Luego de más de sesenta años de vida profesional como abogado y escritor de libros sobre Derecho, el jurista Guillermo Guerrero Figueroa, de 87 años, reflexiona en esta entrevista sobre su vida y el destino de la profesión en estos tiempos tan complejos, luego de una pandemia global y en el instante en que publica su libro de memorias. Forjador de generaciones destacadas de abogados en Cartagena, se lamenta de que algunos de ellos, hayan transitado por caminos ajenos a la profesión.
¿Qué privilegió a la hora de escribir sus memorias a sus 87 años?
-Los orígenes. Nací en una casa grande de propiedad de mi padre Rafael Guillermo Soleno, el primer médico que tuvo Arjona, su madre fue italiana y el padre de su madre lo educaron para que estudiara medicina y se graduara en 1920. Al año siguiente, se especializó en asuntos intestinales en París. Yo nací en la Calle Juncal de Arjona, donde no he dejado de ir, porque aún viven familiares allá. En los próximos días iré a Arjona porque me van a homenajear mis coterráneos. Lea aquí: Guerrero Figueroa, el humanista más allá de la Constitución del 91
¿Qué piensa usted del ejercicio del derecho en los tiempos que vivimos?
-Al mirar el panorama actual, veo que los nuevos abogados no estudian ni se preparan. Van a las audiencias desprevenidos y sin prepararse, y se prestan para vagabundurerías que atentan contra la ética del Derecho. Pero al Derecho no lo tuerce nada ni nadie. Es una profesión sagrada. Los abogados europeos son muy preparados, tienen leyes diferentes, pero se preparan previamente para ir a las audiencias. De todas las Constituciones de América Latina, me llama la atención la de México, firmada en Querétaro en 1917, cuyo artículo 123 sobre el trabajo y el trabajador, se adelantó a la Constitución alemana de Weimar y a la de Versalles. También las constituciones del Perú, Puerto Rico y República Dominicana, son muy avanzadas. Soy optimista al pensar que prevalecerá la ética en las nuevas generaciones de abogados en Cartagena y el país.
En sus memorias usted nombra a Guillermo Cabanellas, ejemplo de humanista y jurista. Háblenos de su legado y vigencia.
-Guillermo Cabanellas era un sabio. Era uno de los mejores abogados del mundo, autor de muchísimos libros. Lo recuerdo, alto, gordo, sonriente. Cabanellas nació en Melilla, enclave de España en África, entre Argelia y Marruecos. Un día recibí la invitación de Cabanellas para que hablara en la Universidad de Melilla. Me dijo: “Tocayo, vas a hablar sobre los grandes abogados de América”. Pero al dirigirme a la audiencia en Melilla, pronuncié el mejor discurso improvisado de toda mi vida, y fue un homenaje a Guillermo Cabanellas. Hablé de su vida y de su altísimo ejemplo como humanista. Cabanellas me sorprendió cuando en 1971 se refirió a mi libro ‘Reivindicación del hombre y de la tierra en Colombia’, publicado por la Universidad Libre en 1959, y luego, se interesó por mi libro ‘De la Huelga’, publicado por la Imprenta Departamental en Cartagena, en 1971.
¿Cuándo fue la última vez que se encontró con Cabanellas?
-La vida me premió en varios momentos con Guillermo Cabanellas, quien me invitó a participar en las Jornadas de Derecho Laboral en República Dominicana, en 1976. Nos invitó a Buenos Aires en 1983, junto a un grupo de abogados de América Latina. Estaban: Oswaldino Rojas Lugo de Puerto Rico; Manuel Vélez y Teodosio Palomino, ambos de Perú; Balthasar Cavazos Flórez de México y Manuel Vives de Venezuela. En el aeropuerto de Buenos Aires nos recibió Cabanellas, quien nos invitó al restaurante Los años locos, en el corazón de la ciudad. Fue un encuentro eufórico con vino de Mendoza y mucha carne, aquel 12 de abril de 1983. En esa celebración, al día siguiente, en pleno almuerzo, Cabanellas sufrió una pancreatitis aguda y murió luego. Recuerdo sus manos despidiéndose de todos nosotros, cuando los médicos lo llevaban de urgencia al hospital. En su maleta se quedó su conferencia magistral que dictaría en ese congreso internacional. Prácticamente murió frente a nosotros. Desolado por su partida fui a comprar sus libros y cuando fui a pagar, el hermano de la esposa de Cabanellas me dijo: “Usted no debe nada. Cabanellas le dejó de regalo esos libros”. Me puse a llorar. Conservo la foto en la que aparecemos junto a Cabanellas. Nos acompañaban Teodosio Palomino, Oswaldino Rojas, Balthasar Cavazos, Víctor Álvarez. Se destaca en la foto la mirada aguda y vibrante de Cabanellas y su cabello blanco plateado. Los hijos de Cabanellas y su viuda siguieron con la editorial de su padre.
A sus 87 años, ¿qué miedos o temores le acompañan? ¿Cómo quieren que lo recuerden?
-Ningún temor ni miedo. He sido un hombre saludable y privilegiado. Me volví vegetariano y mis exámenes revelan mi salud. Me he casado dos veces. En 1955 me casé con Judith Arrieta en San Juan Nepomuceno y con ella tuve tres hijas: Viviana, abogada; Orieta, ingeniera civil, y Yanina, abogada. Judith murió muy joven. Me casé con Yadira Guerrero Sánchez y con ella tuve tres hijos: María de la Paz, psicóloga; Adriana, médica, y Guillermo, abogado. De mi relación con Elicena Jurado Coneo, nació mi hija Diana, que es psicóloga. Son siete hijos, profesionales todos, que se quieren mucho. A uno tienen que recordarlo es por sus obras.
El aporte del pensamiento del jurista Guerrero Figueroa está vigente. Allí quedan para las nuevas generaciones de abogados sus libros sobre ‘El salario en la legislación colombiana’ (1965), ‘Introducción al derecho del trabajo’ (1982), ‘El trabajo en la Constitución de Colombia’ (1992), ‘Compendio de Derecho Laboral’ (2001) en cuatro tomos; ‘Teoría general del derecho laboral’ (2003), ‘El trabajo y su reglamento en América’ (2004), ‘El derecho laboral en la Constitución Nacional’ (2008) ‘Derecho colectivo de trabajo’, con once ediciones, ‘Un canto a la vida y al trabajo’ (2010), ‘Filosofía para un buen vivir’ (2011), ‘Genios’ (2020), y ‘Vida y obra (2021).
El abogado donó recientemente su biblioteca personal con miles de libros atesorados a lo largo de toda su vida a la Sociedad Portuaria de Cartagena, que decidió bautizar la biblioteca con su nombre. En Arjona se prepara un homenaje y se develará un busto en su ciudad natal. Lea además: Guillermo Guerrero Figueroa: El humanista que ha tallado su mármol
Guillermo Guerrero Figueroa vive en una casa sombreada de la calle Murillo Toro, en Torices, una antigua casa que era de madera y él ha restaurado en tres niveles, y donde reside con su esposa Yadira y algunos miembros de su familia. Goza del cariño de sus siete hijos, sus siete nietos y un bisneto. En las paredes hay fotos de sus padres y su estirpe, e innumerables condecoraciones recibidas en su fecunda existencia como jurista. A su edad no deja de soñar con el viejo patio de infancia en Arjona, y reencontrarse con su madre Adriana Figueroa del Río, que siembra rosas y cuida los pájaros en su enorme pajarera, y lo contempla con sus intensos ojos azules, como si no hubiera partido hace 74 años. Hace poco, la preciosa letra inglesa de su madre se hizo visible en las manos de su esposa Yadira, en un fulgor espiritista al atardecer, y le dictó unas palabras desde la otra orilla: “Cuida a mi hijo. Te quiero mucho”. La mirada de la madre parece despertar del retrato en blanco y negro.
