Apoderándose de Nueva York como Michael Corleone en El Padrino. Disparando un fusil M16 desde un segundo piso como Tony Montana en Caracortada o como Lucifer en el Abogado del diablo, donde su hijo lo defiende en pleitos jurídicos, son los roles con los que más se recuerda al reconocido actor Al Pacino.
Aunque sea uno de los miembros del selecto grupo que ostenta la “triple corona de la actuación”, por haber logrado el Óscar, el Emmy y el Tony como mejor actor, pocos conocen de su papel en la película Cruising. En ese filme de 1980, Pacino interpreta a Steve Burns, un policía que se infiltra en los ambientes más sórdidos de la escena gay en Nueva York. Sadomasoquismo, cuero, sudor y cuartos oscuros, como peldaños para cazar a un asesino que está matando gays luego de tener sexo con ellos en parajes inhóspitos, callejones o en el Parque Central.
El nombre de la película alude a la práctica de relaciones homosexuales en lugares públicos, como baños públicos, parqueaderos, parques y playas, normalmente con desconocidos en lugares solitarios. Aunque tuvo un origen en la comunidad LGBT+, hoy es practicada también por heterosexuales.
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Su origen es difícil de identificar, pues hay quien dice que viene de la palabra holandesa “kruisen”, cruz en español, que era usada en el pasado por homosexuales como santo y seña, tras cruzar sus miradas para fornicar, en una época peligrosa para salir del clóset.
Otra teoría explica que la palabra proviene de un bar gay en Albuquerque, Nuevo México (EE. UU.) llamado Booze n’ Cruise, que estaba ubicado en la concurrida Ruta 66 y que se hizo famoso en los años 70 por la afluencia de hombres que tenían encuentros casuales en todos sus rincones.
Según Alberto Pascuales*, este tipo de encuentros cargados de adrenalina y de la tensión por ser descubiertos suelen darse en centros comerciales como, además del mencionado, La Serrezuela, Plaza Bocagrande y el Portal de San Felipe. Además, muchos tienen su primera cita con los calzones abajo en la república independiente que es hoy el desolado Chambacú. Donde abundan otros tipos de nieve muy diferentes a la que cae en el Parque Central de Nueva York.

Aprovechando la soledad de los terrenos contiguos al Parque Espíritu del Manglar, un lugar de vieja data para el cruising, según los testimonios recabados, o esa mixtura entre privacidad y vulnerabilidad de los sanitarios de plazas comerciales que tanto les excita a muchos, se practica el cruising en la ciudad.
Esto por la cercanía con los sitios turísticos, según Sergio Romero*, pues hay más chance de interactuar con un extranjero y “deslumbrarse con su encanto de primer mundo y con sus historias”.
La evolución social, la apertura sexual y la tolerancia por lo diverso han abierto muchos armarios, por lo que el otrora cruising puro y duro, más por necesidad que por diversión, ahora es más una fantasía sexual. Un fetiche o la oportunidad de “estar con un heterocurioso (heterosexual que tiene sexo gay) antes que se arrepienta”. “Tiene que ser en caliente. Sabemos que otra oportunidad así no se va a repetir si se planifica y porque es más rápido y no toma ir a un lugar o conocer mucho a la persona”, indica Pascuales*, quien relata que el uso del preservativo en el cruising no es medible por lo intempestivo del encuentro o “porque la persona parece sana”, pero que en su caso si no hay condón solo realiza sexo oral.
Las fuentes consultadas exponen que saben del riesgo a ser descubiertos y ser multados. Sancionados por una ley que penaliza el exhibicionismo. Más en entornos tan familiares como un centro comercial. No obstante, piensan: “Si uno tiene miedo es peor porque menos disfruta así que uno se olvida de eso en el momento del acto”.
Mientras que en internet abundan los mapas interactivos y las guías para buscar zonas de cruising en la mayoría de ciudades de este planeta, incluso en lugares donde el sexo en público está prohibido y se paga con un carcelazo, que a algunos despertará morbo, la práctica es castigada en Colombia.

Según la Policía Nacional, se reseña en el Código Nacional de Policía, en el numeral 11 del Artículo 140, que el sexo en espacio público es una necesidad fisiológica contraria al cuidado e integridad. Al consultar con la Fiscalía, establecen que hacer cruising acarrea una multa general tipo 4: participación en programa comunitario o actividad pedagógica de convivencia. Además, los amantes pueden ser sancionados con multas que ascienden al salario mínimo, la más alta para los transeúntes. “Tienen orden de comparendo en la estación de Policía. Y si es menor, el comparendo va contra los padres. Todo sin perjuicio de las acciones penales que haya lugar”, reseñan.
Y lejos del manto de las autoridades, también están los peligros que caminan en la noche, pues a través de los años y en todas las latitudes se han presentado robos, agresiones o asesinatos luego del cruising. Rateros, confundidos y arrepentidos hay en todas las razas e idiomas.
*Nombres cambiados para proteger la identidad de las fuentes.