Tenía 16 años. Aquel día, Osvaldo Antonio Gaviria Zapata llevó su sueldo incompleto a casa porque quiso comprarse unos zapatos y su mamá, una antioqueña más bien templada, no le perdonó la travesura de gastarse el dinero que acostumbraba a entregarle por completo a ella.
“Nosotros vivíamos en Bello (Antioquia). Lo que le daba no era suficiente para sostener el techo y la comida que me estaban dando. Yo trabajaba en Fabricato, una fábrica de textiles, pero, como tenía apenas 16 años, era barrendero. Me ganaba 8 pesos con 4 centavos, en ese tiempo (1948) era mucha plata. Un día me quise comprar un par de zapatos, me costaron 3 pesos con 5 centavos. Entonces mi mamá me echó, porque le desajusté la plata. Me echó con maldición y todo”, recuerda.
Ahora está vestido de blanco de pies a cabeza y ya ese recuerdo no le produce mucha desazón. Ese día, “porque fue día”, que, afirma, lo echaron de su casa, quiso morirse. Pensó en volver, pero sus pasos lo condujeron por otro destino, llegó caminado a la vía férrea. “Me fui a tirarme al tren -relata-, pero el tren no pasó. Ni el que venía de Puerto Berrío, ni el otro que iba en dirección contraria. Entonces pedí mi liquidación en la fábrica, con es platica me fui hasta Puerto Berrío, iba de aquí para allá y terminé en Barranquilla”.
Osvaldo Antonio Gaviria Zapata, que nació en Urrao, Antioquia, y que era el noveno de diez hermanos, salió entonces a recorrer el mundo o, más bien, parte de Colombia.
¿Nunca más volvió a saber de su mamá?
- Sí, iba de vez en cuando a visitarla, pero era entrada por salida. Le llevaba algo y enseguida me iba. De mis hermanos o de mis sobrinos, nunca más volví a tener relación con ellos. Mis hermanos deben haber muerto ya. Yo he sido más bien solo.
“Después eso -continúa-, vine vine a parar en Barranquilla. En esa ciudad trabajé en muchas cosas, muchos oficios, trabajé de jardinero en una casa, vendí loterías, tuve un puesto en la plaza de mercado, estuve en un hotel trabajando de día, porque de noche no me dejaban porque era menor de edad.
“Después -añade- me fui a prestar el servicio militar año y medio. Fue en Palmira, Valle, en el Batallón (Agustín) Codazzi”.
¿Y cómo fue esa experiencia para usted?
- Casi que me mandan para la guerra de Corea (1953). En ese tiempo mandaban a soldados colombianos a combatir allá, ya me tenían preparado para el Batallón Colombia y me escapé de eso porque, una semana antes de viajar, firmaron la paz. Yo no sé lo que tenían los demás compañeros, pero yo tenía mucho miedo.
Osvaldo, a sus 89 años, es un señor sereno. Habla pausado y con buena memoria. La camisa guayabera que viste, así como el pantalón, los confeccionó él mismo, días antes, de convertirse en el primer adulto mayor vacunado en Cartagena contra el coronavirus, con una dosis de CoronaVac, en el Refugio La Milagrosa, un hogar de acogida para ancianos desprotegidos.
Y sigue relatando su periplo por la Costa: “Del Ejército volví a Barranquilla, cuando me aburría en una parte, me iba para la otra. En Barranquilla trabajé también en el oficio de la sastrería”.
-¿Allá fue que aprendió la sastrería?
- No, aprendí a los 14 años, desbaraté un pantalón corto, para volver a armarlo con una máquina de coser que me prestaba una vecina. Como yo vendía cosas en la plaza de Bello, también me ponía a mirar una sastrería que quedaba ahí, donde hacían uniformes de policías. Veía cómo hacían los cortes y los moldes con papel periódico y luego yo mismo fui aprendiendo.
***
“Después de vivir en Barranquilla, me regresé a Medellín. Trabajé de guarnecedor de calzado y luego entré a una casa de modas, me gustaban las confecciones. La idea era que yo aprendiera más de confecciones ahí, pero terminé yo enseñándoles a ellos (risas) (...) Confeccioné ropa para algunas reinas de Antioquia, por ahí tengo una revista de eso, y para otras personas que ahorita no recuerdo muy bien”, narra.
En el Refugio La Milagrosa, a su edad, Osvaldo continúa confeccionado los hábitos para las monjas que tienen a su cargo el hogar geriátrico, uniformes para los trabajadores y ropa para algunos de sus compañeros. Le gusta coser ropa masculina. Es su fuerte.
Osvaldo se detiene en su relato para recordar que también fue bailarín. “En un grupo de ballet, en la academia Mozart, que era de unos mexicanos. Recorrí varios países como Nicaragua, Panamá y Ecuador, hasta que un día el director de la agrupación falleció en uno de esos viajes. De ahí me retiré”, señala.
***
¿Cómo terminó en Cartagena?
- Llegué andando, de aquí para allá, hace 14 años. Duré ocho días en la calle.
Osvaldo vivía en Medellín pero, afirma, debió abandonar el taller de sastrería y todas las cosas que tenía en una vivienda arrendada, porque un grupo de delincuencia común llegó cobrando “vacunas” y amenazaron con matarlo. En Cartagena, después de una semana andando por las calles, a sus 76 años, fue acogido, con ayuda de la Alcaldía, en La Milagrosa, que es su casa hasta el día de hoy.
“Salgo a veces solo, me le escapo al portero y no paso de La Castellana. Allá me pongo a vitrinear, me encanta ver los estantes de zapatos, eso es lo que me gusta. Antes de la pandemia, me iba para el Centro, para el William Chams, a ver y a tocar telas, el vigilante ya me conocía y me dejaba entrar como a cualquier cliente. Ahora me siento aquí a ver pasar la gente y los carros”, refiere el hombre que este 27 de septiembre llegará a sus 90 años.
