Juan Quintero Villalba se pasó la vida siguiendo el rastro de las golondrinas que llegaban al atardecer a los alambres del alumbrado público de Montería. Lea: Masiva presencia de golondrinas preocupa a habitantes de San Marcos
No solo sabía de dónde venían, sino que empezó a rastrear con argumentos qué las había condenado a estar siempre en el mismo sitio a las 6 de la tarde, atraídas por el imán del río Sinú. Supo que llegaron de paso el 13 de junio de 1959, y se quedaron para siempre entre nosotros.
Estas golondrinas de un solo verano que aletean en las crónicas y en las narraciones de los escritores sinuanos, son “especies migratorias que buscaron un clima cálido”.
Así se lo contó al periodista y escritor Carlos Enrique Ruiz en 1979, al cumplirse 20 años de estar las golondrinas en ese mismo lugar. A mí siempre me impresionaron, porque su llegada oscurecía el cielo monteriano antes de las 6 de la tarde. El revuelo de las golondrinas era ya una señal en el paisaje de mi infancia, y se volvió referencia en canciones, en cuentos y poemas. Muchas de esas golondrinas se electrocutaron en esos cables, muchas veces porque los comerciantes no soportaban que del cielo lloviera excremento de golondrinas a los transeúntes. Así que fueron despiadados con ellas.
Juan Quintero, hombre de curiosidad singular, oriundo de Palmitos (Sucre), descubrió que cuando las golondrinas llegaron no regresaron a su lugar de origen. Se quedaron en Montería.
“Quizás por los caminos invisibles del espacio presintieron un movimiento telúrico o un brusco cambio climático que las conduciría a desaparecer”, contó Juan en esa conversación magistral con Carlos Enrique Ruiz.
“Ellas pueden volar desde Estados Unidos al Brasil y llegar el mismo día. Vuelan a 250 kilómetros por hora en vuelo crucero, pues en esta velocidad se basaron los ingenieros para la construcción del ‘jet’.
“Con esa rapidez aérea, las golondrinas monterianas viajan diariamente a Centroamérica y a las islas del Caribe, y regresan todas las tardes a posarse en los cables de la energía eléctrica, en busca de luz”.
El oscuro aleteo del atardecer
El atardecer de Montería se vio oscurecido de repente con un denso aleteo de golondrinas que se quedaron para siempre en los cables del alumbrado eléctrico de las calles 35 y 37. Los primeros en pegar el grito en el cielo fueron los comerciantes estacionarios y ambulantes que les hicieron la guerra despiadada a las golondrinas juntando los cables para electrocutarlas. Le puede interesar: La conmovedora historia de un artesano recicla tapitas de gaseosa
La queja unánime de los comerciantes era que habían sido perjudicados por la invasión intempestiva de las golondrinas que dejaban su gracia en las aceras y sobre las cabezas de los transeúntes. Los más obstinados y ortodoxos comerciantes las calificaban como aves de mal agüero, mensajeras del desastre económico de la ciudad. No era para tanto.
Las golondrinas se fueron aclimatando a Montería, buscando un regazo de viento donde poder aletear en paz, y poco a poco se convirtieron en imágenes de Montería, hasta el punto que la capital de Córdoba llegó a llamarse ‘La Ciudad de las Golondrinas’. Ellas mismas entraron sin mucho ruido en las páginas de la literatura y se posaron en la soledad de los lienzos. Hace unos años una convocatoria de arte que buscaba buscar imaginarios colectivos en Montería, la ganaron artistas que presentaron monumentos a las golondrinas, las iguanas, el toro, etc. Fueron ellos: Andrés Castillo, Diego Castillo, Luisa Fernanda García, Chando Chances, Olga Fernández y Alejandro Narváez.
Las golondrinas se quedaron para siempre bajo el cielo sinuano y le ganaron la batalla a sus perseguidores, a todos los que debajo de las líneas del alumbrado buscaban varas para espantarlas, asediarlas y amenazarlas para que abandonaran las calles tomadas del comercio y regresara el ardiente sosiego de los atardeceres sin ellas.
Una golondrina no hace verano
A flor de labios, todo el mundo repite el refrán popular: Una golondrina no hace verano, que se cree salió de los labios de Aristóteles, pero también se atribuye que la expresión surgió en la antigua Roma, cuando los viejos romanos veían llegar las golondrinas que emprendían en bandadas viajes de largas travesías buscando siempre la mejor estación y aparecían bajo el cielo de Roma.
El entrañable y humilde periodista Juan Quintero Villalba que era un hombre de una cultura popular inmensa dejó páginas inolvidables de su periodismo en un libro que reunió Albio Martínez. Siempre me gustaba hablar con él por su sentido del humor y la irreverencia con que decía lo que recordaba y pensaba. No se ufanaba de nada, pero era un lector de aguas profundas, y siempre desarmaba a la gente diciéndole que él era un hombre cavernario que solía leer el Almanaque Bristol.
Tenía compasión por las golondrinas a las que le había seguido el rastro. Y gracias a él, las golondrinas empezaron a percibirse de otra manera. Los historiadores, ambientalistas y escritores, levantan sus ojos al cielo de Montería para reencontrarse con las golondrinas cuyos aleteos han dejado un rastro en el aire y en la memoria de los sinuanos.
Los mismos monterianos sin saberlo, las han involucrado en sus vidas. Nos veremos a la hora de las golondrinas, es una frase común. Nos veremos a eso de las seis que es la hora en que aparecen en bandadas.
En la hora en que el aleteo se vuelve un oscuro estruendo de golondrinas.