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Alberto Borja, actor de las mil y una historias

Alberto cantaba, bailaba, contaba, gesticulaba, era un maestro en escena. Ahora se ha ido. ¡Qué difícil es evocar lo bueno y maravilloso que se va!

Alberto Borja, actor de las mil y una historias

Alberto Borja, en el año 2005. //foto: Archivo El Universal.

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Solo a Alberto Borja podía ocurrírsele la fantástica aventura de llevar a escena y contar episodios de La Biblia y Las Mil y una Noches, que son dos clásicos de la literatura sagrada, de la tradición oral tanto de los árabes como de los hebreos. Y son dos clásicos de la literatura universal, tanto de Occidente como de Oriente. Allí Jesús es tan prodigioso como Sherezade, que no la decapitan porque deja encantado con sus cuentos al califa que había decidido matarla. Y a Jesús lo crucifican porque sus verdugos no le entienden las parábolas y los poemas hablados que expresa y que aún dos milenios después la humanidad sigue descifrando. Los dos son, a su vez, con el respeto de la historia, dos personajes de la literatura fantástica, porque han sido inspiradores de obras de arte, novelas, poemas, canciones, películas, dramas y narraciones orales. Alberto no solo tuvo la osadía de llevarlos a escena, sino que contó la historia como un maestro del teatro en todas sus formas, porque estudió Artes Escénicas para ser actor de teatro, cine y televisión, y director y narrador oral inigualable. (Lea aquí: Fallece el actor y cuentero Alberto Borja, un grande del teatro)

Él nació en el sector El Toril, en el Pie de La Popa y yo vivía muy cerca de su casa, cuando mi familia se mudó a Cartagena y nos acotejamos en el garaje de una vivienda grande de la subida de La Popa, en donde solo el milagro permitió estar junto a mis padres, todos juntos bajo el mismo techo sin que nos tropezáramos, y luego, encontramos un apartamentico para toda la familia en la avenida Pedro de Heredia. En esa idas y venidas al Pie de La Popa nos encontramos y él me invitó a su casa de sus padres en donde él había vivido siempre, y me leyó unos cuentos muy interesantes y nostálgicos que estaba escribiendo, que eran sus recuerdos de infancia, de las barriadas y sus historias, los personajes populares, Chambacú, las Fiestas de la Independencia, entre otros. (Lea también: Caza Teatro inicia una nueva historia)

Poco tiempo después, con el auge de Cartagena como escenario cinematográfico, supe que Alberto había sido escogido para actuar en la súper producción de ‘La misión’, dirigida por Roland Joffe y actuación de Robert de Niro. No podré olvidar que la Calle de La Factoría, eternamente elegida para las películas, fue convertida en escenario de esa película con la casa del Marqués de Valdehoyos. La calle quedó cubierta de una alfombra de arena amarilla y liviana para que el jinete Robert de Niro cabalgara un caballo al atardecer que dejaba una nube de polvo en la vecindad. A mi esposa Mary, que estaba embarazada de mi hijo Leonardo, recuerdo, le dio una ansiedad inesperada al quinto o seis meses del embarazo y cogió un puñado de aquella arena amarilla y estuvo tentada a comérsela. Todo ese episodio para decir que Alberto trabajó al lado de Robert de Niro en esa película. Era flaco, huesudo, el cabello ensortijado y la voz grave de un locutor que podía doblar perfectamente películas de suspenso e intriga. Qué bueno que siempre haya alguien guardando memorias para que la vida no se olvide, y en estos días, Manuel Lozano compartió esa escena en la que aparecen Alberto y Robert de Niro. Lo cierto es que Alberto fue actor magistral de muchas películas que se filmaron como ‘Crónica de una muerte anunciada’ o ‘El amor en los tiempos del cólera’. Y en muchas series televisivas como ‘Tiempos difíciles’, ‘La luz de mis ojos’, más recientemente, y en obras de teatro del ya legendario Teatro Popular de Bogotá, junto a Jorge Alí Triana y Santiago García. Junto a su esposa, la destacada actriz y narradora oral Dora Malo, creó el proyecto extraordinario de Caza Teatro en la casa del sector El Toril donde nació, habilitando y convirtiendo el garaje en una sala para cincuenta espectadores.

La sala se mantuvo hasta hace poco, cuando el designio de un empresario le dijo temerariamente a Alberto y a su familia que debían vender la casa porque su casa formaba parte de un proyecto privado en el que además comprarían toda la hilera de casas de esa calle. Alberto y Dora, que ya habían vinculado a sus hijos Rodrigo y Clarita en este proyecto que marchaba exitosamente con dos iniciativas fabulosas, promovidas por Caza Teatro: el Festival de Cuentería de Cartagena, y el Concurso Estudiantil de Narración Oral, sintieron que aquella iniciativa urbanística privada los despojaba y desarraigaba del entorno de toda su vida, y se fueron de Cartagena a Bogotá a buscar una mejor suerte, pero sin perder jamás los lazos con Cartagena. Creo que desde ese momento empezó a morir mi amigo.

Alberto y Dora se mantuvieron contra viento y marea como formidables gestores culturales. A Alberto le escuché la fabulosa historia del hombre de los animes, una creencia que está sembrada en el corazón de lo mítico y la leyenda en el Caribe. El que tiene los animes tiene el poder sobrenatural de que las balas no lo alcancen y ningún peligro lo toque. Y el personaje que representó Alberto buscaba los animes para lo que requería: para ablandarle el corazón a una mujer dura o para llevar a cabo negocios, viajes, alianzas, amores, o para hacerse invisible. Esa historia, junto a la del hombre que va al Sinú y enamora a una muchacha a punta de porros, es fuera de serie. Alberto solito hacía el papel del tipo encantando a la mujer y hacía el papel imaginario de la mujer bailando a ritmo de porros. Alberto cantaba, bailaba, contaba, gesticulaba, era un maestro en escena. (Lea también: El arte de contar cuentos)

Epílogo

Ahora se ha ido. ¡Qué difícil es evocar lo bueno y maravilloso que se va! Los cuentos de Las Mil y una Noches, las historias de la pareja que viven peleando. Recuerdo que Rodrigo era muy niño cuando Alberto llevó a escena esa obra, y el niño se metió en escena porque creía que sus padres estaban peleando de verdad. Y Alberto, que era un artista, no deshizo la obra, sino que metió a su hijo en el teatro y lo consoló en escena, como si aquello formara parte de la obra. Otra vez lo hicieron en el Parque de los Estudiantes y la Policía se iba a llevar a Alberto creyendo que estaba peleando con su mujer en espacio público. Y Alberto se acercó al oído del policía y le dijo: “Agente, esta es una obra de teatro. Dura veinte minutos. Quédese ahí y mírela”. Hasta el policía estaba encantado con la historia.

Y Alberto, con su creatividad, metió al policía en la trama escénica, como un actor natural que no estaba en el libreto. Ese era Alberto.

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