Fue al comienzo de la pandemia, mientras insistía en buscar información acerca del Convento de San Diego, que encontré una pieza del rompecabezas, relacionada con una edificación vecina: los contratos mediante los cuales el departamento de Bolívar pacta con el arquitecto belga Joseph F. Martens Istas (1886-1974) la construcción de un edificio para instalar el Depósito Oficial de Licores, inmueble conocido hasta hace poco como “la cárcel para mujeres de San Diego”. Lea también: Trasladaron a las reclusas de San Diego a la nueva cárcel de mujeres
La historia, sin embargo, se remonta a 2001, cuando inicié la investigación en torno a los predios colindantes al Convento, con el fin de hacer el estudio de títulos para escriturarlo a nombre de la Escuela Superior de Bellas Artes Cartagena de Indias (hoy Unibac), meta alcanzada ese mismo año. Aunque me topé con unos detalles interesantes y otros contradictorios, todo quedó un poco en el olvido hasta hace dos años, momento en el cual me dediqué a profundizar en mi investigación sobre el Convento.
Al revisar los informes entregados a los diferentes gobernadores por sus secretarios de despacho, encontré que la historia del predio donde funcionó, hasta diciembre de 2019, la Cárcel de San Diego puede rastrearse desde 1915. Una memoria del secretario de hacienda de ese año describe la compra en 1911, por parte del departamento de Bolívar, de una casa ubicada en la calle del Camposanto de San Diego. El gobernador en aquella ocasión era Rafael Calvo C.
Gracias a las múltiples lecturas y visitas realizadas al Archivo de la Gobernación de Bolívar, también identifiqué que el 1 de septiembre de 1938 el Gobierno del departamento se propuso construir un edificio moderno para el Depósito Oficial de Licores. Sin embargo, la gran sorpresa llegó cuando encontré el contrato suscrito, quince días después de la fecha mencionada, entre José V. Mogollón, secretario de hacienda, y José (Joseph) Martens, ingeniero arquitecto, en el cual “el Contratista se compromete a construir, por su cuenta, un edificio para el Depósito Oficial de Licores, en el solar de propiedad del Departamento de Bolívar, situado en la calle del Camposanto, del Barrio de San Diego, de esta ciudad, por un valor total de veinte y tres mil trescientos veinte y un pesos con veinte centavos ($23.321,20)”. Para precisar lo anterior, fue fundamental remitirme a la Biblioteca Nacional.
Ricardo Zabaleta Puello, en su tesis doctoral defendida en 2017 y titulada “Arquitectura moderna en Cartagena de Indias, Colombia. Reconocimiento y valoración, 1926-1970”, intuye que fue Martens quien diseñó este edificio. Hoy, tengo la certeza con los contratos hallados. Y es que Martens perteneció a ese grupo de extranjeros que, en la primera mitad el siglo XX, vino a trabajar a Colombia como parte de los esfuerzos del Gobierno por modernizar el país mediante proyectos de industrialización, infraestructura vial, construcción de edificios públicos, etc.
La antigua sede del Monopolio de Licores de Bolívar, convertida luego en cárcel, parece una sola edificación, pero fue erigida en dos predios y en dos momentos diferentes. Primero se construyó la parte derecha, si la miramos de frente, y posteriormente la izquierda, la cual colinda con el Convento de San Diego (hoy Unibac). Este segundo bloque es de 1940, según el año de aprobación del contrato.
En el opúsculo “El edificio del Banco de la República en Cartagena: construcción, ampliación y restauración, 1927-2001”, publicado en 2001, Joaquín Viloria de la Hoz desarrolla una extensa biografía de Martens, quien llegó al país en 1925 contratado por el presidente Pedro Nel Ospina Vásquez como arquitecto consultor del Ministerio de Obras Públicas. El constructor belga se desempeñó un poco más de dos años como funcionario.
Como consultor del Ministerio, diseñó el Palacio Nacional (Cali) y la Estación del Ferrocarril de Chiquinquirá, entre otros proyectos. Al fallecer Ospina Vásquez (julio de 1927), Martens volvió a Bélgica, pero a los pocos meses fue contratado nuevamente por recomendación de la misión Kemmerer, y regresó a Colombia en 1928 para diseñar una de las primeras sedes del Banco de la República, la de Cartagena. Asimismo, diseñó las de Manizales, Bucaramanga y Popayán. Lea además: La historia que encierra la Cárcel de San Diego
La mayor parte de su actividad la desarrolló como independiente. Su legado arquitectural se aprecia no solo en nuestra ciudad, sino también a lo largo del país. En Cartagena, son de la autoría de Martens importantes edificios comerciales, vistosas casaquintas ubicadas en Manga y Pie de la Popa, ciertos mausoleos, por mencionar algunos ejemplos.
Y es que en nuestra ciudad aún existen edificaciones cuyos orígenes son poco conocidos o no están estudiados a fondo, por lo que pueden pasar desapercibidas o ser menospreciadas. Es este el caso del edificio art déco en el cual funcionó desde 1939 el Monopolio de Licores de Bolívar y desde 1965 hasta diciembre de 2019, la Cárcel de San Diego.

Edificio en Miami Beach.//Foto: cortesía.
Hace unos años, durante una conversación con el arquitecto cartagenero Jaime Correa Vélez, último restaurador de nuestro Convento, él me hizo caer en la cuenta de las similitudes entre el edificio de la cárcel y las edificaciones del Distrito Art Déco de Miami Beach. De ahí que haya escogido tres hoteles -el Leslie (1937), el Majestic (1940) y The Carlyle (1941)- para poner en valor el antiguo edificio del Monopolio de Licores de Bolívar.
Conforme a todo lo antes expuesto, la obra de Martens no solo está ligada estrechamente al desarrollo del país, sino que fue abundante en cantidad, en usos y en recursos estilísticos. Esto, sin contar su aporte académico como profesor de Arquitectura. Indiscutiblemente, él fue uno de los constructores más notables de la primera mitad del siglo XX, como lo demuestra Viloria de la Hoz en su estudio y lo confirma Zabaleta Puello advirtiendo su connotada participación en tres períodos decisivos de la arquitectura cartagenera del siglo pasado: el republicano, el de transición y el moderno. La versatilidad de Martens hoy se puede medir, también, en sus obras al servicio de lo público y lo privado.
Reflexionar sobre la posibilidad de preservar el inmueble en cuestión como patrimonio arquitectónico de los cartageneros, pues ha hecho parte de la vida de muchos, para bien o para mal, es una importante discusión pública que debería darse, so pena de ignorar nuestra historia y herencia cultural.