La fachada de la casa de Yazmín Mercedes Cantillo Cabarcas está adornada por cactus que parecen infinitos y otras plantas de flores vistosas que sobresalen ante el peligro inminente y ante una realidad que atestiguan todos sus vecinos:_son las flores de una vida algo “pantanosa”, en el sentido literal de la palabra, que viven ella y su familia.
Pasadas las tres de la tarde de un miércoles, llegamos a la calle Santa Matilde de El Pozón, atraídos por el llamado de auxilio que hacen esos mismos vecinos para con ella, y atravesamos una pequeña terraza cercada por una verja enclenque de listones semipodridos que sostienen alguna especie de estantes donde están las plantas. Hay matas de varios tamaños y estilos. El humo de la leña inunda el sitio, también un olor a comida recién hecha o que se cuece. Entramos a la casa, en la manzana 65 del sector Central de El Pozón, que más bien es un rancho remendado, con paredes de una madera vieja también, que el “lobo” de la naturaleza podría soplar y soplar hasta derribar. Yazmín nos invita a pasar, cordialmente. Además nos invita a sentarnos pero no hay mucho espacio donde acomodarnos y nos quedamos de pie. (Vea también aquí: El Pozón: “Si nuestras casas fueran invasión no tendrían contadores de servicios públicos” [Video])
“Yo era cochera. Tengo aproximadamente dos años de ser cochera -me explica-, pero por medio de un accidente que tuve me dieron una incapacidad de 40 días y no pude seguir trabajando”. Señala una herida en un dedo en uno de sus pies y aclara que, cuando dice cochera, no se refiere a arrear caballos cocheros, sino a manejar ‘carricoches’, como los llama ella, o más bien bicitaxis, un oficio al que llegó cuando el “barro apretó” y quiso ayudar a su marido, cuenta. Lo hacía en un supermercado de la entrada a El Pozón, donde se turnaba el servicio con otros hombres y donde utilizaba una bicitaxi alquilada. “Allá debo tener mi cupo todavía”, refiere.
Volviendo a su casa, en la pequeña sala reposan dormidos en un viejo sofá dos gatos pequeños, son las mascotas del hogar, junto con un perro y un par de gallos y gallinas. Por las paredes de madera, remendadas por tramos, se cuelan las luces exteriores que mueren sobre los pisos y estantes. El techo son láminas de zinc sobrepuestas, con agujeros, rendijas por donde el sol penetra sus chorros de luz y, también, donde entra la tempestad. “Tengo 15 años de estar viviendo aquí, llegué aquí por medio de mi familia. Salí embarazada de mi segunda hija y cuando parí mi segunda hija vino mi tercer embarazo - yo tengo seis hijos-. Mis tías me ayudaron con el lote. Yo, con el esfuerzo y trabajo, pude construir esto. Yo fui recolectora de basuras, con eso fue que pude arreglar mi casita, fui trabajadora en una casa de familia, he tenido que hacer muchas cosas para levantar a mi familia”, detalla y se interrumpe para hablarme de la lluvia, esa que tanto la preocupa a ella, pero que también desvela a muchas otras familias en El Pozón o en Cartagena, que viven en circunstancias similares, con el temor, el miedo latente, de quedar atrapados entre lo poco que tienen o destechados. Debe ser toda una calamidad. “Cuando llueve, mejor estoy afuera porque adentro también se moja todo. Hasta el escaparate”, dice ella.
Un vecino me comentaría después que sí, que Yazmín se refugia en otras casas cuando la lluvia es muy fuerte. “La mayoría del tiempo no he tenido padre para mis hijos. Tengo a Bernardo, de 16 años; a Xavier, de 14, y a Yulai, de 12. Tengo otra de 10 años, que vive la familia del papá, otra de 17, que vive en Santa Rosa, y otra que está en Venezuela. Tiene 21 años”, relata sobre sus hijos. Y me cuenta que ahora mismo convive con un compañero sentimental que le ayuda en las cosas de hogar y a que no falte la comida. (Lea también: “Que arreglen los dueños”: respuesta a damnificados por lluvias en El Pozón).
¿Por qué la casa está tan deteriorada ahora?
- No sé. Será por tanta lluvia, se moja todo, y porque no podido arreglarla. El papá de los niños hace como tres meses mandó 80 mil pesos y yo compré esas tres láminas de zinc y me regalaron esas otras tres, entonces como ahí tenía un listón, dije que poco a poco iba arreglando. Mire lo que tuve que hacer ahí (señala hacia un remiendo en el techo), para que no se mojara el cuarto donde duermen mis hijos, porque son chorros de agua los que caen cuando llueve y yo no quiero seguir viviendo así. Igualmente, si tuviera yo un trabajo que fuera honorable a mí, yo diría, pongo a vivir a mis hijos como yo quiera. Cuando tengo mi platica, compro todas las cosas que mis hijos necesitan. Tengo personas aquí, en el barrio, que me ayudan, saben todo lo que he tenido que pasar para poder tener este rancho.
¿Qué es lo que has tenido que pasar?
- Muchas cosas. Muchas... (silencio) Es duro lo que estoy viviendo ahora, pero yo sé que detrás de esto viene algo bueno. Hay gente que me ha cuestionado. Hay gente que me dice: ¡Arregla la casa!, si tú puedes, pero he tocado puertas para que me den otra oportunidad, porque uno merece mejores oportunidades, porque si yo estoy caída, es duro levantarse uno solo. No he conseguido nada.
Los tres hijos que viven con Yazmín están ahora en esta misma pequeña sala junto a ella, que nos cuenta que hace todo lo posible para que sigan estudiando, para que estén bien, para arreglarles su habitación de tal forma que no les llueva adentro.
“He tenido tantos problemas, tantos problemas que no sé qué pasa, que yo a veces siento que algo está mal. Trato de salir adelante, pero nada. He metido varias hojas de vida pero nunca me ha salido un trabajo. Si yo tuviera un trabajo digno de mí, yo ayudara también a muchas personas. En este momento, la verdad, no recibo ninguna ayuda ni subsidio del Gobierno”, relata. Y añade:_“La comida la estoy recibiendo del muchacho con el que estoy viviendo, las tres comidas no faltan, pero a veces se pone la cuestión dura. Yo cocino con gas propano, pero tengo ahora mismo un mes que se me acabó el gas”. Nos enseña el menú del día que prepara en el fogón de leña, son frijoles con codillo. Y nos cuenta que de la vivienda quisiera arreglar muchas, muchas, cosas.
“A la fachada se le cayó la sábana que tenía con el invierno, porque tenía era una sábana, como pude, compré unas estivas y yo le emparepeté. A veces, cuando llueve así con brisa, la semana antepasada hubo un ventarrón que yo pensé que iba a quedar sin techo, pero la misericordia de Dios es tan grande que no fue así.
“Quisiera cambiar, tener victoria en Jesús. Tener un buen trabajo, que mis hijos estén protegidos, que nos les pase nada”, sostiene.

Epílogo
Antes de marcharnos, una señora de unos 70 años nos aborda afuera, con una carta dirigida a la antigua Electricaribe, piden la reparación de un poste averiado que podría colapsar. La carta está fechada el 19 de marzo de 2019 y firmada al menos por 20 vecinos. De irse abajo el poste, posiblemente caería encima de la casa de Yazmín. Pienso en aquellas cosas de las que hablaba ella, que pasan en su vida sin saber por qué. Será cierto eso de que al caído caerlo o de que las peores cosas le suceden a los más necesitados.
También llega a nosotros, antes de marcharnos, Héctor Salas Berrío, otro vecino que nos cuenta que vive solo en un rancho, en la misma calle, hace cinco años, que fue deportado de Venezuela y que toda su familia se quedó en ese país. Nos dice que sabe reparar electrodomésticos de refrigeración. Que lo ayudemos a tener un trabajo. Y el mismo Jonathan David Ballesteros, otro habitante de la calle Santa Matilde, quien nos contactó para que visitáramos la casa de Jazmín, nos cuenta que él hace cinco años se graduó de diseñador gráfico, pero nunca ha podido trabajar y, también, nos pide que lo ayudemos a conseguir un empleo.

