Edita continúa dedicándose al campo, pero sueña con una casa donde vivir fuera de El Salado. //Foto: Óscar Díaz - El Universal.
La vida es un azar. Para que seamos ahora parte de los vivos han pasar una sucesión de infinidad de hechos, el universo debe conspirar de diferentes formas para que existamos: para que estemos incluso leyendo esta página, con esta historia que habla de eso, de la posibilidad de morir que nos acecha a diario y del milagro de que estemos respirando. Rozar la muerte tan, tan cerca y ni siquiera olerla es quizá una proeza de las misteriosas casualidades de nuestro destino.
Edita del Socorro Garrido Meza lo sabe bien. A sus 58 años, ha visto la muerte recorrer horrorosamente las calles de su pueblo. No son muertes de cualquier tipo de las que escuchó y las que hicieron que ella se desplazara. Fueron horrorosas, siniestras, macabras, feroces, sanguinarias, nefastas y a las que les cabe cualquier otro adjetivo funesto.
Edita, en el año 1997, en aquel marzo tenebroso y horrendo, escapó con su esposo y sus cinco hijos cuando escuchó que un grupo de paramilitares había llegado a cumplir con la amenaza de asesinar a unos pobladores. El grupo armado ilegal arribó al pueblo partiendo puertas y causando destrozos. Ella, como muchos otros habitantes de El Salado, corregimiento de El Carmen de Bolívar, en los Montes de María, prefirió marcharse.
La huida
La Semana Santa se aproximaba en ese marzo y, con ella, Edita se alistaba también a recibir las fechas santas, como es costumbre en los pueblos del Caribe de Colombia, preparando dulces típicos de coco, de ñame, de yuca, de papa. Ya había picado las frutas y las legumbres para prepararlos pero debió marcharse... Terminaron pudriéndose y los cultivos en el campo que cosechaba con esmero también se perdieron.
Los paramilitares habían llegado a la 5 de la mañana del 27 de marzo de 1997. “Nosotros vivíamos por el sector de abajo y por nuestra calle no pasaron”, recuerda y menciona que, en aquella oportunidad los bandoleros asesinaron, a cinco personas y causaron el desplazamiento de los salaeros.
“Como somos pobres -narra- y como no teníamos ni plata para los transportes, nos desplazamos a los cuatro días, con lo que teníamos puesto, mi esposo (que era ebanista) y mis cinco hijos. Nos fuimos para El Carmen de Bolívar y luego para Villanueva, Bolívar, porque mi esposo tenía familia allá”.
Regresar
Las plantas estaban secas y los cultivos se habían perdido. A los tres meses, cuando se decidió a regresar, porque no tenía más alternativas que volver, Edita encontró que sus siembras no eran más que maleza y volvió a comenzar de cero. Lo hizo junto a Jaime, su esposo ebanista, y a sus cinco hijos.
Retomó una vida que ya no volvió a ser tranquila. Tres años después, el 16 de febrero del año 2000, los paramilitares comenzaron a amenazar al pueblo y volvieron a tomarse El Salado en una incursión sanguinaria. 450 paramilitares, apoyados por helicópteros, asesinaron a más de 60 personas en estado de total indefensión, cometieron violaciones, vejaciones sexuales contra las mujeres y agresiones contra los hombres. Y, además, causaron el desplazamiento total del pueblo, incluyendo a Edita y a su familia que, por segunda vez, huían de su hogar.
Los ataúdes que tenía su esposo ebanista en su inventario no alcanzaron para los tantos cadáveres que fueron sepultados en fosas comunes. (También le puede interesar: El Salado: indignación por fuga de autor de masacre)
Volver a regresar
Pasaron dos años, antes de que Edita se atreviera a volver a El Salado. Cuando lo hizo, la casa que había dejado en pie estaba destruida. Ya no había ni rastro de las huertas que cultivaba. Así que comenzó a sembrar nuevamente para volver a la vida que había dejado atrás. Lo hizo en el patio de un tío, un terreno de poco más de media hectárea. “Sembré tabaco ahí, porque nosotros no podíamos salir a sembrar a más de cuatro kilómetros de El Salado”, recuerda.
“Estuve en el 2002, 2003, 2004 y hasta en el 2005, trabajando ahí. Sembré tabaco, yuca, melón, ají dulce, de todo, por allá me metía yo a buscar leña”, añade. Mientras lo hacía, nació el sexto de sus niños, los otros hijos la acompañaban a sembrar y también jugaban en esas mismas tierras que acostumbraban a caminar todos los días.
Ciertamente, eran caminos azarosos y de un riesgo desconocido por esa familia. Edita se enteró de que el riesgo de la muerte estaba ahí escondido, latente, bajo tierra, cuando miembros de la Fuerza Pública llegaron a su puerta para hacer una inspección de rutina.
—Edita, ¿le puedo mirar el cultivo?
—¿Para qué?
— No, déjeme mirar a ver...
—Entre, pues...
—Don Jaime, doña Edita, aquí hay minas...
—¿Cómo así?
—Usted ha pasado cerquita de esas minas.
Dos estallidos
Los expertos en minas antipersonal de la Armada Nacional habían detectado dos artefactos explosivos en el suelo del terreno que la señora Edita y sus hijos transitaban. (Lea también: Especial las vidas de El Salado, 20 años después de la masacre)
“Ellos me dijeron que la mina puede demorar cinco, seis años, pero después de que esté activa... si la pisan, dispara. La gente decía que ‘de vaina las minas no mataron a esa señora’. Fue el mismo Dios que no quiso que me mataran las minas”, afirma.
Los artefactos explosivos fueron detonados por los expertos en 2005. Los estallidos sonaron en todo el pueblo como aquel eco de una guerra que seguía mermando sus vidas. Aunque se sabía en todo El Salado que las dos explosiones serían controladas, aquel sonido no dejó de causar estupor.
Luego, tras verificar que esas tierras ya estuvieran libres de explosivos, los militares le dijeron a Edita: “Ya puede cultivar tranquila”.
Epílogo
La tranquilidad es algo que no ha vuelto al corazón de Edita Garrido. Ella anhela con vehemencia que alguien le regale una casa “con escrituras y todo”, fuera de El Salado, porque, a pesar de que ya no hay guerra, ya no quiere estar más ahí.

Libre de sospecha de minas
Hace unos días el Gobierno les entregó a los salaeros 12.733 metros cuadrados libres de sospecha de minas antipersonal. Se espera que toda la región esté libre de esa amenaza en mayo de 2022. La entrega fue en el marco de una visita de la Consejería Presidencial para las Regiones que informó que la campaña “Juntos por El Salado” avanza a paso firme con un 90% de cumplimiento. En la zona, las autoridades han logrado declarar 37 sectores, entre ellos El Salado, como libre de sospecha de minas antipersonal, gracias a la acción sostenida y coordinada de la Oficina del Alto Comisionada para la Paz y la Agrupación de Explosivos y Desminado de la Armada de Colombia. Además, en la zona 800 personas han sido beneficiadas directamente y 18.000 indirectamente, con capacitaciones en Educación de Riesgo de Minas por parte de la Armada.
En cifras
72
infantes de Marina expertos en desminado humanitario han permitido, gracias a su trabajo, que la población retorne a sus territorios. Los campesinos están sembrando sus cultivos de ñame, yuca y aguacate, aportando a la reactivación económica de la región.
82
artefactos explosivos se han neutralizado en el área de Carmen de Bolívar, de los que 43 son minas antipersonal y cinco de estas estaban ubicadas precisamente en El Salado.
12.733
metros cuadrados libres de sospecha de minas antipersonal entregó la Armada de Colombia, luego de cinco años de labores de despeje a través de la Agrupación de Explosivos y Desminado.