Sus 15 minutos de fama lanzaron a Shanchiro a un ‘estrellato’ local que, sin bien fue pasajero, parece seguir un poco vigente entre el público cambiante y diverso que todos los fines de semana lo aplaude. Aplauden a unas caderas que “no mienten”, a y a unos pies descalzos, mientras baila sobre los adoquines de cualquier plaza o calle del Centro Histórico de Cartagena.
Han pasado 44 años desde que el mundo vio nacer a este hombre en Cartagena, en el seno de una familia humilde y alejada de cualquier lujo. 44 años también tiene Shakira, su ídolo apasionado de vida, a quien ha admirado siempre, a quien le sigue los pasos y que, sin ella imaginarlo, le ha dado para comer, para vivir todos los días. Aunque los últimos tiempos hayan sido quizá de los más difíciles y todavía los vestigios de la pandemia lo afecten.
“Me dio duro, duro, la pandemia. Cuando se metió la cuarentena, estaba pasando por un momento económico bastante malo, porque tenía dañado el sonido (altoparlante) y, para ñapa, se mete la pandemia... Me tocó quedarme en la casa un año completo. Un año completo sin salir a bailar”, confiesa Shanchiro.
El sector cultural, formal o informal, ha sido uno de los más golpeados por la crisis de la pandemia. Sin embargo, ahora, tras la reapertura de los restaurantes, bares, discotecas y el regreso paulatino del turismo, en enero Shanchiro ha vuelto a las calles, vestido con su atuendo y su peluca habitual. “No supe que en diciembre hubo tanto movimiento, sino hubiera venido desde antes”, añade.
La vida de Shanchiro se debate por estos días entre brindar un espectáculo callejero para despertar la solidaridad de su público, por un lado. Por otro lado, debe escabullirse como mejor puede de los policías que custodian la seguridad del Centro y que cada noche amenazan con decomisarle su altoparlante, uno que arrastra calle a calle sobre ruedas y en el que solo suena la música de la súper estrella mundial barranquillera. Es bien sabido que no están permitidas en el Centro las aglomeraciones. “Ahora la Policía está molestando más que antes”, refiere.
El panorama empieza a pintarse con los colores de las multitudes, gente de diversas latitudes aplauden sus pasos. Aplauden su parodia y, principalmente, su baile, que causa sensación con su abdomen sobre el que lleva una blusa estampada que menea con el waka waka. En la plaza algunos aplauden, otros simplemente ignoran el show y al final algunos tantos espectadores le regalan unas monedas, con las que se marcha rumbo a otra plaza y así, hasta que la noche va perdiendo juventud y debe regresar a casa.
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“Ahora mismo estoy viviendo alquilado en Zaragocilla. Siempre he vivido en Zaragocilla, vivo con mi mamá. Ella, cuando sale del trabajo, se viene para acá, para la casa”, explica Eduardo Jesús Díaz, 44 años, el hombre bajo personaje de Shanchiro. “Yo no sabía que bailaba como Shakira, hasta que en unas fiestas de noviembre, hace muchos años, una muchacha sacó un CD de Shakira y me puse a bailar en mi calle y eso fue la locura”, añade sobre su pintoresco performance.
En adelante, Eduardo comenzó a ser buscado para presentaciones en cumpleaños... “Siempre me llamaban de fiestas privadas, al principio fue un boom. Un día también estaba haciendo una diligencia, fui al Centro y vi a unos grupos folclóricos, entonces pensé que también podía hacer eso. Me busqué una grabadora de pilas de Sony, me gastaba todo lo que ganaba en pilas, porque eran seis o doce pilas de las grandes. Y ahí comencé a ir al Centro”, relata. Aunque también hacía parodias de Juan Gabriel, Jennifer López y hasta Michael Jackson, un personaje al que ya no imita... “Estoy muy gordo”, dice, la de Shanchiro es la más aplaudida.
Y así, llegó a participar en un reality show nacional que le dio “unos 15 minutos de fama”, que le alcanzó para recorrer toda la Costa en presentaciones y por la que todavía es reconocido, aunque han pasado nueve años de su aparición en la pantalla chica.
“Yo vi la propaganda y me presenté el último día en Barranquilla, porque ya habían cerrado la convocatoria, pero extendieron la inscripción por un día más. Fui el último que se presentó, la muchacha de la audición no quería hacerme el casting pero la convencí. No quería aceptarme, pero me comencé a maquillar ahí mismo y ya al verme maquillándome, ella estaba muerta de la risa. Después pasé a las otras fases del programa. Gracias a ese programa se me abrieron muchas puertas en lugares a los que yo nunca pensé que iba a ir: Barranquilla, Santa Marta, Riohacha...”, asegura, con una pizca del éxtasis que le produce recordar aquel momento. El mismo éxtasis siente al volver a vivir entre recuerdos los dos conciertos de Shakira a los que ha logrado ir. “Estuve en la inauguración de los Juegos Centroamericanos donde ella cantó y un concierto del Tour Fijación Oral. Ella no lo supo, claro, ¡pero yo estuve ahí!”, afirma, emocionado.
“Ahora es la Policía la que no nos está dejando trabajar en el Centro, nos tienen como acosados, y eso es una vaina muy seria”, vuelve a mencionar luego sobre su situación actual de su trabajo.
“A veces voy al Centro, medio trabajo donde pueda y me vengo hasta temprano. Medio me rebusco para la comida, tú sabes que eso es un monopolio que hay ahora también. Gracias a Dios, la gente me recibe con mucho cariño. La gente, cuando yo hago el show, comienza a gritar y se emociona. Pienso que la Policía me persigue por eso, porque la gente se aglomera y hace bulla. Soy consciente de que no puede haber aglomeraciones”, cuenta. Por eso, como a muchos, en medio de la pandemia, añade, “me ha tocado reinventarme porque uno no se va a morir de hambre. Una amiga me preguntó que si podía vender fritos, le dije que sí y al día siguiente estaba vendiendo fritos. Primero iba de calle en calle en mi barrio con una neverita, ya, gracias a Dios, me mandó a hacer un carrito. La gente, como me conoce, me ayuda, con eso es que medio he podido salir adelante (...) En la mañana reparto los fritos y en la noche recojo el dinero de los fiados”, señala Eduardo.
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“Cuando pequeño me tocaba a vender pescado, fritos, leche, hacer bollos. Me tocó muy duro, duro, duro, pero bueno, para adelante. Estudié en Cañaveral (corregimiento de Turbaco), porque mi familia es de allá, yo me vine para Cartagena escondido, con una señora que era vecina mía. Aquí comencé a vender tintos, después comencé a bailar y dejé los tintos, me independicé. Gracias a Dios de eso vivo, ayudo a mi familia, a mi mamá, Virginia Pérez, a mis hermanos, a mi abuela en el pueblo. Y todavía estoy dando lata después de tantos años”, cuenta Shanchiro, con la emoción poder ganarse la vida bailando.

