El horno mide más de dos metros de alto y más de uno de ancho. Dentro se cuecen al tiempo unas 400 galletas, que estarán doradas y esponjosas en menos de 20 minutos. Son solo una parte del ‘cargamento’ que saldrá a endulzar paladares y, mientras se cocinan, Bladimir Duarte Díaz, un carmero bonachón a quien todos conocen por su bien llevado sobrenombre ‘Blacho Galletas’, nos explica que no ha sido fácil hacer trascender el legado de su abuelo, pero que trabaja todos los días para que las galletas insignia de El Carmen de Bolívar y de los Montes de María conozcan nuevos destinos. Blacho aprendió a hacer chepacorinas por su abuelo Francisco Díaz, un hombre “trabajador y emprendedor” quien a su vez aprendió directamente de la creadora de la receta: Josefa Corina Ríos. Se dice que, en 1947, la mente de Josefa tuvo la gloriosa idea de incorporar a las galletas un ingrediente que dividiría en dos la historia culinaria del municipio: el queso. Su nombre también le dio la popularidad que la mantiene vigente. Al Chepa, como era llamada Josefa de cariño, le añadieron el Corina, para completar el nombre de la tan inigualable galleta: chepacorina. (También le puede interesar: La Chepacorina, tradición en una galleta)
Seguimos la tradición
“La fundadora de esas galletas fue la señora Josefa. Las hizo a manera de sustento, pero llegaron a ser tan apetecidas que se convirtieron en un icono. Como Josefa no tenía familia y mi papá todo el tiempo trabajó para ella, pues el legado le quedó fue a él y a su compañera, Zaida Núñez. Mi papá, Francisco Díaz, el único trabajo que tuvo en su vida fue hacer galletas”, explica Miguel Ramiro Díaz. “Ahora mi familia, mis hermanos, un sobrino, acá, en El Carmen, y en Barranquilla, seguimos con el legado enriqueciendo este producto”, detalla Miguel, quien creció acompañando a su papá a limpiar latas, a moler queso y a repartir galletas. Miguel es dueño de una de las cuatro fábricas de herederos de Francisco a los que, al morir hace unos años, les legó la tradición. Son tres de sus hijos: Miguel, Rafael y Carmen, y su nieto Blacho quienes están independientemente al frente de cada fábrica. “Ya para el año que viene el sueño de nosotros es ver este producto en los mercados internacionales”, complementa Miguel. (Lea también: Se tecnifica elaboración de las “Chepa Corinas”)
Una verdadera apuesta
“Te cuento que mi abuelo fue rey de las chepacorinas, era un orgullo para él hacer su producto”, describe Blacho, quien hace 17 años, cuando su abuelo aún vivía, montó su propia panadería donde producía chepacorinas. Ahora tiene una fábrica gigante, la más grande de todas, afuera del municipio, donde nos encontramos y donde además hacen casadillas, panochas, y su propia versión de las ricas Marialuisas. Ahí tiene cerca de diez panaderos y equipos industriales. De toda la descendencia de Francisco, Blacho es quizá el que más le ha apostado a las galletas al buscar industrializar la producción. Hace unos doce años registró la marca a su hombre y también ha creado sus propios empaques para cada uno de los productos que hace. “La visión fue montar este local por acá pensando en buscar que el producto se enviara más hacia afuera, la idea es expandirlas. Yo siempre digo que hay otras personas que han tratado de imitar a las chepacorinas pero no la han podido igualar”, sostiene. Junto a Blacho, Rafael y Miguel, también está Carmen Delia Díaz, la única mujer de la familia que ha seguido la tradición. Aunque su padre prefería que ella se dedicara a otras labores ella fue insistente... “Dije que sí iba a ser capaz, que sí puedo, comencé a hacer galletas”, comenta.
Las manos de todos ellos, con muchas otras manos de El Carmen de Bolívar, se han encargado de que un legado tan codiciado como el de Josefa se mantenga vivo y que cada año dé momentos de felicidad a cientos de miles de personas.
