Primero, lo primero: rociarme las suelas con alcohol y lavarme bien las manos. El Santuario San Pedro Claver puede ser sagrado, pero no inmune al nuevo coronavirus y su guardián, el padre Jorge Alberto Camacho, lo sabe.
Mientras caminamos por pasillos ocres y viejísimos, frescos como solo las construcciones de hace 400 años suelen ser en Cartagena, el padre Camacho me cuenta que el Santuario San Pedro Claver es mucho más que la iglesia: es un gigante longevo que sobrevive, más que para conservar los “huesitos” del santo, por la férrea convicción de mantener su legado, avivar y actualizar ese espíritu que tanto defendió los derechos humanos. Y vaya que es férrea: ni el coronavirus la ha detenido.
“Lo primero que quisiera decirte es que la gente conoce más esto como la iglesia de San Pedro, por eso hemos querido poner en los últimos años el nombre de San Pedro Claver, porque el Santuario no es solo la iglesia, es todo este claustro, este edificio viejo”, dice el padre mientras vamos subiendo lentamente al segundo piso por unas escaleras que el sol mañanero no alcanza a alumbrar.
“Un santuario es un lugar donde se conserva la memoria de un santo —sigue el padre—, pero guardarla no es solo conservar sus huesitos que están en el altar mayor, sino actualizar su legado: hacer hoy lo que él hacía hace 400 años. Que su mensaje y su espíritu estén vivos... por eso hacemos todo lo que hacemos”.
¿Y qué es todo lo que hacen? Pienso. El padre se anticipa a mi pregunta... “Acompañar y hacer seguimiento a los derechos humanos en la ciudad y en el país. Nuestra misión es defenderlos y acompañar a las comunidades afrodescendientes y vulnerables. Siempre nos preguntamos ¿qué haría Pedro Claver hoy?”, agrega.
A estas alturas hemos recorrido cinco o seis veces el pasillo: hay quince sillas, una mesa con libros viejos y cinco cuadros de Pedro Claver en diferentes escenas, pero siempre asistiendo a esclavos y enfermos. Son óleos.

Las puertas del Santuario están cerradas hace casi cinco meses, cuando el COVID-19 atravesó los océanos y supo llegar a Cartagena, pero ese encierro es apenas físico, porque este gigante sigue con su espíritu intacto gracias a la tecnología.
“Continúa la puesta en marcha de sus programas sociales (Misión San Pedro Claver, el programa de Lectoescritura y la Ruta Verde del Papa Francisco) que se lideran principalmente con decenas de niños, niñas, adolescentes y jóvenes de comunidades vulnerables de la ciudad”, a ellos los acompañan desde la pedagogía, pero también desde lo psicosocial.
“Tenemos un área social muy fuerte, que es nuestra fundación Centro de Cultural Afrocaribe, desde donde resignificamos el legado de San Pedro Claver, sobre todo en defendemos los derechos humanos y acompañamos a comunidades vulnerables”, dice y se le iluminan los ojos cuando habla de programas como el Atrio de los Gentiles, que es un espacio insigne donde se conversa sobre temas de ciudad y de país relacionados con la paz, la reconciliación y los derechos humanos. Cada año organizan, además, la Semana por la Paz, que se celebra la semana del 9 de septiembre (Día de San Pedro Claver, Día Nacional de los Derechos Humanos).
“Tenemos un programa que se llama la Ruta Verde del Papa Francisco, con el que trabajamos en 20 colegios y otros lugares de la ciudad”, añade el padre.
Ahora, mientras subimos por unas escaleras empinadas hacia la imponente cúpula de la iglesia, el padre Jorge me cuenta que han entregado más de 700 mercados a población vulnerable en medio de la pandemia, todo gracias a la solidaridad de los que donan aún en medio de la crisis.
Llegamos. Arriba, Cartagena parece más fotogénica que siempre: el cielo azulísimo, el amarillo tenue de la cúpula, las campanas, una que otra paloma. El mar tranquilo. Los edificios del fondo. El padre sigue con su tapabocas y me pregunta: “¿Qué te parece?”... Solo atino a responder: “Excelente”.

El santuario es uno de los más visitados en Cartagena. Hoy luce vacío.
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Unas 500 personas visitaban el Santuario todos los días, de lunes a viernes, teniendo en cuenta que se oficiaban dos misas y muchos turistas y locales iban al museo. Los fines de semana eran muchos más, pues, por ejemplo, los sábados se hacían mínimo tres misas (más los matrimonios) y los domingos cinco. El padre reconoce que el museo y los matrimonios eran dos fuentes de ingreso importantes y que en ese sentido la pandemia sí ha afectado al santuario, sobre todo porque mantener el edificio cuesta mucho dinero.
“El Santuario tiene 24 empleados directos y 9 con prestación de servicios que hemos mantenido a pesar de la pandemia y de no tener ingresos, eso es mucho cuento. Para nosotros es prioridad que la gente tenga cómo vivir, ya no he podido tenerlos a todos -me ha tocado recortar a 4 o 5 personas-. Nadie se imagina que aquí hay casi 40 empleados y todo estos se logra con donaciones”, agrega.
Pasamos por el cuarto donde murió Pedro Claver aquel 9 de septiembre de 1654, después de padecer párkinson y de cuidar de esclavizados mientras otros se dedicaban a discutir incluso si esos negros tenían alma.
Tan gigante como el Santuario y el legado que representa, así es el esfuerzo que implica sostenerlo. “Todo lo mantenemos porque no podemos renunciar al espíritu de Pedro Claver, que está aquí y que es un ejemplo de humanidad”, concluye el padre Jorge.


