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A Mane ‘se la veló’ una bruja

El Caribe está lleno de historias fantásticas que resucitan cuando hay reuniones familiares (o se va la luz). Creer o no creer, ya eso es decisión de usted, querido lector.

A Mane ‘se la veló’ una bruja
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“Yo sí creo en eso”, dice Fátima, sentada en un taburete inclinado contra la pared de barro. Juega con una varita de palma mientras mece los pies, ansiosa, porque sabe que esta noche echarán ‘cuentos de aparatos’.

En los pueblos con frecuencia no hay mucho que hacer, y al final del día, solo queda esperar que Morfeo aparezca y lo mande a uno a la cama, pero siempre hay alguien de conversa sobresaliente, y esa es Judith.

Judith, que cada vez que quiere decir algo que considera muy importante, baja la voz para que todos se acerquen:

- Al difunto Mane, el de Esilda, le echaron brujería una vez. Él se fue a vivir pa’ allá, a una vereda de Sucre, y una muchacha se enamoró de él; pero a Mane ella no le gustaba. Bueno, esa mujer le echó lo que fue y ese hombre la pasó maluco. Y sí es verdad, porque en ese entonces él vivía con dos tíos allá, no sé en qué era en lo que estaban trabajando. Y ellos también veían cosas, sentían cosas –susurra.

Corre una brisa fuerte que hace menear el neem.

- Ajá, ¿pero qué era lo que les pasaba? -pregunta Fátima, mientras se soba el pellejo erizado.

- Bueno, mira. A las 12 de la madrugada algo les empezaba a mover la hamaca; empezaba a tumbar los chócoros de la cocina y les tocaban los pies.

La piel del cuello se le volvió a erizar a Fátima, que hasta ese momento se dio cuenta de que estaba de espaldas a la ventana. “Mierda, ¿y si algo me agarra el cuello a mí, por detrás?”, pensó. Y se corrió un poco más a la derecha.

- Ellos llegaban del monte y encontraban toda la casa revuelta. Les digo que pasaron un poco de noches sin dormir. A veces oían una voz de animal diciendo cosas en el patio y ellos se mudaban de rancho y eso (lo que fuera) los perseguía a donde llegaran. A todos se les metió ese aparato que le pusieron a Mane. Tú sabes que la porquería existe -continúa Judith...

***

“Eran las 6 de la tarde, el calor empezaba a amainar, la yuca estaba lista y el queso esperaba en el bijao. Mane recién bajaba la olla del fogón cuando notó por la ventana a una muchacha robusta, de lindo rostro, que lo miraba absorta.

- Carajo, estaré pelúo -pensó.

Era la primera vez que veía a esa mujer, en una vereda en la que todo el mundo se conoce. Solo estaba de pie, sin decir una palabra... de hecho, ni intentó articular alguna.

Largo tiempo la vio Mane, como embelesado, hasta que volteó la mirada hacia los sagrados alimentos que lo salvarían de un yeyo después de todo un día de pesada faena en el monte. La recogida de algodón le tenía las manos callosas y la mente perdida.

Él, reconocido ya por ser ‘casa sola’ y tacaño, empezó a comer sin prestarle mucha atención a la mujer, que seguía mirándolo.

Cuando terminó, se acercó a la desconocida y le ofreció las 8 hebras de yuca que habían quedado en el bijao.

- Bueno, mija, si lo que tienes es hambre, esto es lo que hay -se burló el joven.

La mujer no dijo nada y se fue.

Pero la sensación de que alguien miraba a Mane... esa se quedó.

**

“La primera noche, Joche, Rigo y Mane guindaron las hamacas, como siempre. Había oscurana; a lo lejos se oían los grillos y los mosquitos empezaron la tonada.

El sonido de un golpe despertó a los dos señores y, haciendo fuerza para aprovechar la luz de luna que entraba por la ventana, vieron cómo Mane se sobaba de un bojazo que le habían dado en la espalda.

- ¿Eso qué fue?, preguntaron al unísono. Y una sombra pasó veloz, frente a ellos, como riéndose.

En adelante, no solo golpeaban a Mane; todos los inquilinos padecían del mismo mal. Y, poco a poco, empezaron a ver cómo las ollas se caían de la repisa; cómo la sal amanecía llena de tierra y cómo se apagaban las lámparas cada vez que las encendían.

Vivían en completa oscuridad y desarrollaron miedo a dormir. Como ninguno sabía qué estaba pasando, buscaron mudarse de casa pero con el tiempo, ya nadie los recibía; eran como esos perros con sarna de los que la gente huye.

- Ya es suficiente, vamos pa’onde un brujo- instó Joche.

*

“Un mes después, la casa estaba llena de todo tipo de menjurjes, botellas con plumas de pato adentro, madera entrelazada con serpientes, piedras de todos los tamaños y colores, también había unos envueltos espolvoreados con tierra de cementerio...

Los tres tenían el rostro demacrado y descubrieron que durmiendo en medio del monte era peor. Apenas si podían echar una pestañeada de 20 minutos mientras recogían el algodón.

Mane era el que más flaco estaba, con la espalda pegada al espinazo.

Y a punto los tres de acabar con su vida, en una mañana lluviosa de octubre, llegó a visitarlos un anciano de bastón. Era un ser pequeño, con arrugas profundas de pies a cabeza; pidió un poco de agua y el señor Joche, amablemente, se la fue a buscar una totuma, aprovechando que había algo recogido debido a la lluvia.

- No se preocupen, que ese aparato los va a dejar en paz desde hoy- les prometió.

Con el agua que le dieron, el viejito salpicó cada rincón de la casa. ‘Awichi chu awichi cha’, decía ...Y aunque andaban demacrados, los tres soltaron una carcajada. Ya estaban hartos de los chamanes, brujos y videntes.

Descansaron esa noche por primera vez y como hacía tanto que no dormían, Joche y Rigo despertaron al día siguiente a la una de la tarde.

De espalda, vieron a Mane que estaba vomitando en el patio, pero era una cosa rara... porque, al acercarse, lo único que notaron que salía de la boca del muchacho eran hebras de yuca*”.

*Los personajes son producto de la imaginación de la autora. Basado es una historia que, para muchos, es real.

- Bueno, mira. A las 12 de la madrugada algo les empezaba a mover la hamaca; empezaba a tumbar los chócoros de la cocina, y les tocaban los pies...

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