Iván Posada tiene un baúl donde guarda todo lo que ha encontrado debajo del mar, rastros de aquel diciembre fatídico y situado de 1815 en Cartagena de Indias. He venido por tercera vez a su casa para escuchar durante horas la historia sobrenatural de su relato. Tenía ocho años cuando su abuela lo llevó un lunes a la iglesia de Santo Domingo para rezar por las 6.813 ánimas en pena que murieron de hambre y reposan en la tumba del agua de Marbella, frente al boquetillo de la muralla, allí donde está el Monumento de los Alcatraces, en la actual avenida Santander, víctimas del sitio de Pablo Morillo entre agosto y diciembre de 1815. Lea también: Cronología: Galeón San José, el tesoro sumergido frente a Cartagena.

Hachuelas de indígenas mocanaes.
No solo iban a rezar los lunes por aquellos muertos cartageneros de todas las edades, sino también los 2 de noviembre, día de los difuntos. Pero los muertos se le aparecían en sueños a la abuela y a la bisabuela, y terminaron apareciéndose a tres generaciones de Posada, entre ellos, al mismo Iván Posada, pariente del general Joaquín Posada Gutiérrez, quien se convirtió en soldado y escolta del general Bolívar, y fue quien entregó los restos del libertador a las autoridades de Venezuela, luego de su muerte.

Hachuelas de la comunidad indígena hallada por Iván Posada.
Iván me habla de Santiago Posada Gómez, su padre, quien además de donar un parque, hizo una réplica de casas de Manga en el barrio Torices en la Calle Bogotá. Evoca a Epifania Vélez, su bisabuela clarividente, hija de Joaquín F. Vélez, quien dirigió con ingeniosa mordacidad el periódico El Alacrán. Desde muy niño escuchó las historias que contaba la abuela Tomasa Mendoza del Sitio de Morillo, y de las calles tapizadas de cadáveres desde la Medialuna hasta más allá de los extramuros. Veía cómo más de cientos de carretas llevaban los muertos al lecho del mar, entrando por el boquetillo, era la única puerta hacia el mar, luego del colapso de tantos muertos a la intemperie y sin sepultar. El mar fue la alternativa del pacificador. Nadie soportaba el olor a podredumbre y a cadáver a sol y lluvia y en descomposición.
Mientras los muertos eran lanzados al mar, el ejército real sacaba a las gentes de sus casas, algunos parientes de los sublevados e insurgentes, y los despojaban de las últimas riquezas. Otros se resistían a rendirse ante el enemigo y enterraban sus armas, como ocurrió en la casa Barraquer en la calle don Sancho, donde encontraron un entierro de mosquetes y bayonetas de la época. Su padre Santiago, en un paseo por los mismos sitios donde Iván busca tesoros sumergidos, encontró una enorme moneda de los años 1400 en la que aparecen guerreros cruzados bajo una flor de liz.

El caracol de pala.
La madre de Iván, Juana Marrugo, murió hace cincuenta años, cuando él tenía trece años. Era una mujer benefactora, filántropa, fundó el Colegio de la Trinidad. Hacía tómbolas, bingos y rifas para mantener el templo de San Roque en Getsemaní. Al igual que Iván, el buzo Saúl Pizarro Angulo ha encontrado rastros de aquellos días de 1815. A su casa se llevó junto a monedas encontradas, cráneos y botones de oro, hebillas, ganchos, dagas de oro, dientes, anillos y armas.

Herrajes y ceràmicas.
Abriendo el baúl
Al abrir el baúl de Iván he vuelto a ver, monedas de antes de 1815, cerámicas, huesos, jáquimas de caballo, dientes, hachas que utilizaban los mocanaes, los primeros habitantes de Cartagena, y en medio de los concheros de la Bocana, el rostro de lo que podría ser la efigie de un indígena y la efigie de un ángel. Junto a todo ese tesoro que Iván desea que repose en un museo de Cartagena, conserva de sus abuelos una vieja cortadora de velas que tiene más de doscientos años, un candelabro delgado ensombrecido con el hollín del tiempo que sus antepasados usaban para alumbrar los rumbos de la casa en los apremios de la bacenilla en la madrugada. También ha encontrado debajo del mar ánforas que se utilizaban para guardar el aceite o las aceitunas. Conserva de su abuela al morir, un lienzo pintado por un artista quiteño al óleo, de la imagen del ángel San Rafael, cuyas alas se habían vuelto invisibles con el paso del tiempo.

Antigua cortadora de vela de los antepasados de Iván Posada.
Una llama eterna
Iván dice que debajo de las piedras que se colocan frente al mar, están las ánimas de aquellos años terribles en la historia de Cartagena. Nunca ha habido veneración ni respeto por ellos. Ni una cruz de palo ni una lápida. Pero aún es tiempo de encender una llama eterna por la memoria de aquellas víctimas cartageneras que ofrendaron su vida por la Independencia de la ciudad. Una llama o un monumento a las 6.813 ánimas del Sitio de Morillo. A Iván se le aparece en sueños y en visiones una niña de cabellos largos parecida a su hermanita Nora, que murió de mal de ojo, a sus tres años, luego de ir a la ciudad de hierro al as cinco de la tarde. Regresó a las siete con una fiebre mortal y murió a las diez de la noche. Era blanca y de ojos azules, y murió seca como una planta.

Angelito encontrado en el mar de Marbella por Iván Posada.
Más allá de que tres generaciones de su familia haya tenido percepciones sobrenatural sobre el Sitio de Morillo, a él solo le interesa es que se rinda un homenaje a las víctimas de esta terrible historia cartagenera. Iván a quien todos reconocen como uno de los mejores publicistas de la ciudad durante más de tres décadas, se sorprenden cuando él intenta contarles con evidencias estos detalles de sus hallazgos debajo del mar. Le puede interesar: Sitio de Morillo: los otros mártires de Cartagena de 1815.
Entre piedras salpicadas por las olas ha encontrado cerámicas, ánforas, hachas, herrajes y monedas antiguas. Y en sus sueños no deja de deambular descalza una niña de cabellos que arrastran por el suelo, con una mirada de oro que lo despiertan al amanecer.


