Alzó las manos al cielo azul, despejado, brillante y tenue a la vez. Cerró los ojos y rezó. Ante aquella figura de yeso con corona, adornada con flores blancas y frescas, iluminada por un tumulto de velas encendidas a sus pies. Ahí, ella solo rezó. María Claret Contreras Ruiz elevó plegarias a la Virgen, a ‘Carmocha’: le pidió por su salud, pero especialmente por su hijo, enfermo en una clínica por culpa de las lluvias en el barrio El Nazareno y- dice- de un “orín de ratas”. Una infección que se agravó por no querer pisar un hospital en estos tiempos de pandemia por coronavirus, pero de la que ya parece estar fuera de peligro. “Casualmente hoy cumplo 80 años. Soy de 1940. Nací en Corozal (Sucre). Tú sabes lo que es mi madre, yendo a la procesión con su vela: ¡Ay!, aguanten, aguanten la procesión que está una señora pariendo. No me pusieron Carmen porque había antes una Carmen en mi familia, pero me pusieron el nombre también de otro santo: María Claret”, explica. Está ahora frente a la figura de la Virgen del Carmen, en el parque del barrio Blas de Lezo. (Escuche aquí: Castagena #51- Celebración de la Virgen del Carmen en tiempos de COVID)
“Figúrese usted, tengo 40 años viniendo por aquí en este día. Espero que (la Virgen) me tiene que hacer ese milagro... Mi hijo está en el hospital, pero gracias a Dios, ya de la infección nada. Yo lo único que quiero es que le hagan ese examen rápido (...) y él no quería el hospital, le daba miedo. ¿Qué pasó?, que donde el vive, que es para allá para El Nazareno, eso se anega, (le dio) el virus del orín de la rata, se le complicó el hígado, para como entró ese muchacho (ya está mejor)... Menos mal y el hermano es internista y tienen muchos amigos”, exclama, agarrándose la sienes con las manos, como si aquel mal suceso le causara un dolor de cabeza. “Estoy bendecida por nuestro señor Jesucristo y la Virgen del Carmen. Hoy me levanté, me bañé y vine aquí como todos los años”, remata antes de marcharse. A excepción de doña María Claret y de otras siete personas, hoy, 16 de julio de 2020, el Parque de Blas de Lezo está desierto. En años anteriores, un día como hoy la Virgen amanecía rodeada por multitudes infinitas de creyentes que van a ella esperando algún milagro o agradeciendo algún favor; amanecía y durante todo el día era rodeada por miles de velas consumiéndose a sus pies, por cuanto arreglo floral tuviera espacio en su altar. No habrá misa multitudinaria, tampoco la tradicional procesión que recorre las calles, con vehículos, con volquetas, o la procesión marítima; mucho menos las celebraciones más allá de la fe, esas que se extienden hacia el consumo de licor y los excesos que este conlleva. Por lo menos, no hay permiso para ello, el COVID-19 acecha y hay que estar alertas. Hoy, en el Día de la Virgen del Carmen, este epicentro de fe está vacío, pero algunas almas, como la de aquella mujer de 80 primaveras que cumple años, se han arriesgado a llegar hasta el pedestal, para persignarse y saludar a la Patrona de los navegantes y conductores.
“Por lo menos hemos vendido algo, pero la verdad es que ajá, tú sabes que las personas no vienen por la cosa del virus, no pueden estar saliendo. Tengo 20 años de estar viniendo aquí, esto se llenaba bastante desde temprano. Ahora muchas personas devotas vienen, le ponen la velita y se van”, relata Margarita Árgel Borja, quien cada año monta una pequeña venta de velas, rosarios, estampas, relicarios y figuras de ‘Carmocha’ justo en este mismo parque. Este 2020 ha preferido no llevar las estatuas a gran escala de la Virgen que acostumbraba y tampoco tanto material para comercializar, pues teme quedarse con eso sin vender. Su mesa, sin embargo, luce tupida, y está acompañada por un frasco grande de gel antibacterial que ofrece a quien lo necesite. “Yo lo que le pido a la Virgen es que acabe este virus para que la gente pueda trabajar porque están pasando mucho, mucho, mucho trabajo”, ríe incómodamente, ajustándose su visera transparente en el rostro, que la protege de ser contagiada. Observo a unos pocos feligreses que van llegando, uno a uno. Veo a un grupo grande, de unas diez personas, tienen uniforme de una empresa. Rodean el altar para luego unir sus manos en un círculo, bajan sus cabezas, cierran los ojos y uno de ellos dirige una oración que lo demás siguen. Son vendedores, de esa parte gigante de la población de Cartagena que no puede dejar de salir a la calle, y la súplica es por tiempos mejores y por otra causa. “Es un grupo de personas con fe hacia la Virgen del Carmen. Este es el sitio donde nos reunimos siempre, planificamos el día y siempre con la fe de la Virgen. Hoy, precisamente, le pedimos por la salud del padre de una compañera que está en convalecencia y porque los números que nos exige la compañía se den. Además del esfuerzo que cada muchacho le imprime a su trabajo, no está demás la ayuda divina”, me explica Jaime Ballestas, quien acaba de dirigir aquella plegaria. (Vea: [Video] Conoce la historia de la Virgen del Carmen)
En el parque también aparece una mujer que, por su atuendo, parece ser parte del personal médico de la ciudad. Prende alrededor de diez velas, pero prefiere no hablar, igual que una joven ciclista que solo se detiene a rezar. Un señor bien vestido, de camisa blanca y pantalón negro, se acerca. Me pide que le tome una foto, lo dudo y mucho porque eso implica tocar su celular, y no quiero hacerlo, pero accedo, acordándome que podré limpiarme con el antibacterial de la mesa de Margarita. El señor posa: “Una con tapaboca y otra sin tapabocas”, me dice. Y se quita y se pone el barbijo, así no más. “Para mí la Virgen del Carmen es todo, mi padre desde niño me enseñó a venerarla y como todos los años donde esté ella estoy yo, porque soy conductor y siempre he vivido protegido por ella y es una devoción que nunca la voy a dejar y que se la he inculcado a mis hijos. Hoy le pido por mi salud, la protección en las carreteras y por toda esta pandemia también que meta su mano para que Cartagena aplane esta curva que nos está afectando bastante a todos. Hay que portarnos bien con la cuestión de la pandemia”, así lo dice él. Se llama Javier Fuentes.
Cerca, Katerine Díaz, otra feligrés con lágrimas a punto de nacer en sus ojos, me cuenta su petición: “Tengo un sobrino en UCI y quiero que me lo levante de esa cama, tiene un problema de anemia que se complicó, pero ya está mejor. Somos fieles devotos de la Virgen, porque todos en la familia son conductores”. Está rodeada por varios miembros de su familia.
María del Carmen Marín Mendoza, organizadora de las Fiestas de la Virgen en Blas de Lezo también está en el parque. “De la celebración como tal no se ha hecho nada, pero las personas devotas, con mucho amor, han venido con todos sus protocolos, llegan, visitan a la Virgen, colocan sus velas y se van. Eso me ha llenado de alegría. Yo pido que finalmente esto de la pandemia pase rápido y que el otro año podamos celebrar la fiesta de la Virgen el doble”, exclama. La pandemia ha llegado a transformarnos en todos los sentidos, se ha llevado cientos de miles de vidas, ha causado desespero, ansiedad y angustia, ha cambiado incluso la forma en que los creyentes viven su fe, que hoy parece más viva que siempre.
