Haga de cuenta que soy el extraterrestre más bello que usted haya visto”, le dije. Ninguna de esas palabras era cierta, evidentemente, pero cada una logró el objetivo exacto con el que la pronuncié: él sonrió, entonces supe que se había roto el hielo.
Solo sabía que él se llamaba José Moro y que había llegado de España como el representante de una vasta tradición familiar alrededor del vino: su abuelo y su padre, ambos de nombre Emilio, habían dedicado sus vidas a elaborar de forma artesanal una bebida que tantos años después se propondría conquistar al mundo. Lea aquí: Que la luz o el ruido no arruinen un buen vino
José sonríe antes de contarme cuál es su recuerdo más antiguo con el vino: “Es estar en una cuba, que era donde nos metía mi padre, porque la boca era muy pequeña, solo cabía un niño pequeño, y nos metía ahí (a él o alguno de sus tres hermanos) con un velillo o con una vela, y con un cepillo, para limpiarla”. De ese niño, que creció viendo cómo su padre y su abuelo le entregaban la vida a aquella pasión, no podía salir sino un líder: hoy, a sus 62 años, José es el presidente de Bodegas Emilio Moro, de Bodega Cepa 21 y de la Fundación Emilio Moro. Se trata -le diría José al extraterrestre- de “unas bodegas familiares que han tenido siempre una filosofía muy clara en torno a tres pilares fundamentales como son la tradición, innovación y responsabilidad social”. Llevan alrededor de treinta años embotellando y etiquetando sus vinos, pero la verdad es que hay mucho más y José lo cuenta mejor... “Esa tradición que nos avala, porque así como hablamos de treinta años con etiqueta, etiquetando el vino, históricamente venimos de mucho más atrás: desde 1891, que nace mi abuelo, que se dedica al vino, ellos vendían el vino al granel, no etiquetaban, no embotellaban... Transmite toda su pasión a mi padre, que nace en 1932 y luego mi padre a la tercera generación, y yo fui realmente afortunado, ¿no?, por vivir todas esas experiencias desde la juventud, desde la niñez, de ayudar a mis padres a lavar las barricas, a podar, todas estas cosas, y yo creo que eso, que era algo que disfrutaba desde niño, luego ha sido absolutamente necesario para fraguar este gran proyecto, para tener la pasión que hay que tener para elaborar esos grandes vinos que elaboramos cada año”.

La tradición no tiene por qué pelear con la capacidad de reinventarse, así que José se ha encargado de comandar un premio a la innovación que convoca todos los años a más de cien emprendimientos “para que representen diferentes proyectos que ayuden a las bodegas en ese avance desde el punto de vista técnico, de digitalización que está sufriendo -en el sentido positivo- el mundo”.
En Colombia
El tercer pilar es la responsabilidad social y aquí es donde entra al juego Colombia. “Tenemos la Fundación Emilio Moro, que trabaja bajo el eslogan ‘El vino ayuda al agua’ y estamos llevando a cabo muchos proyectos sobre todo en los países en los cuales tenemos intereses comerciales, digamos en Sri Lanka, Nicaragua, pero ahora mismo estamos fijados en tres países: México, Colombia y Perú. En México hemos llevado agua segura a más de 50 escuelas; en Colombia ya es nuestro segundo año, lo vamos a completar también a poblados indígenas, personas que están en una pobreza marcada, y en Perú estamos ayudando también a gente que ha llegado migrante de Venezuela y de hecho viven en barrancones y en albergues, y les estamos ayudando en todo el tema sanitario”, explica José Moro. Lea además: Cómo elegir el vino en un restaurante
¿En qué poblaciones, específicamente, están en Colombia?
-La Guajira, este año el proyecto es en Santa Rosa, en el municipio de Ayapel, en Córdoba. El año pasado, en La Guajira, en Jericó. En el proyecto de este año, han sido (beneficiadas) 300 personas. El año pasado fueron beneficiadas 500.
¿Cómo se plantean evolucionar?
-Creo que lo más importante es consolidar los proyectos. Tengo una profesión muy bonita, la de bodeguero, la cual es muy versátil, y tratamos muchos aspectos: desde estar en el campo rodeado de viñas, escuchando el silencio del campo, que es algo maravilloso, viendo cómo cada cosecha sale con todas sus dificultades, y nosotros tenemos que ser capaces de enderezarlas para sacar los mejores vinos, eso es algo apasionante, y cómo somos capaces de tener un marketing, comunicación y de salir a vender nuestro producto por todo el mundo, porque creemos que tiene un prestigio y una categoría, una imagen. Entonces, esa versatilidad nos hace vivir en una profesión, la verdad, emocionante, y sobre todo eso, lo que más nos hace conseguir es consolidar nuestros proyectos, que cada vez tengan más peso específico en el mundo. Que nuestros vinos estén en los restaurantes y tiendas más importantes.
Algo que no haya cambiado...
-La única cosa que no ha cambiado es la pasión con la que abres una botella de vino y esperas, botella tras botella, encontrar que te enamore, que emocione, que te dé unas sensaciones aromáticas nuevas, diferentes, pero, sobre todo eso: que te haga sonreír, para poderla compartir con amigos, con clientes, con familia. El vino es un gran catalizador de relaciones humanas, une a las personas, saca lo mejor de las personas, es cultural, es saludable y desde esa perspectiva tenemos una gran suerte de estar trabajando con un producto que produce tanto punto positivo, por así decirlo. Lo que no ha cambiado y no lo hará nunca es la ilusión, la magia de que cada vez que abras una botella... te enamore, te emocione, ilusione y te haga vivir con alegría. Lea también: Vinos especiales, excelente alternativa