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Cepeda Samudio me habló de una tal Juana

El último libro del escritor barranquillero no es tan conocido como su única novela, pero destaca por ser un experimento único dentro de la narrativa colombiana.

Cepeda Samudio me habló de una tal Juana

Portada de ‘Los cuentos de Juana’ ilustrada por Alejandro Obregón.

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La producción literaria de Álvaro Cepeda Samudio es pequeña. Solo publicó Todos estábamos a la espera (cuentos, 1954), La casa grande (novela, 1962) y Los cuentos de Juana (cuentos, 1972). Infortunadamente, su vida fue igual de breve (1926 - 1972, 46 años). Su obra periodística, que es algo más extensa, ha comenzado a ser redescubierta, pero hasta el día de hoy su fama reside en el hecho de ser uno de los autores caribeños más interesados, y osados, en el terreno de la prosa experimental.

Sus dos primeros libros son prueba de aquello. Están llenos de diálogos crípticos, de relatos contados en desorden, personajes con motivaciones difusas, escenas que se rehúsan a tener una ubicación precisa en el tiempo y donde, a veces, no está claro quién está haciendo qué y por qué. A mi parecer, son interesantes, pero no he venido hablar de ellos, sino del que más disfruté, Los cuentos de Juana, que también fue mi primer contacto con el escritor. (Lea aquí: Álvaro Cepeda Samudio: Un escritor innovador)

En cuarto de primaria nos dieron una hoja para una actividad de comprensión de lectura. El texto era “Desde que compró la cerbatana Juana ya no se aburre los domingos” y en él se expone la nueva rutina de fin semana de la susodicha: sentarse en su balcón para apuntar su arma al estadio que le queda en frente y matar jugadores de fútbol disparando dardos “que ella misma fabrica durante la semana con taquitos de madera y puntas afiladísimas de agujas de coser número 50 y que luego envenena cuidadosamente”.

Cada vez que un jugador “cae con gran desorden, el balón sigue rodando, se suspende el juego unos minutos mientras sacan con gran aspaviento el cuerpo tendido sobre el campo, pues el equipo contrario protesta porque estorba la continuación del encuentro; la acción se reanuda y Juana se prepara para el próximo dardo”.

Todo eso viene después de un preludio inofensivo donde se dice que los domingos de la chica solían ser “tremendos”, que ella vivía sobre el restaurante “El pez que fuma”, el cual llevaba un aviso de neón que era “un milagro de imaginación y cursilería”, y que la tienda de la Calle de las Vacas (Barranquilla) donde encontró la cerbatana tenía una publicidad engañosa sobre un “camioncito alemán” que nunca está ahí.

El desparpajo y el aire de denuncia de la historia me resultaron tan novedosos que el libro me quedó sonando durante muchos años hasta que finalmente lo conseguí cuando compré la obra reunida de Cepeda (aunque, tristemente, la versión de Alfaguara no trae las ilustraciones de Alejandro Obregón). Lo que encontré me sorprendió, aunque advierto que en Los cuentos aparecen temas más escabrosos y delicados que los homicidios caricaturescos de la protagonista.

Un libro raro

La actitud irreverente y aventurera se nota desde el prólogo, donde Cepeda anuncia que él y Alejandro Obregón, quien fue muy amigo suyo, están “cansados del arte que se hace hoy y que se ha hecho en toda la historia”. También se anuncia en el primer “cuento” (más bien un guion), que se llama “Las muñecas que hace Juana no tienen ojos”. El texto está lleno de alusiones a La casa grande y presenta a Juana como si ella fuera un personaje de aquella novela. Al final, una de sus hermanas la saca de ese mundo: es ahí donde comienza realmente Los cuentos, que es un paso adelante para la obra de Cepeda Samudio, porque toma algunas cosas de sus libros anteriores, pero va más allá de sus temáticas y estéticas.

La acción ya no ocurre en una época y un lugar que el lector debe intuir a partir de la Historia colombiana, sino explícitamente en Ciénaga, en Barranquilla y en Sabanilla. Esto le da al autor la oportunidad de introducir detalles con “sabor”, como decir que los huracanes nacen en Siape (un barrio de Barranquilla) y frases tipo “eso no es griego: es cienaguero: el que se murió se jodió”. A pesar de que transcurre en el siglo XX y aparecen personajes de la vida real, más que todo el Grupo de Barranquilla y sus allegados, también están Fray Bartolomé de las Casas y el Barón von Humboldt, quién vaya a saber por qué. (Lea además: El origen de Álvaro Cepeda Samudio)

Si La casa grande era una obra sumamente fragmentaria, esta lo es más, al punto de que la continuidad no le importa. A veces Juana es solo una rubia, a veces su pelo es literalmente de oro; a veces es costeña, a veces una “gringa extravagante”; las circunstancias de su infancia y de su muerte cambian de una pieza a otra y aunque su personalidad es relativamente constante (sarcástica, depresiva y cruel), ella es más un esbozo que un estudio psicológico.

A pesar del nombre, Los cuentos de Juana no es un libro de cuentos en sentido estricto. En primer lugar, son pocas las piezas que tienen una estructura “redonda” donde aparece un problema concreto con un principio, nudo y desenlace; más bien, predominan las situaciones sin resolución y las anécdotas que derivan hasta retomar el tema inicial. Segundo, no solo hay narraciones, sino también diálogos donde no se indica quién está hablando (uno de los trucos favoritos de Cepeda), esbozos de guiones cinematográficos, o simples bromas literarias como un largo comentario sobre el señor de la Avena “Quáquer” que culmina en una retahíla hacia el infinito (ver el recuadro, arriba).

Lo que más distingue a este libro del resto de la producción de Cepeda (y que en mi opinión lo hace más accesible) es su sentido del humor, algo que demoró mucho en aparecer en los textos literarios del barranquillero. Son relatos llenos de juegos retóricos, de ironía y de situaciones absurdas. Ya he citado varios ejemplos en este artículo, pero vale la pena resaltar otros más, como la ridícula orden de franciscanos que adorna sus sotanas y biblias con el pelo de oro de Juana, el completo desinterés del artista barranquillero Noé León por la fama que su obra ha ganado en Alemania o la lotería de animales de Fray Bartolomé, hecha a punta de acertijos sacados de los versos de Luis de Góngora.

Pero a pesar de todo, las peripecias de Juana acaban mal. Cepeda había anunciado desde el prólogo que ella estaba “rota” y que terminó suicidándose (lo cual sucede el día de su boda). A eso se dedican las últimas tres piezas de la obra, que son de un temple melancólico y aluden explícitamente a la ópera de Benjamin Britten The Rape of Lucretia, que escenifica el dolor y posterior suicidio de Lucrecia, personaje mítico-histórico romano, tras ser violada y sentirse una mujer adúltera. Los problemas sociales que desata la idea del “honor mancillado” ya habían aparecido en La casa grande. Juana misma había sugerido el tema al recordar la historia bíblica de Tamar, violada por su hermano Amnón. La tristeza, la crítica social y el humor negro se alternan libremente a lo largo de cuentos, como el de un ahogado que nadie reclama como suyo, el de una mujer comida por sus propios perros, el de cómo Juana se estrella de niña contra el piso y el de “la triste historia del esposo que se emborrachaba todas las noches porque tenía una esposa fea que a su vez tomaba Ron Blanco todo el día porque su triste historia consistía en que su marido era feo. Así vivieron felices hasta la eternidad”.

Como bien lo nota Nazanin Mehrad en un artículo (2014) de la revista Mitologías Hoy, esta es una obra que “invita a abrirse ante una literatura dinámica y experimental. [Para su autor], hay que dejar que la literatura evolucione libremente, gozar de ella y de las infinitas formas que puede adoptar”. En Los cuentos de Juana hay de todo un poco: hay vanguardia, crítica y lúdica. No garantizo que el libro le vaya a gustar, pero sí que no encontrará nada que se le parezca en la literatura colombiana. (Lea también: Un experimento arriesgado)

En la lata que sostiene en su mano derecha el hombrecito de la avena Quáquer hay otro hombrecito que también sostiene en su mano derecha otra lata de avena Quáquer, en la que aparece otro hombrecito que sostiene en su mano derecha otra lata, en la que un hombrecito sostiene en su mano derecha una lata de avena Quáquer que muestra un hombrecito sosteniendo en su mano derecha una lata en cuya etiqueta se ve claramente un hombrecito que muestra sostenida en su mano derecha una lata de avena Quáquer en la que se distingue, ya no muy claramente sin ayuda de una lupa, un hombrecito que sostiene en su mano derecha una lata en la que, sin duda alguna, y ya se hace necesario usar un instrumento más potente que una simple lupa, debe aparecer otro hombrecito, vestido también como el primero, que sostiene en su mano otra lata de avena Quáquer.

-Del cuento ‘A García Márquez le oyó Juana’.

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