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Sora 2 y el futuro de las redes con IA: ¿progreso o espejismo?

El futuro de las redes con IA exigen un debate ético urgente.

Sora 2 y el futuro de las redes con IA: ¿progreso o espejismo?

Imagen de ilustración generada con inteligencia artificial.

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Con Sora 2, OpenAI acerca el video sintético a la vida íntima: tu cara y tu voz en un feed infinito. ¿Estamos listos para ese espejo veloz?

Sora 2 es, en esencia, una fábrica de videos a la carta. A partir de un dataset personal —un leve escaneo facial y decir un par de frases—, el sistema puede recrear nuestras facciones y clonar la voz para protagonizar clips que se publican en una interfaz tipo TikTok o Reels. A ello se suman cameos “autorizados” de terceros y, según se comenta, la posibilidad de insertar a personas famosas sin su consentimiento. La promesa es creatividad instantánea; la consecuencia, un terremoto cultural. En Cartagena diríamos: la brisa viene fresca, pero también levanta arena.

Impacto sociocognitivo: del fast content al minimalismo cognitivo

Las redes de consumo rápido optimizan para una métrica brutalmente simple: retener el pulgar en la pantalla. Sora 2 se monta sobre ese carril, pero con un combustible más potente: la ilusión de vernos a nosotros mismos —o a celebridades— haciendo de todo. El resultado previsible es la hiperestimulación: un carrusel de microhistorias personalizadas que convierten la atención en monedas sueltas. Si ya el scroll vertical nos dejaba en piloto automático, imaginar un feed infinito donde mi propio “yo” en video baila, opina o cocina sin que yo haya movido un dedo, nos empuja hacia lo que llamo minimalismo cognitivo: pensar lo justo para reaccionar, pero no lo suficiente para comprender. Le puede interesar IA y supermanipulación: reglas claras o caos

Ese minimalismo no es inocuo. Al reducir la fricción entre estímulo y gratificación, el espacio para la reflexión crítica se achica. ¿Para qué contrastar fuentes si “yo mismo” lo digo en pantalla? ¿Para qué detenerme si el algoritmo promete otro mini shot de dopamina al segundo siguiente? Es la dieta de calorías vacías del contenido: llena, pero no nutre. Como quien se pide un combo doble con gaseosa “light”: la ilusión de equilibrio donde no lo hay. La encrucijada social es clara: ¿seguimos privilegiando el consumo de contenido vacío —rápido, personalizable, autocomplaciente— o nos atrevemos a rediseñar plataformas que premien la pausa, la explicación y el disenso informado?

Deepfakes, identidad y propiedad: la delgada línea del permiso

Sora 2 normaliza algo que hasta ayer parecía excepción: la creación verosímil de rostros y voces. Cuando el sistema permite cameos de personas famosas sin autorización, la tecnología cruza una línea simbólica que afecta a todos. No se trata solo de los derechos de imagen de una estrella; se trata de la confianza pública. El ciudadano promedio, ya saturado de desinformación, tendrá incentivos para creer que ese político realmente dijo tal cosa, o que esa artista participó en un anuncio dudoso. La ambigüedad se vuelve arma.

Aquí la regulación camina rezagada. Carecemos de marcos claros que definan, con dientes, la responsabilidad por uso indebido de identidad y por infracciones a la propiedad intelectual en contextos generativos. Hace falta distinguir entre parodia legítima, uso transformativo, licencias explícitas y explotación comercial no consentida. También urge exigir salvaguardas técnicas —marcas de agua resistentes, trazabilidad de origen, mecanismos de verificación— y procesos ágiles para retirar contenidos que vulneren derechos. Si Sora 2 quiere un lugar en la plaza pública digital, no basta con ofrecer un botón de “reportar”: debe establecerse un estándar robusto de consentimiento, registro y auditoría. En el Caribe lo sabemos: cuando el mar crece, se aseguran las puertas, no solo se ponen carteles.

Imagen de ilustración generada con inteligencia artificial.
Imagen de ilustración generada con inteligencia artificial.

Recursos, ética y planeta: ¿para qué encendemos las turbinas?

La magia de Sora 2 no es gratis: requiere cómputo intensivo, energía y centros de datos que ya compiten por agua, terrenos y redes eléctricas. En un mundo de límites físicos —minerales críticos, cadenas de suministro tensas, demanda energética al alza—, dedicar GPU a generar entretenimiento infinitamente personalizable plantea un dilema incómodo. No porque el ocio sea ilegítimo, sino porque cada vatio invertido en un video superfluo es un vatio que podría destinarse a tareas con impacto social directo: detección temprana de enfermedades, gestión de riesgos climáticos, optimización de servicios públicos, apoyo educativo personalizado.

La sostenibilidad medioambiental no puede ser un “nice to have” en estas plataformas. Si Sora 2 quiere legitimidad, debe transparentar su huella (energía, agua, emisiones) y ofrecer modos de eficiencia: límites por defecto a la duración y cantidad de renders, priorización de cargas nocturnas, cómputo en regiones de baja intensidad de carbono, e incentivos explícitos para usos con valor público. No es moralismo: es gestión responsable de recursos finitos. En un país como Colombia —con brechas digitales, retos de infraestructura y transición energética en marcha—, orientar watts y talento hacia problemas de fondo es más que deseable; es estratégico.

Un espejo que educa… o que nos devora

Sora 2 puede ser herramienta creativa —apoyo a cineastas independientes, accesibilidad para quienes no pueden grabar, memoria audiovisual de familias—, pero sin barandas se convierte en máquina de ruido. La pregunta ética no es si debemos prohibirlo, sino qué tipos de valor queremos amplificar y qué costos estamos dispuestos a asumir. Diseñar redes con IA que incentiven el aprendizaje (contexto, fuentes, pausas), que respeten identidades y que rindan cuentas por su consumo energético, sería una apuesta civilizatoria mejor que seguir sumando clips a un océano de distracciones.

Conclusión: responsabilidad y debate público

La responsabilidad última no es del algoritmo: es nuestra. De los usuarios que elegimos qué alimentar; de las plataformas que deciden qué promover; de los reguladores que marcan los límites; y de las comunidades que exigen transparencia. Sora 2 y el futuro de las redes con IA merecen un debate amplio, plural y bien informado que priorice el bienestar humano por encima de la métrica del engagement. Si la tecnología va a moldear la cultura, que lo haga para ensanchar la vida, no para encoger la mente. En el Corralito de Piedra aprendimos a convivir con paredes y mareas: hoy toca construir barandas éticas igual de firmes para no dejarnos llevar por el oleaje del contenido vacío.

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