7 de la mañana del 18 de febrero del 2000. Elena Caro tenía 15 años y recuerda con una precisión impecable lo que ella y su familia comenzaron a vivir a partir de ese momento, cuando un hombre armado con fusil y vistiendo uniforme camuflado se paró en la puerta de una inmensa casa, en medio de un cerro, y sin dudarlo le apuntó a su hermano Marcos José Caro Torres a la cabeza.
Dos horas antes, los paramilitares habían llegado al corregimiento de El Salado, a 15 kilómetros de El Carmen de Bolívar, para cometer una de las peores masacres en la historia reciente de Colombia. Lea aquí el especial multimedia Las vidas de El Salado
Cuando escucharon los balazos a las 5 de la madrugada, mientras dormían y muchas voces presagiaban lo que se avecinaba, los habitantes de El Salado buscaron donde esconderse. Lo primero que se les ocurrió fue huir por el cerro.
Elena, sus hermanos y sus padres también corrieron y, como muchos, se refugiaron en el extenso predio de su pariente Alfonso Medina. Elena dice que eran unas 100 personas las que se escondían en las casonas de la finca. Los paramilitares no tardaron en llegar.
A todos los reunieron en un solo lugar e iban señalando a quien se llevaban para la cancha de fútbol o la iglesia del pueblo. “Nos separaron, a las mujeres y niños de un lado, y a los hombres de otro. Nos sentaron e iban contando, y al que le tocaba un número se lo llevaban”, relata Elena.
Marcos José fue uno de los señalados. Tenía 23 años. “Marcos era un campesino que todos los días empuñaba su machete para ganarse la vida”, precisa Elena.
Marcos era muy nervioso y ser intimidado con una arma grande y poderosa hizo que se le quebraran las piernas. No podía levantarse. El paramilitar se ensañó con él y le disparó a la cabeza. El joven campesino metió la mano implorando piedad.
Marcos cayó en mitad del predio y allí fue rematado delante de sus padres y hermanos. Le dieron varios balazos en el abdomen. “¡Desgraciado, por qué mataste a mi hijo! No tenías que hacer eso, él no era guerrillero”, gritó su mamá. El paramilitar le respondió. “Nos gritó varias veces que no teníamos derecho de llorar, que todo esto era buscado y no podíamos llorar”, relata Elena.
La mamá de aquel muchacho se descontroló y duró varias horas desaparecida. Muchos temieron por su vida. “Mi mamá se fue para el pueblo llorando, andaba como loca. Quedó destrozada. Los paramilitares la agarraron y la tuvieron un tiempo en el cerro hasta en la noche, cuando la soltaron. Uno de los paramilitares que la conocía se condolió de ella y la dejó ir”, recuerda Elena, aclarando que ella se salvó de esa masacre porque se refugió en Dios. “Él me protegió”.

Veintiún años después, el Estado colombiano le pidió perdón a la familia de Marcos Caro por su cruel asesinato.//Foto cortesía Fiscalía General de la Nación.
Marcos no fue el único de su familia asesinado en esa masacre. En la cancha de fútbol mataron a sus tíos Pedro Aníbal Torres y Roberto Madrid, y a su primo Eduardo Novoa.
Los paramilitares duraron en El Salado de cuatro a cinco días. En principio se habló de entre 30 y 60 personas asesinadas, pero en junio de 2008 la Fiscalía determinó que fueron más de 100, asegurando que podía haber sido la matanza más grande de los paramilitares en toda su historia. Entre las víctimas está una niña, de 6 años; y una mujer, de 65.
A Marcos fue el único que mataron dentro de su casa. Muchos fueron masacrados en una mesa que ubicaron en la cancha de fútbol del pueblo y a otros los torturaron y degollaron en la iglesia. Catorce de los cadáveres fueron hallados en cuatro fosas comunes en un lote de El Salado.
El 22 de febrero los paramilitares se fueron de El Salado. La matanza fue perpetrada por unos 450 hombres de las Auc que, además, destrozaron las casas y el comercio de la población. Lea también: El terror y las amenazas vuelven a El Salado 21 años después de la masacre
La familia de Marcos José, al igual que muchos otros habitantes, decidió abandonar el pueblo e irse con lo que apenas tenían puesto. Atrás dejaron los restos de Marcos, su vivienda y toda su vida. “Llegamos a El Carmen de Bolívar el 24 de febrero sin nada, solo con la ropa que teníamos puesta. Gracias a Dios encontramos a alguien que nos abriera la puerta y acá seguimos, luchando”, dice Elena. Siguen viviendo en El Carmen y cada vez que podían iban a El Salado a ponerle flores a la tumba improvisada donde estaban los restos de Marcos.
“Vivimos con el perdón”
En ceremonias especiales que se celebraron entre el 25 y 29 de octubre pasado, la Fiscalía, a través de la Dirección de Justicia Transicional, entregó los restos plenamente identificados de cinco víctimas de esa masacre, entre esos el de Marcos José.
Aunque su familia tenía certeza de que sus restos estaban sepultados en el cementerio de El Salado, solo hasta hace dos semanas pudieron recibirlos de manera oficial como víctima de los delitos de desaparición forzada y homicidio.
La ceremonia se realizó en la sede de la Cruz Roja, en El Carmen de Bolívar, luego de largo proceso que involucró labores técnico-científicas, forenses y de cotejo de ADN. “En un trabajo articulado entre las seccionales Atlántico, Caldas y Meta se estableció la plena identidad de las víctimas”, señala la Fiscalía, que precisa que las diligencias de exhumación fueron en Chalán y Ovejas (Sucre), y en El Salado y Marialabaja.
Los restos de Marcos José ya reposan en El Carmen y tuvo el sepelio que merecía, digno de aquel joven campesino que a diario empuñaba un machete para ganarse la vida honradamente.
“Fue revivir otra vez el dolor, de tener sus restos y recordar todo lo que nos tocó pasar, porque nos explicaron cómo murió mi hermano. La Fiscalía nos pidió perdón a nombre del Estado y nos dijeron que los que masacraron no tenían culpa de nada y que los que cometieron eso ya están pagando. También nos dijeron que siguiéramos viviendo con el perdón, y eso hacemos”: Elena Caro. También le recomendamos leer la crónica Volver nunca fue tan difícil

