Vargas Llosa incluye en este libro dos entrevistas con Borges, una de 1963 en París, y otra en Buenos Aires, ‘Borges en su casa’, en 1981. Y acompaña estas dos conversaciones extraordinarias con una serie de artículos que aborda sus ficciones, su erudición, su vida sentimental y política, su paso por París, su relación con Juan Carlos Onetti y su viaje en globo con María Kodama, que culminó con la escritura del libro a cuatro manos: ‘Atlas’, en la que comparten sus fotos y notas del viaje sobre los viñedos de Napa Valley, en California.
Vargas Llosa se sorprendió al descubrir que Borges vivía en un apartamento de dos dormitorios y una salita comedor, en el centro de Buenos Aires, en compañía de su gato Beppo y una criada que era su lazarillo. Y que su dormitorio austero, con un catre angosto, parecía una celda. En su biblioteca no encontró un solo libro de Borges y su apartamento no ostentaba ningún lujo, solo una condecoración de la Orden del Sol que le habían otorgado a su bisabuelo, el coronel Suárez. Y un tigre de cerámica azul con palmeras pintadas, un adorno de uno de sus animales predilectos y mitificados en su obra. “¿Qué ha significado el dinero para usted?”, una de las tantas preguntas que le hizo Vargas Llosa a Borges y él, con serena sabiduría, le respondió que “es mejor la prosperidad, superior a la indigencia, sobre todo, en una zona pobre, donde estás obligado a pensar en dinero todo el tiempo. Una persona rica puede pensar en otra cosa. Yo que nunca he sido rico. Mis mayores lo fueron, hemos tenido estancias y las hemos perdido, han sido confiscadas, pero, bueno, no creo que tenga importancia eso”. Más adelante le dice: “Uno piensa en lo que le falta, no en lo que tiene. Cuando yo tenía vista no pensaba que eso era un privilegio, en cambio, daría cualquier cosa por recobrar mi vista y no saldría de esta casa”. A Borges no le gustó que Vargas Llosa, al publicar su entrevista, aludiera una gotera que caía sobre el comedor. De ancestros militares, el escritor se lamentaba no haber tenido el coraje de ser un hombre de acción, tener una larga existencia entre los libros, un privilegiado y solitario destino de guardián invisible en su biblioteca. (Lea tambien: ‘Mario Vargas Llosa, 10 años del Premio Nobel’)

Mario Vargas Llosa.
Es la sencillez y la nobleza de un genio literario al que Vargas Llosa elige entre los escritores de lengua española cuya obra no solo va a perdurar, sino a “dejar una profunda huella en la literatura” de nuestro tiempo y, sin duda, en las letras del mundo por venir. Para Vargas Llosa, Borges “es el más intelectual y abstracto de nuestros escritores”, con una obra deslumbrante en la narrativa, en la poesía y el ensayo. Sus cuentos tienen una perfección alucinante, una trama que nos sumerge en la memoria y en la historia de la humanidad, la erudición certera y milimétrica es corregida y enriquecida por la ficción. Sus poemas son otra suerte de precisión, exactitud en las metáforas y en las imágenes. Y sus ensayos, un arduo y singular ejercicio de adivinanza del mundo, con una interpretación que solo Borges es capaz de delinear en su encantada arquitectura de orfebre del universo. Merecedor del Premio Nobel de Literatura, Borges lo esperó en sus últimos años y, en el encuentro con Vargas Llosa, se burló de sí mismo al decir que la Academia Sueca no le había dado ese premio “porque esos caballeros comparten conmigo el juicio que tengo sobre mi obra”.
Siempre he creído que quien lea a Borges no volverá a ver el mundo con los mismos ojos. Los cuentos y los poemas de Borges, al igual que sus ensayos, nos enseñan a ver de manera distinta eso que llamamos realidad y se nos escapa como una pompa de jabón. Nos enseñan a interpretar lo que sentimos y vemos. En el libro de Vargas Llosa se recuerda que estamos ante uno de los clásicos literarios universales de América Latina, con una obra de rara y singular belleza. Es el escritor que construyó una obra monumental, vastísima y deslumbrante como su conocimiento de la historia humana. Eligió siempre la profunda y luminosa brevedad tanto en los poemas como en los cuentos, para asomarse a los grandes misterios del ser, criatura efímera en la arena del tiempo.
Las historias de Borges ocurren en Buenos Aires, La Pampa, China, Londres, Ginebra, Bogotá, Grecia, Japón, en cualquier punto cardinal “de la realidad o la irrealidad”. Y muestran curiosamente “la misma imaginación poderosa y la misma formidable cultura que sus ensayos sobre el tiempo, el idioma de los vikingos... pero la erudición no es nunca en Borges algo denso académico, es siempre algo insólito, brillante, entretenido, una aventura del espíritu de la que los lectores salimos siempre sorprendidos y enriquecidos”, precisa Vargas Llosa.

Uno de los traumas sexuales en la juventud de Borges, contado por su biógrafo Edwin Williamson y recordado por Vargas Llosa, ocurrió cuando su padre le impuso un encuentro con una prostituta en Ginebra, “para que conociera el amor físico”. Lo envió a ese encuentro, que fue un episodio emocional catastrófico en su existencia. Borges vivió siempre en el dormitorio de su madre, Leonor Acevedo, que estuvo a punto de cumplir cien años y fue implacable en las elecciones sentimentales de su hijo. A todas las mujeres que él eligió les encontró defectos. No pasó la prueba de la madre Norah Lange y su hermana Haydée, Estela Canto, Cecilia Ingenieros, Margarita Guerrero, entre otras. Borges se casó con Elsa Astete Millán en 1967 y ese matrimonio solo duró tres años. Doña Leonor fue una madre castradora, según concluye Vargas Llosa al leer cuatro de cinco biografías que se han escrito sobre el autor de ‘Ficciones’, ‘El Aleph’, ‘Historia universal de la infamia’. Borges conoció el amor verdadero en María Kodama, la argentina de padre japonés, su alumna de anglosajón, que, antes de casarse con él, le leía los libros y escribía los textos que él le dictaba. Y fue su amor hasta el último de sus días. Al releer su poema El amenazado, asistimos al milagro de uno de los mejores poemas de amor escritos en lengua castellana. Vargas Llosa dice que, al leer ‘Atlas’, siente la mirada interior de un hombre ciego, octogenario, acompañado de una mujer joven. No puede uno imaginarse que Borges y María Kodama se subieran en un globo como dos jóvenes enamorados que pasean por las nubes hora y media, sintiendo la caricia del viento californiano. Viajaron por el mundo juntos a Irlanda, Venecia, Atenas, Ginebra, Chile, Alemania, Estambul, Nara, el laberinto de Creta, y allí, tocando las piedras del tiempo, Borges le dijo a María, en este recuerdo de Vargas Llosa, evocó al Minotauro: “En cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”.
El humor siempre estuvo a flor de labios y a flor de alma en Borges. Cuando ya presintió la muerte, María Kodama le preguntó si quería que le trajera un sacerdote y él dijo que sí, pero prefirió que fueran dos: uno católico, en memoria de su madre, y otro protestante, en memoria de su abuela anglicana. “Literatura y humor hasta el último instante”, culmina Vargas Llosa.
