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Agosto vuela en las cometas de John Sosa

John Sosa es un magíster a cielo abierto. Las cometas lo han llevado a recorrer los cielos del mundo, desde el Valle de Aburrá.

Agosto vuela en las cometas de John Sosa

John Sosa.//Foto: Cortesía.

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Con tantos años de estar inventando cometas, John Sosa (Medellín, 1953) es un magíster a cielo abierto. Las cometas lo han llevado a recorrer los cielos del mundo, desde el Valle de Aburrá. Lo conocí hace muchos años callejeando por los rincones de Medellín y lo encontré trabajando en una librería, siempre al pie de los libros, impulsando una revista de poesía, o flotando en puntillas bajo las alas de sus cometas.

John es un hombre de paciencia. Un ciudadano puntual que desde hace cuarenta años espera los vientos de agosto para llenar el cielo de cometas de todos los colores. Cometas que son trenes, gusanos que surcan entre las nubes, pájaros de papel o tela que vuelan más alto que los pájaros de carne y hueso bajo el cielo de Medellín. John Sosa no solo es el consagrado confidente de sus cometas, es un hombre de una palpitante y conmovedora sensibilidad, sin ínfulas, que diseña milagros con la palabra, la fotografía, el video, los colores, un hombre discreto, casi invisible, que va por las calles de su ciudad natal inventando motivos para no dejarse atrapar por el infortunio de nuestro tiempo. Él solo tiene tiernas y cómplices palabras para nombrar sus cometas en la soledad de su habitación o en el regazo bondadoso de la brisa: son mis novias del viento. Con esa paciencia que tiene para descubrir metáforas para sus poemas, elige las varitas con las que hará las cometas. Primero las dibuja y luego las construye con la leve arquitectura que tienen las nubes. Pero la levedad tiene sus secretos: juntar las varitas, crear la estructura de un pájaro o un tren, un gigantesco murciélago o un gusano multicolor, tiene sus mañas y sus trucos. (Le puede interesar: Jhowany Sánchez, el hombre de las cometas gigantes)

Cometero a flor de labios

Elevar cometas es una vieja tradición en el Valle de Aburrá. Cuando yo era niño, las veía volar en las manos de los niños y los adultos. Con las varitas delgadas y resistentes de la caña flecha que usaban y siguen usando los indígenas, se hacían las cometas bajo la luna menguante. El viento del este que zumbaba en el valle y en el horizonte de Copacabana atraía a las cometas. La gente elevaba sus cometas frente al río Aburrá que luego se llamaría río Medellín o río Nechí. Frente a ese río que fluye de norte a sur en 75 kilómetros y 24 kilómetros de anchura, volaban las cometas de agosto.

Volar fue siempre un deseo de los seres humanos hace más de dos milenios, mucho antes de la invención de la escritura. Y fue un chino el primero en elevar sus sueños al cielo. Se cree que la primera cometa apareció en Oriente por los años 2600 antes de Cristo, precisa Sosa. Junto al descubrimiento de la seda, apareció la cometa. La primera cometa china la elevó Mo Zi en la remota tarde de hace 25 siglos. Aquella cometa era de madera. La lanzó al aire como quien arroja un deseo al abismo y la vio sostenerse batallando contra la ansiedad de la brisa. Luego, a los cometeros chinos se les ocurrió sujetarle a la cometa unas pequeñas flautas para que silbaran en el aire. Ese deseo de los cometeros se fue perfeccionando en los siglos XVII y XVIII. La humanidad vio elevar en el cielo una cometa de 550 metros cuadrados y otra que tenía una envergadura alar de 14 metros y de altura 7,60 metros, y para que volara en una tarde sin viento necesitó a cien hombres para remontarla en Weifan, China, cuenta John Sosa. Las cometas hexagonales, rectangulares, cuadradas y circulares que conocemos hoy fueron un proceso de siglos. Cada vez se reinventan con nuevos diseños y propuestas estéticas. Las cometas ascienden a las nubes tras el enjambre de las estrellas. Porque no solo se elevan de día, también de noche. Y hay viento en las noches y una luz distinta para elevar las cometas. Los cometeros fuimos buscando una ventana en el cielo para elevar nuestras cometas, en una ciudad cosmopolita como Medellín, donde las alas de las cometas se tropiezan con los rascacielos, no es fácil llenar de cometas el cielo de agosto. Ahora las elevamos de noche y se sumergen en la luz que duerme en la oscuridad. Es una sensación extraña y hermosa la de elevar cometas por las noches. Era como ver convertidas las alas de las cometas en murciélagos y verlas brillar bajo las estrellas. Fue así como escribí del 1 de enero a otro 1 de enero un libro que titulé Tratamiento o ilusión del verano, y cada poema se escribía después de remontar las cometas.

La escritura del viento

John Sosa nació en el Valle de Aburrá y es el hijo de Jorge y Teresa, unos jóvenes que se enamoraron en las entrañas de ese mismo valle donde él ahora escribe y eleva sus cometas. Con la misma pasión con que tensa los hilos de agosto para que la luz ascienda a las nubes, John fundó en 1979 la revista de poesía Punto Seguido, y ha promovido a cielo abierto, como un gestor de espacios públicos, desde su Casa del alto de la nube, innumerables aventuras culturales a lo largo del año en la capital de Antioquia, como “Suelta más hilo, Susana”, “Ciudad Mágica de Ala Transparente”, esculturas y exposición aérea de pintura: “Los labios del cielo”. Fue invitado a la V Bienal de Arte de cometas “Artes del Cielo” y presentó por primera vez las Cometas de Latinoamérica al Puerto de Dieppe, Francia en 1988. Es autor de libros inéditos: Goce de adentro, Cataviento, El correo de la niebla. Ha publicado: Libro de Andrómeda y otros poemas, (postfacio de Lucía Estrada), Ediciones Andrómeda, Costa Rica, 2008. Sus poemas y escritos han aparecido en revistas de Colombia y del exterior: Mele, Matèrika, Dunganon, Ojo de aguijón, Realidad Aparte, Ulrika, Prometeo, Otras Palabras, Casa de Poesía Silva, Interregno, Puesto de Combate, entre otros. En 2009 participó en la exposición internacional de surrealismo Umbral Secreto.

El viento convertido en poema

Ahora son el viento y los cometas las que se han convertido en poemas. El viento que barre las impurezas del mundo y purifica los augurios del desencanto y conjura las señales de la guerra. John Sosa vislumbra en ese mismo viento el ímpetu que poliniza la esperanza sobre el Valle de Aburrá, acaricia y consuela como viento de alas de ángel las iluminadas escombreras de la muerte. Sus manos se aferran al hilo que trenza secretos entre la tierra y el cielo, en el remoto ritual de volar maniobrando el sendero invisible de la brisa. “El viento es el primer elemento sin el cual ningún cometero puede realizar la cuerda la ilusión”, confiesa. En ese ritual John Sosa tiene la rara y plácida sensación de ser otro pájaro en tierra, de ser tan liviano como para soñarse aéreo, distante de toda gravedad y olvidarse por unas horas del peso abrumador de los tormentos que perturban al mundo. Solo ahora lo que cuenta es que todo está en el aire antiguo del universo y en sus pulmones entra y sale el aliento de los pájaros para mantenerse en el equilibrio de las nubes. Y tiene el pálpito infantil de que sus cometas son acaso pájaros encarnados emisarios de esperanzas aleteando en el oscuro corazón de los hombres.

Epílogo

Vino agosto a iluminarme con las noticias de John Sosa, el viejo y entrañable amigo cometero y poeta que prepara en este agosto el vuelo de doscientas cometas con diseño francés y montaje propio. Lo recuerdo con su barba de monje elevando cometas en Medellín. Un caso excepcional en Colombia. Sale el 15 de junio de cada año a proclamar la salvaguarda del viento en el planeta, con un verso de Alejandra Pizarnik: “Hay que salvar al viento”.

Ahora su voz cruza la montaña y llega hasta el mar de Cartagena de Indias. Me dice que desea venir algún día a Cartagena a elevar sus cometas frente al mar. Le digo que el mar lo está esperando. (Le recomendamos leer: Alberto Linero en los hábitos del amor)

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