La realidad aquí supera toda ficción.
La sola historia de la madre del escritor, que trabaja junto a un grupo de mujeres costureras en Cartagena, a la que Marlon Brando solicita le cosan vestidos para algunos actores y actrices de la película Quemada, es ya un episodio novelesco. El autor John Jairo Junieles (Sincé, 1970), nacería dos años después de eso. La madre estaba embarazada de su hermana Irina, cuando Brando al descubrir su estado, elogia a la criatura por nacer, y prefiere que la modista cuide mejor su embarazo. Y más de medio siglo después, el hermano de la niña que nace, es quien escribe la novela El hombre que hablaba de Marlon Brando, que publica Editorial Planeta en 2020. Su autor dice que la novela puede “vivirse como una película, delirante y peligrosa, en la que cualquier cosa puede pasar”.
Con el rigor del reportero, la audacia del cronista, la sensibilidad del poeta y la versatilidad del que cuenta una historia salvada de la memoria fragmentada del tiempo, Junieles construye su novela, que es un lienzo de recuerdos, vivencias y dramas en una ciudad cercana al paraíso y al infierno.
Marlon Brando, leyenda del cine del mundo, ganador de dos Premios Oscar, vivió varios meses en Cartagena, durante la filmación del filme Quemada en 1968, que consideró en sus memorias como una de las mejores de su vida artística. Le dedicó diez páginas a la experiencia en la ciudad y escribió:
“Creo que hice la mejor actuación de mi vida en Quemada, filmada en Cartagena de Indias, una pequeña ciudad del Caribe que parecía estar muy cerca del infierno. Hacer esa película fue algo ¡salvaje!”.

¿Cuándo te interesaste en la vida de Marlon Brando?
-Supe de Marlon Brando por una anécdota familiar: Mi mamá fue modista en la producción de la película Quemada, que se filmó en Cartagena y sus alrededores entre 1968 y 1969. Brando llegó un día al departamento de vestuario, donde mi madre trabajaba junto a otras modistas y sastres, en el Colegio Salesianos, y el actor fijó su atención en ella porque estaba embarazada (de mi hermana Irina). Se acercó, saludó, le tocó el vientre, y le dijo: “Good luck for the boy”. Amanda, mi mamá, miró al traductor que lo acompañaba y este le dijo que le deseaba suerte con el niño, y después se marcharon. Más tarde llamaron a mi madre para decirle: “Lo sentimos, pero no puedes seguir trabajando con nosotros, es muy riesgoso, Brando dice que una mujer embarazada debe estar en su casa cuidándose. Te vamos a pagar dos meses de compensación”. Mi mamá se entristeció, también se enojó con Brando y salió a la calle a buscarlo, pero no lo encontró y entonces tuvo que regresar a casa. Me pongo a llorar de solo imaginar su regreso a casa. No todo es rock and roll en la vida. Esa anécdota se volvió una leyenda familiar. Escribí una primera versión para un cuento que creció sin que me diera cuenta y se convirtió con los años en esta novela.
¿Qué testimonios de amigos que vivieron en 1968, te sirvieron para recrearlos en la novela?
-Hablé con muchas personas. El primero fue el periodista Amaury Muñoz, quien me aportó mucho color local de ese tiempo y varias anécdotas pintorescas. Después entrevisté al gran historiador y filósofo Enrique “Quique” Muñoz Vélez, experto en todo lo mundano y divino de este planeta, que aparece como personaje en una escena de santería en el barrio Getsemaní. También conversé con el abogado Marlon Pérez Ricardo, que lleva ese nombre porque su mamá también trabajó como extra en la película y conoció a Brando. Pérez Ricardo me contó también el caso curioso de un niño de diez años en el barrio Torices, que en 1968 era el mensajero que llevaba marihuana de un lado a otro, entre ellos a Brando, quien en sus memorias dice “todos fumaban una fuerte variedad de marihuana llamada Roja colombiana y el equipo vivía volado la mayor parte del tiempo”, y lo sorprendente es que hoy, ese niño que repartía marihuana, es el rector de un colegio y tiene un doctorado en educación. La vida da más vueltas de lo que uno cree.
No quise conocer toda la historia de Brando en Cartagena, quería garantizar un margen de libertad, que la realidad no fuera una camisa de fuerza, porque el que sabe todo no puede imaginar mucho. Así que le pedí el favor al cronista Rubén Darío Álvarez, periodista de El Universal, para que lo entrevistara por mí, y su testimonio -el de Basile- fue muy importante, al igual que las columnas de opinión que él ha escrito sobre esa época. También vi una entrevista a Salvo que le hizo Haroldo Rodríguez, de la Cinemateca de Cartagena, quien también grabó a otros personajes relacionados con Quemada, como el productor italiano Sandro Silvestri. Por su parte, Alberto Sierra Velázquez, el fallecido escritor y hombre de cine, hizo un gran cubrimiento de la filmación de Quemada, con muchos materiales atractivos, que aparecieron en El Universal y otros medios. Sierra era un escritor y periodista cultural increíble y dejó una novela maravillosa: Dos o tres inviernos. Afortunadamente, porque ningún mico se ve su propio rabo, mi editor, Christopher Tibble, le puso límite a mi ambición, ya que deseaba meter todas las historias escuchadas sobre las películas filmadas en Cartagena, y me preguntó si mi libro era una novela o una crónica, y lo dijo con el ánimo de que la novela encontrara su verdadera identidad, y cobrara la fuerza dramática que necesita toda novela para persuadir y encantar al lector con sus personajes y recursos narrativos.
¿Cómo fue el deslinde de realidad y ficción y qué realidades desmesuradas ya eran ficción en sí mismo?
-Afortunadamente, la imaginación es una ladrona que siempre encuentra como meterse en esa caja fuerte que muchas veces parece el mundo. Es como las yerbas que uno ve crecer en medio del pavimento, la naturaleza aprovecha cualquier grieta, para seguir adelante, y por cosas como esa la vida siempre será más fuerte que la muerte, nos morimos una sola vez, pero vivimos todos los días; y eso es lo mismo con la ficción, se tienen que aprovechar las grietas que deja la realidad para imaginar. Todo lo que hoy es existe primero fue imaginado.
Me acuerdo especialmente de algo increíble, y es que llegó un momento en la filmación de Quemada en que la relación entre el director Gillo Pontecorvo y Marlon Brando alcanzó un nivel de conflicto tal, que Pontecorvo llegaba a dirigir la película con una pistola en la cintura, ya que Brando tenía el pasatiempo de lanzar cuchillos y, varias veces, en actitud traviesa, sus cuchillos quedaron clavados muy cerca del director, quien en alguna oportunidad le hizo repetir a Brando una escena 49 veces, porque era muy perfeccionista. Pontecorvo era supersticioso y llevaba en sus bolsillos muchos amuletos y cuando descubría a alguien con alguna prenda de vestir morada, cancelaba inmediatamente la filmación. En una oportunidad alguien derramó una copa de vino en una cena, y de acuerdo con las creencias de Pontecorvo, quien la había derramado tenía que mojarse el dedo en el vino, y ponérselo detrás de la oreja de todos los que estaban en la mesa, para contrarrestar la mala suerte. La obra fílmica de Pontecorvo hoy es patrimonio fílmico universal, Quemada es analizada en universidades de todo el mundo como ejemplo de cómo el cine puede abordar temas políticos en forma entretenida, y su película La batalla de Argel está en la lista de los clásicos del cine de todos los tiempos.
¿Qué tiempo de investigación tuviste y qué tiempo de escritura?
-Me acuerdo de Roberto Bolaño, el autor de Los detectives salvajes, quien decía que el escribía veinte cuentos al mismo tiempo, comprendo su forma de trabajo, porque yo soy un vagabundo de los géneros, salto de la poesía al cuento, de las crónicas a los guiones, y nunca falta la novela en la que esté trabajando.
Yo empecé a escribir la novela en Berlín en 2013, durante una visita que hice gracias al Latinale, Festival de Literatura de Berlín, al cual está vinculado la cartagenera, María Ignacia Schultz. Me acuerdo que en Berlín terminé metido en barrios de turcos, buscando su comida, porque la memoria está en la divina trinidad de la cabeza, corazón y estómago, y por eso terminé bailando con ellos en muchos lugares, y todo eso me despertó la nostalgia por el Caribe, su cultura popular, y empecé a escribir muchos recuerdos. Me pasé casi seis meses, investigando, en los archivos de El Universal, Diario del Caribe y Diario de la Costa; entre otros. Abandoné la novela, en varias oportunidades, para trabajar crónicas, cuentos, poemas y guiones, y la terminé en enero de 2020. En la vida y el arte hay que resistir, porque el que se cansa pierde.
¿Cómo fue el proceso de estructurarla, crear un ritmo, un tono y un tiempo gramatical?
-Mi intención, muchas veces, es escribir como se cuentan los cuentos en las esquinas de los barrios populares. A mí la calle nadie me la contó, tuve que vivirla, y en ella hay narradores maravillosos. Me acuerdo que Hemingway, quien decía que la primera versión de algo casi siempre es una mierda, elaboré en principio un plan de acciones, al tiempo que escribía capítulos sueltos, muchos de los cuales no sabía en qué orden estarían en el desarrollo de la historia. Sin embargo, tenía la certeza de que estarían en ella, y la intuición de lector funcionó.
Una novela es un rompecabezas, en el que se ordenan los hechos de acuerdo con lo que se pretende contar, siempre teniendo en cuenta a un lector ideal que no debe distraerse, porque ya lo dijo Borges, “la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”, y cuya curiosidad con respecto a la historia nunca debe decaer, porque la curiosidad es la llave que abre todas las puertas. Por eso me gusta tanto la literatura de folletín del siglo XIX en la que las novelas aparecían por entregas semanales, lo cual exigía que el escritor mantuviera el suspenso, la intriga, las ganas de seguir leyendo para resolver un misterio.
Otro aspecto de fondo en la novela fue plantearme la posibilidad contar de no solo la historia de la filmación de Quemada, sino también contar anécdotas de algunas de las casi cien películas que se han filmado en la ciudad, por ejemplo Cobra verde del gran Werner Herzog con Klaus Kinski, recientes como El amor en los tiempos del cólera, con Javier Bardem, y muy destacadas como La misión, filmada en 1985, ganadora de Óscar a mejor fotografía, obtuvo premios en Cannes, y que fue dirigida por Roland Joffé, con música del gran Ennio Morricone, que acaba de morir, y donde Robert De Niro, hace el papel de un cazador furtivo de indios.
Algunos años después, en 2012, cuando Roland Joffe, regresó a Cartagena, en una entrevista recordó la filmación de esa película, y decía que encontraba a Cartagena muy cambiada. “Ahora hay más edificios y lugares para que vengan más turistas. Sin embargo, la Cartagena de hace 25 años era más bohemia. Los turistas estaban interesados en la historia, en las historias de la gente. Porque la gente era gente. Ahora el turista es otra cosa: eres lo que consumes. Así ha sucedido en todo el mundo. Antes los viajes eran una aventura. Ahora hay cada vez menos aventuras. ¿Eso es el progreso? Aun así, Cartagena no ha perdido la magia”.
¿Qué otras novelas cartageneras han sido básicas para ti en esta tarea de ficcionar a Cartagena?
-Me gustan las novelas que tienen a la nostalgia como origen y fuente, algunos creadores necesitan el desarraigo, así pueden volver a las propias raíces, a partir de esa nostalgia que crea la distancia. A mí me gusta la Cartagena que aparece en El rastro de tu sangre en la nieve, de García Márquez, por su ambiente urbano contemporáneo, algunos cuentos maravillosos de Pedro Badrán, Efraím Medina, Roberto Burgos y Emiro Santos donde hay escenarios de barrios populares , los poemas de Jorge García Usta en su Libro de las crónicas, y algunos de Rómulo Bustos en varios de sus poemarios, en los que hay revelaciones poéticas en ambientes caribes, las columnas y crónicas de Vanessa Rosales, Orlando Oliveros, Gustavo Tatis Guerra, Javier Ortiz Cassiani y Rubén Darío Álvarez son muy entretenidas. Me gustan mucho los cuentos de Rodolfo Lara Mendoza, el escritor cartagenero que vive en España, y que aparecen en su libro La gravedad de los amantes, en los que cuenta historias de playas y extramuros. Hay una bloguera, María Victoria Arnedo “Maya Toya”, que escribe con encanto historias pintorescas. Me sirvieron obras de autores del Caribe, por su cercanía cultural, como las novelas de Leonardo Padura y las crónicas de Alejo Carpentier.
Hay una escritora norteamericana, Kathe Wheler, que vivió en Cartagena de Indias, publicó un libro de relatos Not where I started from, que resultó finalista del premio Pen-Faulkner, en el que aparece un cuento titulado Mejorando mi promedio, el cual recrea las relaciones en Cartagena entre sus diferentes clases sociales, y evidencia esa exclusión que sigue vigente de muchas maneras.
¿Cómo es el diálogo íntimo entre narración y poesía en ti?
-Hay una entrevista que le hacen a Gustavo Cerati, el gran músico argentino de Soda Stereo, en el que le pregunta el periodista cómo hace sus canciones, y Ceratti responde algo revelador: “Yo no sé por qué soy músico, si yo a veces veo hasta tres películas diarias, y no me canso de eso”. Yo creo que eso tiene que ver con que todas las artes están unidas y se alimentan entre ellas. A la gente se le olvida que todas la películas y series que ve en la televisión son escritas por escritores, guionistas y libretistas, que se han alimentado de poesía, novelas, cuentos, música, obras de grandes pintores, y esa oralidad de la gente en nuestros patios, salas, cocinas terrazas y bares. Trato de hacer eso, unir todas las experiencias estéticas, y sin embargo debo reconocer, que la poesía y el cuento son los reyes de la casa, ellos son el alma de todo.
Esa gran escritora que es Dorothy Parker, decía, “Odio escribir, pero amo haber escrito”, y eso describe mucho el proceso. Hay algo mágico y misterioso en la escritura. Muchas veces es difícil, pero después de mucho trabajo, empiezo a sentir cosas, inexplicables, que me hacen pensar que estoy loco, porque escucho voces que no sé de dónde vienen, esa experiencia mística, espiritual, lo que me hace seguir adelante leyendo, investigando, y escribiendo.

Cada escritor tiene sus manías o maneras de trabajar. ¿En qué ambientes ha gestado esta obra?
-Yo escribo en cualquier parte, porque siempre tengo material a la mano, ya que nunca dejo de tomar notas en libretas, donde apunto desde frases curiosas hasta pequeñas anécdotas o historias que escucho en la calle o que me cuenta la gente, y que luego terminan haciendo parte de lo que escribo. Nos decía Truman Capote que la literatura es chisme, porque todos queremos que nos cuenten historias y también contarlas después. Sin duda alguna el mundo es mejor gracias a las historias que nos cuentan.
Háblame del Marlon Brando de carne y hueso que fue permeado o poseído por Cartagena y convertido en un personaje de novela.
Yo me fui sorprendiendo en la medida en que conocía más detalles de la vida de Brando. Sin embargo, es importante recordar que esta novela no es solo sobre Brando, quien es personaje ficticio de ella, sino sobre todo acerca de las personas anónimas que trabajaron en la película.
Algo importante fue descubrir la rebeldía de Brando ante el mundo y sus injusticias sociales. Marlon no fue el típico actor que se duerme en sus laureles, después de haber ganado dos Óscar, uno de los cuales rechazó. ¿Qué actor rechaza un Óscar, en protesta por el mal trato y los abusos a los indígenas nativos de estados Unidos, por parte del Gobierno y la sociedad misma?
Su activismo y compromiso político en defensa de los derechos civiles, fue intenso y extraño para una estrella que pudo ser indiferente a todo eso y gozar una vida de lujos, sin que le importara lo que pasara a su alrededor. Era un gran amigo de Martin Luther King, a quien acompañó en las marchas por los derechos civiles y contra la segregación racial.
Brando reunía dinero para ayudar a grupos afroamericanos y de otras minorías, incluso algunos violentos como las Panteras Negras, también anarquistas y revolucionarios de cualquier origen, y decía: “Puedo hacer las películas que quiera, cuando quiera y como quiera. Si lo deseara, podría morir bajo el peso de una montaña de dólares, pero no me apartarán ni un milímetro del camino que he decidido recorrer. Quiero hacer películas que signifiquen algo para mí, que denuncien las injusticias de este mundo”, y en ese sentido Quemada tenía el espíritu combativo y revolucionario que lo impulsaba.
Me acuerdo que en algún número de revista Life el fotógrafo Gordon Parks contó: “La noche en que asesinaron a Martin Luther King, yo estaba con Marlon Brando, quien quedó espantado con la noticia, se puso furioso y también lloraba. Se abalanzó sobre el teléfono, temblando de la desesperación, triste y dolido por lo que le habían hecho a Luther King. Entonces llamó al cuartel general de los Panteras Negras para organizar una marcha sobre Washington con armas”, lo cual no ocurrió finalmente, ya que ese grupo se rehusó a llevarlo a cabo.
¿Qué tanto de ti hay en ese periodista y alter ego Santiago, que aparece incluso en tu primera novela?
-A veces creo que no vivo en el mundo, sino en el mundo que está en mi propia cabeza, y eso tiene más de bueno que de malo, porque te protege de las dependencias emocionales y fortalece la vida interior. Así como necesitamos dormir, después del día, para descansar de la realidad, también necesitamos soñar mundos posibles con los ojos abiertos; y eso lo hacemos gracias a la literatura y el arte en general. ¿A qué viene esto? A que yo, particularmente, necesito perderme en los personajes, así como todos nos olvidamos de nosotros mismos, mientras vemos películas o leemos novelas y cuentos; es que debe ser muy aburrido ser uno mismo todo el tiempo. A mi primera novela, Hombres solos en la fila del cine, la recuerdo con el cariño que se tiene a los errores que son necesarios para aprender. Siempre tengo presente lo que decía mi abuela: “El que sale a caminar tropieza y el que tiene boca se equivoca”. En cuanto al personaje narrador de la novela, Santiago Barón, siento que a veces la vida te pone en posiciones en donde debes decidir de qué lado estás, y eso le pasa a él, quien se ve envuelto en una situación peligrosa, como en la realidad les ocurre a muchos periodistas, que son los que realizan el verdadero trabajo investigativo.
Epílogo
Dice que en este confinamiento hace lo que siempre han sido sus obsesiones: ver películas, leer, escribir, y bailar. Dice que hablar con alguien que no sea uno mismo, muchas veces, es interesante, pero le hacen falta sus amigos. Trabaja en la producción de un guión de largometraje, que escribió junto a la guionista y productora Vanessa Pérez, basado en tres de mis cuentos, y que se llama Las guitarras de la noche, y trabajando en muchos proyectos más, una nueva novela, y que también será una gran aventura. Baila música de todo tipo, Joe Arroyo, Queen, Sister Rosetta Tharpe, Juan Gabriel, Alejandra Guzmán, Cheo Feliciano, Adriana Lucía. Y siempre boleros, ¡boleros!, pero sobre todo electrónica, que despierta todos los huesos dormidos, en la sala de su apartamento. Gracias a esa experiencia de bailar ha escrito un cuento breve, titulado Bailando con mi sombra, que ya salió publicado en El Tiempo hace muy poco, que ya fue traducido al francés, y saldrá pronto en una revista de París. La soledad es para él ese “laberinto propio del que no se sale con llave ajena”.