Despertar cada mañana dando gracias de rodillas a los pájaros para que sigan cantando. Despertar dando gracias de rodillas al atareado e invisible señor que da cuerda a los amaneceres. Despertar cada mañana dando gracias a la mujer que cuela el café o al hijo que despierta para dar de comer a los gatos. Despertar dando gracias a la luz que mueve las hojas del mango y dora los cogollos en camino. Despertar dando gracias porque no te moriste durmiendo, porque no te tocaba el turno de los ángeles, porque aún hay un manjar de ajonjolí con yuca para tu desayuno, porque aún respiras y saliste bien librado de la peste que quiso llevarte en el mes de mayo. Lea aquí: La hermosa historia tras la “mamá de los reclusos” de Cartagena
Da gracias a las hormigas que se llevan a sus galerías las lágrimas saladas que has derramado por las ausencias y los sueños aplazados de verte con tu madre. Da gracias porque la mujer que conociste en aquel lejano 1982, la muchacha que se ponía astromelias en su cabello negro brillante, sigue sembrando astromelias. Da gracias porque repites y corriges tus tres sombras en las huellas de tus tres hijos que son mejores que tú, en versión ampliada y sutilmente corregida. Da gracias porque aún no aprendiste a cocinar tus platos preferidos y aún estás a tiempo de preparar esos manjares a tu familia y amigos. Da gracias porque guardas entre cajas y cuadernos las flores de un atardecer, las esquelas del mes de mayo celebrando la madrugada lluviosa en que naciste. Da gracias porque tu madre sobrelleva sus dolores y en la luz de los amaneceres antes que canten los gallos ora por ti y por toda la tribu. Da gracias porque ya eres ese abuelo prometedor que se niega a envejecer y se muere de felicidad al escuchar la voz purísima de los niños que apenas balbucean sus primeras palabras.
Da gracias porque has sentido la mirada de tus gatos atravesando el iris de tus ojos, en noches en que has perdido el sueño o cuando te has enfermado y has sentido la mirada penetrante y tierna de tus gatos cerca de tu cama. Da gracias porque aprendiste a ver la luz en la sombra de los amigos más obstinados y persistentes, y en la sombra de los amigos ausentes y escurridizos. Da gracias por las epifanías montunas de regresar al patio natal como quien recorre sus propios pasos y se ve en el espejo de los aljibes.
Da gracias incluso a quienes te prometieron e ilusionaron con que vendrían una tarde a visitarte y no lo hicieron jamás. Da gracias a la noble y humilde silla que antes de que el árbol fuera derribado era el árbol elegido para las mejores sinfonías de pájaros. Da gracias a la silla que antes de ser silla era árbol, nido, sombra bajo las estrellas. Da gracias a la cuchara que antes de ser cuchara era un pedazo de metal que pudo ser una pequeña escultura o un puñal. Da gracias a la cama que antes de ser cama era también árbol y ahora duermes bajo el regazo de sus árboles invisibles. Da gracias por el agua que antes de llegar a tu grifo era la lágrima de un ángel, el manantial de un ojo de agua perdida en la montaña. Da gracias a la luz eléctrica que antes de descubrirse era una vieja lámpara en las manos de un viejo perdido en el bosque. La luz que antes era solo el parpadeo de las luciérnagas en las noches o la luna gigantesca peregrina entre las nubes. Da gracias al arroz que antes de llegar a tu plato era un campo sembrado por serenos y sacrificados sembradores de inviernos y veranos. Da gracias a la sopa, a las verduras, a la lenteja, a la tierna leche de la vaca que soñó su leche para sus terneritos y llegó hasta tu boca. La leche espumosa con la que se han nutrido millares de hombres y mujeres en el planeta.
Da gracias a la vaquita sacrificada para ti. A la vaquita, al pollo, a la gallina, al pavo y al cerdo que ha sido elegido desde la noche más lejana de los tiempos de la humanidad. Da gracias a la tierra que soporta las pisadas de ese animal errático y depredador que ha sido el hombre. Da gracias a la tierra que ha guardado el oro, el diamante, la esmeralda y la amatista, para que recuerdes la transparencia de la belleza legítima. Da gracias a las perlas que son las lágrimas más desgarradas de los peces, lágrimas revueltas con arena que se vuelven dolores redondos transmutados en perlas.
Da gracias a los colibríes mensajeros de las buenas noticias. Da gracias a la familia, no la juzgues, solo ama por encima de todo sin esperar nada a cambio, y entrega algo más de lo que rebasa tus límites, despojado de toda codicia, dalo todo, por una quimera, por una amistad, por la ilusión de la suprema amistad y lealtad. Da gracias por los libros que te han acompañado a lo largo de tu vida como criaturas vivas que susurran mientras duermes. Da gracias a la música que te acompaña desde la infancia, y al dolor profundo y a veces indescifrable que engendra a las obras de arte. Da gracias a la vida y a la muerte, por los días que, uno tras otro, son la legítima maravilla de estar aquí de paso, mientras te toque el turno de partir, y el ángel haga el anuncio con pisadas sigilosas en la puerta de tu casa. Da gracias por las palabras que como madejas dispersas tejen memoria del paraíso, de la felicidad efímera y del sufrimiento que gracias a la poesía se convierte en color y en música. Da gracias al año que empieza y a las formas juguetonas y a veces herméticas del cielo en los atardeceres. Da gracias a quienes te acompañan. Da gracias a la soledad y a la compañía. Al día y a la noche. Da gracias a la ocurrencia del amigo que al saludarte te grita: ¡Estamos vivos! Lea además: Las cuatro fiestas: la historia tras el clásico navideño y su cantante