En mi casa siempre habíamos sido amantes de los perros, incluso, el día que decidí tener una mascota propia, es decir, atendida cien por ciento por mí, busqué una perrita entre muchas páginas de adopción, pero no quería una que creciera demasiado, pues mi cuarto no iba a ser suficiente para que ella estuviese cómoda... No la encontré, así que un amigo me recomendó adoptar una gata, la idea no me pareció descabellada, pero a mi mamá no le gustaban los gatos, así que comencé a indagar los beneficios que podía traer uno de estos felinos en el hogar, esto, con el fin de persuadir a mi madre y que me permitiera tener una.
Ante mi insistencia por tener una mascota, mi madre me dio el aval de adoptar una gatita, pues prometí que sería yo quien la atendiera; la llamé Nala, como la del Rey León, era una gata hermosa color gris que se parecía al de las nubes en los días lluviosos, era mi primer amor, mi amor por ella me hacía arder el corazón cada vez que despertaba a mi lado por las mañanas, y en ese inmenso amor no quería que nada le pasara. Al cabo de cinco meses, la llevé al veterinario, pues debía esterilizarla antes de que saliera a la calle y me la perjudicaran, sin saber que viviría el momento más duro de mi existencia, pues Nala murió luego de tres días de haber sido esterilizada. Le puede interesar: Video: Young F abre su corazón para hablar de la enfermedad que padece
El dolor de perder a un ser querido debe ser inmenso. Nunca he experimentado una pérdida cercana en mi familia, además, soy una persona bastante sensible y cosas que muchos podrían considerar ‘insignificantes’, me generan un gran dolor... pues con Nala fue colosal.
Pasaron semanas y no hallaba en un motivo de alegría, todo era tristeza porque mi apego emocional por mi mascota había sido muy fuerte, por más que mi madre me decía que adoptara una nueva, yo estaba negada a pasar nuevamente por el dolor de perder mi compañera gatuna, pero un día mi vida volvió a cambiar, pues sin pensarlo llegó a mi vida un nuevo amor.
Una mujer desconocida me escribió un día cualquiera por mis redes sociales, ella había visto que yo pertenecía a la comunidad de adopción de la que no me salí a pesar de mi traumática experiencia, así que me ofreció una gatita tricolor bellísima de la que me enamoré en cuestión de segundos; a la pobre la habían dejado abandonada en una caja en la calle junto a otros tres gatitos que ya habían sido adoptados, solo quedaba ella, así que pensé que podría darle una mejor vida a esa criaturita tierna y adorable: la llamé Kiara —sí, también como la de El Rey León—.

Kiara bebé.//Foto: cortesía.
Fueron pasando los meses y yo vivía obsesionada con el bienestar de mi adorable mascota, Kiara es juguetona, sensual, sencilla y mordiscona, le gusta atrapar cosas y es muy curiosa, pero desde pequeña le teme a los gatos de la calle, así que no salía de casa y la verdad nunca necesitado hacerlo, pues mi casa es lo suficientemente grande para que corra y se divierta. Desde pequeña, la atiende la misma veterinaria, una chica muy atenta que se ganó mi confianza en cuanto a la salud de mi pequeña; le puse todas sus vacunas y debía esterilizarla, el momento más difícil para mí, pues no quería pasar nuevamente por una pérdida, así que le dije a la veterinaria que me recomendara a alguien que fuese de su confianza y que hiciera un excelente trabajo, no quería errores en esta oportunidad.
Llegó el tenebroso día de la cirugía, el médico buscó a Kiara en la casa y yo, con el mayor de los temores, se la entregué. Él se había comprometido a informarme cualquier novedad que ocurriera, pero nadie se imaginó lo que el médico descubriría en el procedimiento. Lea aquí: Video: la historia de lucha tras una vendedora de dulce de Cartagena
Eran las 2 de la tarde, aún estaba almorzando en el trabajo cuando recibí la noticia más estremecedora de mi vida, algo que nunca nadie se imaginó y que ni siquiera sospechamos.
Respondí a la llamada y era el veterinario a cargo de la cirugía de Kiara, me dijo que debía decirme algo importante, en ese momento todo los escenarios malos pasaron por mi mente, sentí que la respiración se acortaba y un profundo dolor en el pecho que no me permitió pronunciar una sola palabra, solo estaba a la expectativa de saber cuál era aquel importante mensaje que me diría.
“Bueno, primero quiero decir que la cirugía salió muy bien”, inició el veterinario y sentí que el alma me volvió al cuerpo. Y continuó: “Pero hay un detalle, yo confié en ti y en que me entregabas una gata, pero Kiara no es gata, es un gato”, puntualizó. No sabía qué pensar, estaba en shock.
Para mí fue una sorpresa grande, pues Kiara es muy femenina, incluso su maullido lo es, pero no, Kiara era un extraño macho tricolor, pero como ya estaba familiarizado a su nombre en femenino, pues no me quedó más remedio que seguir llamándolo Kiara, igual le encanta.
Kiara ya está bien, sigue igual de juguetona... o juguetón, ahora es un gato especial pues es 1 entre 3.000 gatos tricolor y mi amor por ella o él, o como quiera identificarse, es más grande que yo.