Cruzamos el pórtico de la casa a las 3:30 de la tarde, atravesamos la entradilla y subimos por unas escaleras en forma de ele para dar con el comedor, la sala y las recamaras de aquella vivienda colonial inmensa. En este punto nos bañamos con un rocío de alcohol típico de estos tiempos.
Y allá, al fondo, muy al fondo, iluminada por unos destellos de sol caribeño, con sus cabellos cenizos batiéndose al son de las brisas vespertinas, Alicia Tous Brid empezó a agitar sus palmas y a aplaudir por nuestra llegada.
Aplaudía con aquella sonrisa tierna, con sus mejillas rojas igual que sus labios, vestida de blanco impoluto, con collar, pulseras y un destello peculiar en sus ojos.
“¡Bravo!”, decía con emoción desmesurada, desde una mecedora, en un balcón al que pasamos precavidos y lejanos.
Se dice que los Tous, sus antepasados provenientes de Francia, llegaron hace muchísimos años a Colombia y fueron dueños de la paradisíaca Isla Palma, cerca del Golfo de Morrosquillo, que vendieron por 6.000 de pesos a comienzos del siglo XX. Alcanzaron a ocupar cargos muy importantes y distinguidos como alcaldes y dignatarios en el departamento de Sucre.
Allá, en Tolú, el 22 de noviembre de 1920, vio la luz de este mundo Alicia. “A los 15 días de nacida me trajeron a vivir aquí”, afirma, señalando el piso de este balcón. A esta misma ciudad, a esta misma calle, a esta misma casa, adquirida por su familia tantísimo tiempo atrás y que ella habita hace casi cien años.
Su familia o ella, más bien, es de las últimas raizales sobrevivientes en esta, la calle Baloco del Centro Histórico de Cartagena. Sus vecinos, como los Pombo o los Martínez (entre muchos otros), se han ido y ahora esta callecita pintoresca es habitada más que todo por tiendas de moda, por restaurantes, por la Oficina de Instrumentos Públicos y uno que otro negocio de turismo.

Alicia Tous ha sido una mujer fervorosamente creyente en la Iglesia católica, primero vinculada a la parroquia Santo Domingo y, luego, desde los 15 años se enlazó para siempre a la parroquia de San Pedro Claver, convirtiéndose con el tiempo en uno de sus pilares macizos.
A esa edad, cuando el agite de la vida del Centro Histórico de Cartagena era otro, decidió entregar su vida a Dios, ayudando a quienes lo necesitaran a través del servicio social en una de las siete obras de misericordia, que es ‘Vestir al desnudo’, una premisa que cumple al día de hoy.
En la sala de esta casona hay pilares de bolsas rojas, dentro de ellas hay ropa que ella misma cose y arregla para donarla a quienes la necesiten en poblaciones como Clemencia, Arroyo de Piedra, Arroyo Grande y Turbaco. Hay máquinas de coser y telas. De hecho, hace pocas semanas asistió al colegio Biffi para entregar ella misma una de sus donaciones. Y tiene planeada una próxima entrega en Arroyo Grande.
Y es que Alicia, graduada de bachiller del colegio Biffi y en trabajo social, en el Colegio Mayor de Bolívar, consagró su vida a las causas sociales. Nunca tuvo hijos y tampoco se casó.
¿Por que no se casó?, le pregunto. Alicia responde que no sabe bien. Ya no recuerda. Marcos Tous, uno de sus más de 30 sobrinos, quien ayuda a cuidar de ella, interviene y responde: “La historia que ella una vez me contó es que ella no se casó porque se casó con el hombre más grande, que es Dios. Le ha dedicado toda su vida a Dios y a las obras sociales (...) Otra de las razones por las que no se casó es porque ella no sabe cocinar. Una vez le iba a hacerle unas sopas a mi papá y la llamaron por teléfono y, cuando quiso darse cuenta, ya estaba quemada la olla, casi prende la casa. Entonces dice -en chiste- que no se casó porque no aprendió a cocinar”, ríe.
¿Ya casi cumple 101 años, cómo va a celebrar?, le pregunto a Alicia. Ella alza los brazos, los agita, baila, ríe y aplaude con el ímpetu que nos recibió minutos antes. “No 101, no... ¡100! Sí, sí, con un vinito, traigan el vino”, responde.
Alicia mantiene buena memoria y la lucidez intacta. En enero de 2020 sufrió una isquemia cerebral que le hizo menguar un poco el habla, pero ella, de alguna forma, siempre se hace entender y su sobrino también le ayuda en ello.
Siguiendo la cuenta de esa carrera de sus causas sociales, en 2007 fue reconocida como dama Cafam y hasta hace poco, hasta sus 94 años, fue presidenta del Apostolado de Oración, ahora llamado Red Mundial de Oración al Papa, que presidió por nada más y nada menos que 70 años.
Esa organización, en cabeza de Alicia, ayudó a construir y fundar otras parroquias de Cartagena, como la de Santa Eduviges, en El Pozón, y la de Escallón Villa, entre otras que se le “escapan” de la mente en este momento.
“También ellos recuperaron un predio en La Popa que pertenece a esa organización, tras un proceso de restitución de dominio, tienen las escrituras y todo”, me comentaría después su sobrino.
Unas copas llegan al balcón de la mano de su enfermera. Alicia otra vez sonríe y aplaude. Toma el vino y brinda contenta por su próximo cumpleaños. Casi todos los días, religiosamente, ella toma una copa de ese vino, que un amigo le envía desde unos cultivos de La Unión, Valle del Cauca. Es un delicioso vino dulce. Alicia, además, se alimenta muy bien, con muslos de pollo, crepes y toma Ensure (suplemento vitamínico) y casi que “todos los días llama a la AMI, se sienta o no se sienta algo, para que vengan a chequearla y el día que no llama, ellos – los médicos– la llaman para ver cómo está. Es rigurosa, le gusta todos los meses hacerse todos sus chequeos”, añade su sobrino.
Desde abajo, en la calle, saludan a Alicia y ella se levanta emocionada, reparte besos al aire, a diestra y siniestra, como una reina.
Ya de vuelta en la sala, a donde pasamos unos minutos, nos enseña las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús. Tiene varias en afiches y una estatua de esta figura. Es devota.
Nos muestra fotografías de la visita del papa Juan Pablo II, al que alcanzó a conocer de cerca en Cartagena en 1986. Estuvo de cerca también al papa Francisco en su paso por la ciudad, pero no alcanzó a tomarse fotos con él, porque el golpe que sufrió accidentalmente el Sumo Pontífice en su Papa Móvil lo hizo retrasarse en un poco en su itinerario.
En una vitrina antiquísima guarda un grueso libro con las fotografías y dedicatorias de los sacerdotes que han pasado por San Pedro Claver y una bitácora con los nombres de todas las mujeres que han pertenecido al Apostolado de la Oración.
Alicia se despide de nosotros, contándonos que le gustaría celebrar su cumpleaños en la Plaza de la Aduana. Y otra vez aplaude. Ese estallido de emoción parece activarse cada vez que recuerda la proximidad del 22 de noviembre.

En la misma sala su sobrino nos cuenta que Alicia viajaba con frecuencia a Estados Unidos y que alguna vez se les “escapó” a los muchos sobrinos que tiene, que siempre están pendientes de ella.
“Se iba para Estados Unidos a visitar a la familia pero siempre avisaba, una vez se fue para Miami a visitar a las amigas, sin avisar, y todo el mundo buscando a Alicia. ¿Dónde está Alicia? Hasta que una amiga la delató y dijo dónde estaba”, narra. También nos cuenta sobre aquella otra, de las varias veces, que ha ella sufrido recaídas de salud.
“Hace unos años, en una de sus recaídas, ella tuvo un sueño, una visión. Dice que fue como un contacto directo con Dios y es un sueño que ella quiere hacer realidad”, explica.
“Ella dice que, en el sueño, la sacaron de ahí -del Hospital de Bocagrande-, se encontró con una persona de blanco que la paseó por un pasillo. Cuando se despertó, ella le contó a los doctores todo, que había muchos niños. Entonces ellos dijeron: ese es el pabellón de los niños de cáncer. Como que fue un llamado que tuvo para cumplir ese sueño: servirle a los niños con cáncer”, afirma.
Alicia tiene vivo desde entonces ese sueño de crear un hospital para niños enfermos de cáncer. Incluso consiguió una importante donación de equipos médicos desde Estados Unidos, pero no ha logrado conseguir un buen lugar para traerlos. Nos señala y nos dice que nosotros podríamos ayudarla en esa causa, a través de nuestros lectores. Es una hazaña que, a sus casi 100 años, todavía le queda por cumplir.