Ella despierta en medio de la madrugada y la certeza de la soledad la abruma. ¿Dónde está él?, se pregunta mientras sus ojos husmean en toda la habitación. Se levanta, camina a oscuras. Debe estar en el otro cuarto, se dice justo antes de entrar a la habitación contigua y enfrentarse a los minutos más estremecedores que jamás padecería.
Él, sentado en el suelo, manipula y contempla el revólver con el que pretende acabar sus días de una vez por todas y, de paso, con una desesperanza que pesa toneladas.
—Yo no voy a poder —dice él, aún con el arma en las manos y llora— y no quiero hacerte sufrir más.
—No señor, ese no es el camino que tú necesitas —responde ella y se le acerca lentamente—. Ese es el camino que eligen los cobardes y tú no eres un cobarde. Vamos a luchar los dos, vamos a ir y yo te acompaño al grupo.
—No, a mí me da mucha pena volver por allá —dice él y calla por unos instantes—, tanto que yo hablo... y mire. No, yo como que de verdad no voy a poder, es que no puedo.
—Que sí puedes, vamos a hacerlo juntos —replica ella y también se arma, pero de valentía: le quita el revólver suavemente y lo abraza...
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Alcoholismo, eso que él se sentía incapaz de superar era el alcoholismo.
“Es una enfermedad muy grave, que se manifiesta física, mental y emocionalmente”, me dice hoy, muchísimos años después, Ella* —prefiere que no la llame por su nombre—. “Todavía se me eriza la piel cuando recuerdo todo eso”, me dice, justo antes de tomar un sorbo de su café. “Uno nunca se cura”, agrega y me explica que el alcoholismo es como un cáncer, que se puede “controlar”, pero que siempre está ahí y siempre hay que tratarlo. (Le puede interesar: Colombia gasta más en alcohol que en comida)
“Ya él había estado yendo a Alcohólicos Anónimos, había recaído como tres veces y le daba muy duro porque él siempre ha sido un hombre que habla muy lindo, entonces allá -en AA- les hablaba a sus compañeros y le daba pena volver, porque sentía que predicaba y no aplicaba”, dice. Me explica que él nunca fue agresivo. “Siempre dije que mi esposo era el mejor borracho del mundo, porque ni siquiera puedo decir que me levantó la voz o me dijo una grosería, pero no podía parar: ocho, diez, doce y hasta quince días emborrachándose, sin detenerse. Yo pensaba: está bien que él beba, ¿pero y yo, a mí qué? Me sentía totalmente sola, abandonada y con toda la obligación, criando a mis hijos sola y respondiendo por el negocio sola”, añade.
Quizá lo que más la torturaba era el montón de promesas incumplidas, todas las veces que él le juró que no tomaría más. “Sentía muchísima rabia y descargué toda la rabia con mis hijos, los maltraté tanto que ellos me llegaron a decir bruja maltratadora. Ahí me di cuenta del efecto de su alcoholismo en mí y comencé a buscar ayuda. No podía permitirme seguir así, porque me dolía amar tanto a mis hijos y, al mismo tiempo, maltratarlos tanto”.
Si para los alcohólicos existe Alcohólicos Anónimos; para sus familiares existe el grupo Al-Anón y esa es la ayuda a la cual se refiere ella. “Una tarde, escuché en la radio sobre Al-Anón, dieron unos teléfonos y llamé, de eso hace 24 años. Realmente, te digo, eso me cambió la vida. Mi esposo, a raíz de mi cambio, fue a Alcohólicos Anónimos y ya no bebe hace mucho. Mis hijos no beben nunca, tienen muy claro que el trago no es y las drogas tampoco”, dice. Se trata de una organización sin ánimo de lucro, que existe en más 130 países y fue fundada en 1951 por dos esposas de miembros de AA. Existen más de 26.000 grupos de Al-Anón en el mundo.
Un grupo de personas que reúnen, que tienen en común el mismo problema. Comparten fortalezas y debilidades, se nutren de una literatura amplia. Las reuniones se realizaban, antes de la pandemia, dos veces por semana y en forma presencial. Ahora, son todos los días, de forma digital.
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El miedo fue el más fiel compañero de María* cuando era una niña: su papá era alcohólico y, siempre que se emborrachaba, llegaba a partir lo que se le atravesara en la casa.
“Vivíamos pensando: ¿qué va a pasar en la noche, cuando él llegue? No sabíamos qué iba a pasar al otro día, ni siquiera”, dice y asegura que ese alcoholismo la incapacitó emocionalmente: le cuesta muchísimo tomar decisiones sanas, emocionalmente hablando.
“Es una enfermedad mortal. Uno no muere, es decir, no se trata de la muerte física, pero sí tiene muchas cosas difíciles que lo marcan para toda la vida. Yo llevo 20 años en el programa y todavía descubro cosas que me afectaron cuando era una niña, cuando tenía 7 años, y que siguen siendo una piedra con la que me tropiezo, por ejemplo: tengo una mente completamente negativa... Mi papá siempre decía: Ustedes no sirven para nada, aquí no hay nadie con quien contar. Mi cerebro grabó eso y me ha impedido desarrollar proyectos. He hablado con mis hermanos y todos sentimos lo mismo”, me dice y concluye: “Si no conoce esta enfermedad y no sabe que se puede manejar, uno puede pasar por la vida dando tumbos y, como dice la literatura, dañando relaciones, trabajos, proyectos... porque uno tiene una falsa creencia respecto a sí mismo, no se siente merecedor de nada bueno”.
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El esposo de Juana* era súper chévere cuando se reunía con sus amigos, los problemas comenzaban cuando regresaba a la casa y se cerraba la puerta. Se sentía el ‘don’ y quería pagar todas las cuentas, así que se gastaba el dinero del colegio de las niñas, de la comida o de lo que fuera, así que Juana terminó perdiendo la serenidad, al ver que el alcohol estaba destruyendo la economía de su familia y, de paso, todo. “Yo misma me estaba convirtiendo en una neurótica y estaba afectando a mis hijas...
“Llegué a Al-Anón hace catorce años y ahí me quedé porque encontré calidez en las personas que conocí, tenían historias que se parecían a las mías, entonces, lo que ellas contaban, lo utilizaba para mí también. Encontré la serenidad que había perdido.
“El alcohólico se obsesiona con el alcohol y el familiar se obsesiona con el alcohólico. Ambos tienen tres fines posibles si no buscan ayuda: la cárcel, la muerte y el hospital, porque le terminan perdiendo el sentido a la vida, se deprimen y pueden hacer una locura en medio de la rabia”, añade.
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La mamá de Pabla* se concentró tanto en el alcoholismo de su esposo que no tuvo tiempo de amar a sus hijos. Eso le ha pesado tanto a Pabla y a toda su familia que aún treinta años después se quiebra al recordarlo. “Tenía unas depresiones demasiado grandes. Mi padrastro era alcohólico. Yo veía cómo él llegaba borracho a medianoche, mi mamá le reclamaba y peleaban. Nos despertábamos, estábamos muy pequeñitos. Nos despertábamos con las peleas”, recuerda y reconoce que aún 32 años después de haber conocido Al-Anón, sigue buscando sanar. “Carecí de afecto y me sentía muy poca cosa, pero aquí pude recuperar la valía.
“Para mí, lo más doloroso de todo esto, fue nunca haber logrado captar la atención de mi mamá hacia mí. Ella vivía tan obsesionada con mi padrastro, que no tenía una forma de atender a sus hijos en lo emocional. Fui trabajando en mí, aprendí a quererme y le manifesté ese amor a ella, pero eso para mí fue devastador”, recalca justo antes de aclarar que Al-Anón “no es un grupo religioso, sino espiritual”.
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—Tú te preguntarás: estas mujeres llevan tantos años en esto, ¿y cuándo se gradúan? ¡Nunca! —dice María y ríe—. Esto es una enfermedad en la que también nosotros recaemos, así que tenemos que seguir tomando nuestra medicina y esta es la medicina. Una que queremos compartir con todo el que lo necesite.
*Nombre cambiado a solicitud de la fuente.
“Queremos pasar este mensaje, para que las personas que padezcan esta enfermedad sepan que sí hay una solución para convivir con el alcohólico, estén o no estén tomando. Queremos que muchas personas identifiquen que es una enfermedad”, decía Juana y esa es la razón de ser de esta página.
En nuestra ciudad, hay tres grupos de Al-Anón: En busca de la serenidad, Nuevo despertar y Fuente de vida. Antes de la pandemia, programaban dos reuniones semanales, pero ahora, debido al COVID-19, los encuentros son virtuales, se realizan los lunes, miércoles y viernes y duran una hora. Si usted es familiar de una persona alcohólica o adicta a cualquier otra sustancia y quiere buscar ayuda en Al- Anón, puede comunicarse con los grupos de Cartagena llamando al celular: 3186078311. Las sesiones son anónimas.