Fue una cirugía de seis horas. Los médicos debían reparar las vértebras L1, L2, L3, L4 y L5 para que Julio Adrián Julio Sierra volviera a caminar, para que se aplacaran sus dolores. Aquellos dolores aún azotan sus huesos, sus ganas y, sobre todo, su mente. Ese dolor grande que todavía le agobia el pensamiento comenzó a sus 25 años, cuando un edificio se le vino encima. Fue el 27 de abril de 2017.
Adrián -como le dicen todos- llevaba algún tiempo sin trabajo y, por consejo de un cuñado, envió su hoja de vida a la construcción del edificio Portales de Blas de Lezo II. Sería ayudante de electricidad. “Tenía quince días trabajando ahí. A penas estaba conociendo a los otros obreros cuando pasó lo que pasó”, narra.
El edificio de seis pisos en construcción sería un conjunto de apartamentos que se levantaba sobre una esquina del tradicional barrio, un sector residencial de clase media de Cartagena. Como Adrián, el resto de obreros provenía de sectores populares, de barrios como El Pozón, Olaya Herrera y Nelson Mandela.
Ese 27 de abril de 2017 Cartagena se paralizó con el trágico colapso de Portales de Blas de Lezo II, edificación que se había hecho con materiales de mala calidad, y su saldo fatal de 21 obreros muertos y 22 heridos. Adrián es uno de los sobrevivientes. (Lea aquí: Portales de Blas de Lezo II, el edificio de papel)
“Estuve cuatro horas enterrado”, narra. “Cuatro horas y quince minutos”, corrige, con un dejo de impotencia en su voz. Cuatro horas que no olvida, porque ese día su vida cambió. “Esa fue una experiencia muy triste. Me trae recuerdos muy tristes (...) Estaba en el tercer piso picando unos muros por donde el cuñado mío iba a poner unos cables. En ese momento salí a uno de los pasillos a ayudar a un compañero que estaba en otro de los apartamentos en el mismo piso, pidiendo auxilio, cuando el edificio se cayó”, recuerda.
Los rescatistas atravesaron los escombros que sepultaron vivo a Adrián y a todos ahí. Primero le hicieron llegar un tubo de oxígeno para evitar que se asfixiara y, luego, consiguieron sacarlo del montón de concreto, bloques y cemento. (Portales de Blas de Lezo II: un drama que no se acaba para las víctimas)
“Recuerdo que la misma presión —de estar enterrado— no dejó que perdiera la conciencia, yo gritaba y pedía auxilio”, detalla. Cuando pudieron lo trasladaron a una clínica y se enfrentó a otra realidad que aún le agobia.
“Duré tres meses hospitalizado. Tuve que esperar un mes para que pudieran operarme. Tenían que reconstruirme la columna”, detalla. “Después pasé otro mes de recuperación en mi casa, no podía moverme”, añade.
“Primero tuvo puesto un corsé, para ver si funcionaba, porque los médicos no se atrevían a operarlo. Estaba completamente recto en la camilla, no se podía levantar, ahí había que hacerle todo, bañarlo y todo. Luego sí lo operaron”, detalla su esposa Kelly Caro.
Tuviste que aprender a caminar...
- Sí, como un bebé. Con pura terapia.
¿Cómo te sientes en este momento?
- Desde entonces no he podido volver a trabajar. No he vuelto a ser el mismo. A veces siento que me duele el cuerpo, siento como un cansancio que tengo que acostarme para recuperar fuerza. Tengo afectado el nervio ciático de la pierna izquierda que también me operaron (...) Realmente ahora no he vuelto al médico, tengo temor de que me digan que tengo que volver a operarme.
¿Cómo has hecho para sobrevivir entonces?
- Gracias a Dios, tengo unos ángeles que han estado en mi camino para ayudarme. Gracias a mi mamá y mi papá, y a mi suegra. En este momento vivimos gracias a ellos. Tengo mucho que agradecerles.
¿Cuando se cayó el edificio, tenías seguro médico?
- Nos tenían engañados, porque nunca nos dijeron que no estábamos asegurados en una ARL. Como uno lo hizo por necesidad, nos dijeron que empezáramos a trabajar y ya. Gracias a Dios, yo estaba afiliado a una EPS.
¿Alguien les ha respondido por lo que pasó?
- A quienes vivían en los apartamentos de edificios construidos por los Quiroz les dieron subsidios de arriendo o las han ayudado, pero la verdad es que yo siento que a nosotros -los sobrevivientes al desplome- nos tienen como si fuéramos unos fantasmas. Nos han olvidado. El abogado dice que debemos esperar.
Ahora, a sus 29 años, Adrián lucha por recuperar algo de lo que perdió aquel 27 de abril. “Los culpables están tranquilos en sus casas y nosotros seguimos sufriendo”, asegura.
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“Mi vida ha sido totalmente diferente. Ese día perdí a mi primo hermano, Ómar Mendoza, de 19 años. No pude cumplir mis sueños. En ese tiempo quería presentarme el servicio militar, pero no pude porque me quedaron secuelas del accidente: los dedos de la mano izquierda no me funcionan bien. A veces no puedo dormir porque me agobia la tristeza por lo que pasó”, cuenta Raúl Mejía, otro de los sobrevivientes, quien ahora vive en Magangué con su familia. Y comparte el sentimiento de frustración por el olvido: “Los abogados no nos contestan... Nosotros éramos una cuadrilla de obreros, uno quedó con muletas, otro medio anda, otro que era menor de edad, le tuvieron que operar la columna. Uno cree en Dios y tiene la esperanza es en Dios, pero a esos señores -los responsables de la tragedia- nunca les importó lo que nos pasó”, afirma. (También le puede interesar: Ratifican sanción contra ‘Manolo’ Duque por caso Portales de Blas De Lezo II)
“Cada vez que se acerca esta fecha, la verdad es que no es fácil. Ha pasado el tiempo y nadie dice nada. Siento impotencia, esto es algo que la verdad nosotros no nos esperábamos, esos hombres me imagino que están felices en sus casas disfrutando de sus familias y el dolor que dejó esto en nosotros fue tremendo”, quien habla ahora es Luz Milla Bello, familiar de Ómar y de Raúl.
Rosa María Utria perdió a su esposo en el hecho y también espera alguna respuesta: “Siempre nos reuníamos en el sitio del accidente para recodarlos, el 27 de abril, por la pandemia el año pasado no pudimos. Esperamos este año poder hacer algo. Ya el caso parece haber quedado estancado”, comenta. Es un sentimiento de tristeza e impotencia que comparten los familiares de las víctimas que, contrario a olvidarlos, los recuerdan todos los días.

