubio y su lava; sus ruinas luego padecieron terremotos y, también, bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, en 1943. Más de 170 bombas cayeron sobre la zona arqueológica, dejando ruinas sobre ruinas.
Antes de la erupción, Pompeya era uno de los epicentros más importantes de la élite romana. Se dice que fue construida por los oscos, un pueblo de la región de Campania, Italia, entre los siglos VII o VI a. C. Las reseñas históricas detallan que tenía un complejo acueducto, anfiteatro, gimnasio y un ruidoso mercado público, además del capitolio, los foros, templos, villas y casas de diferente estratificación social. Todo ello fue arropado por la erupción del volcán que hoy luce a su lado como una montaña cualquiera. Una historia narrada a diario miles de veces.
Es fascinante imaginar, mientras paseo por sus calles empedradas, cómo era la vida romana en aquella época. Sus frescos y sus inscripciones nos conectan con una ciudad cuyo esplendor resiste al paso del tiempo y a los desastres, mientras que a su lado, el Vesubio sigue dormido, como una montaña cualquiera.