El economista norteamericano Joseph Stiglitz (Gary, Indiana, 1943) ha dejado en Cartagena a una audiencia seducida por sus reflexiones que van más allá del fracaso del capitalismo.
El Premio Nobel de Economía ha publicado diez libros que profundizan sobre los dilemas económicos del mundo contemporáneo, la globalización y la crisis económica de 2008, que él considera que es la más grande que se ha vivido entre estos dos siglos, más terrible que la crisis de 1929.
Pero sus análisis no se limitan a descifrar los orígenes de las crisis económicas, sino sobre el poder que socava a la sociedad civil y desestabiliza a la democracia cuando existen grandes concentraciones de riqueza en pocas manos. También se ocupa de estudiar el impacto de la banca y de los banqueros en las crisis que ha vivido Estados Unidos, y de la manipulación de las tecnologías en las elecciones, la responsabilidad civil de Facebook y Twitter cuando se divulga una noticia falsa en redes sociales, para favorecer a un candidato presidencial o a un inversionista.
Tiene este pensador de la economía una manera particular de nombrar las crisis como ‘malestar’, desde su primer libro ‘El malestar en la globalización’ (2002), luego, ‘Los felices 90’ (2003), ‘Cómo hacer que funcione la globalización’ (2006), ‘Comercio justo para tofos’ (2007), ‘La guerra de los tres millones de dólares’ (2008), ‘Caída libre’ (2010), ‘El precio de la desigualdad’ (2012), ‘La gran brecha’ (2025), ‘El euro’ (2016) y ‘Capitalismo progresista: La respuesta a la Era del Malestar’ (2019).
Stiglitz conversó en Hay Festival de Cartagena sobre su libro ‘Capitalismo’, publicado por Taurus en 2019. Se refirió a distintos aspectos como el impuesto a la riqueza en los Estados Unidos y la reforma al sistema tributario. El impuesto del 3% a quienes tienen riquezas mayores de 3 mil millones de dólares. Habló de la perversión de manipular las elecciones, de la responsabilidad civil de retirar noticias falsas de las redes sociales, de regular contenidos de discriminación social, racial, política y de odio, como ha hecho Alemania, y la regulación de contenidos de pornografía infantil a través de leyes como lo ha hecho Estados Unidos. No puede ser que Facebook sea ‘un juego abierto para decir mentiras’. Debe haber una responsabilidad civil y una regulación. También habló de salvar al capitalismo de sí mismo, actuando más por la sociedad y no en los inversionistas. Se refirió a Venezuela, como uno de los países más ricos de América Latina que vive hoy un desastre económico y político, derivado de una pésima administración de sus propios recursos.
El libro de Stiglitz es un estudio de 492 páginas de las cuales 318 de ellas son el libro en dos partes y en once capítulos, y desde la página 319 hasta la 492 son notas y referencias a sus afirmaciones en contexto histórico, económico y político. Sin duda, uno de los grandes pensadores de la economía mundial al que hay que leer con mucha devoción no solo por lo que dice, sino también por la manera pedagógica, profunda y sustentada de sus argumentos. Es un analista que nos seduce por su tono narrativo pero también por su agudeza conceptual de visionario ensayista de nuestro tiempo. En todo su discurso el presidente norteamericano Donald Trump es uno de sus personajes analizados. En 1993 Stiglitz integró el equipo de Administración del presidente Bill Clinton, como miembro del Consejo de Asesores Económicos (CAE) y luego como su presidente. Desde la década del sesenta, Stiglitz venía observando el curso decreciente y desastroso de la desigualdad, agravado a finales del siglo XX y convertido en la actualidad en uno de los grandes dilemas en el mundo: la desigualdad económica y social. La situación es peor y aumenta, según él, progresivamente. Su pregunta que resuelve a lo largo de su libro es ¿cómo llegamos hasta aquí, hacia dónde vamos y qué podemos hacer para cambiar el curso de los acontecimientos?
La explicación que él ofrece es que la respuesta estriba en los fracasos económicos. Y lo explica en la ‘transición de una economía industrial a otra de servicios, al controlar el sector financiero, al manejar como es debido la globalización y sus consecuencias y, lo más importante, al responder a la desigualdad creciente’. Para él no se pueden separar economía y política, ‘y menos aún en el contexto de una política motivada por el dinero como es la de los Estados Unidos’.
Si en el pasado la riqueza era el oro guardado en una bodega, el concepto de riqueza ha variado con el tiempo. ¿Cuál es la riqueza de una nación? Stiglitz responde: “La verdadera fuente de la riqueza de las naciones descansa en la creación: en la creatividad y productividad de la gente que constituye una nación y las interacciones entre sus miembros. Descansa en los avances científicos, que nos enseñan a desentrañar las verdades ocultas de la naturaleza y a emplearlas para lograr avances tecnológicos”.
La Reforma Tributaria de Trump, en 2007, según Stiglitz, agravó aún más las desigualdades y “nació del más profundo cinismo político”. Esa reforma arrojaba ‘migajas al ciudadano común’, los impuestos subirían para la clase media y lo que verdaderamente importaría “en la democracia estadounidense es el dinero”. La desigualdad llegó a niveles jamás vividos, desde la era Dorada, a fines del siglo XIX. Las reformas de Trump.
Y al volver sobre la riqueza de la nación, Stiglitz revela que en esas desigualdades se han vulnerado las fuentes del conocimiento que generan la riqueza productiva, tecnológica, los progresos científicos. Las naciones se enriquecen como consecuencia “de una buena organización general de la sociedad, que permita al pueblo interactuar, comerciar e invertir con seguridad”. Si la democracia se vulnera, entendiendo por democracia “el derecho, el proceso legal, los sistemas de peso y contrapeso y una miríada de instituciones implicadas en descubrir, evaluar y decir la verdad”. Y aquí el pensador económico llega a la esencia de su argumento sobre “la prosperidad compartida”, razón para salvar al capitalismo de sí mismo: “No hay que confundir la riqueza de una nación con la riqueza de determinados individuos de un país”. Es la desigualdad económica la que se traduce en poder político. Un capitalismo norteamericano que ha modelado a la sociedad en una identidad individualista en donde se privilegia: “La codicia, el egoísmo, la abyección moral, la disposición a explotar a los demás...”
Lo que se ha socavado en esa democracia es la sociedad, el ciudadano, el individuo que con las decisiones económicas y políticas desacertadas ha degradado su condición humana y su calidad de vida. Nada cambiará en el contexto global sin una democracia fortalecida, dice Stiglitz, pero no son suficientes las medidas económicas que intenten innovar lo económico sin haber reformado la política que afecta a su vez, las decisiones ambientalistas. Pese a los fracasos su sentencia esperanzadora es que “no es demasiado tarde para salvar el capitalismo de sí mismo”. Su posición para este futuro inmediato es diseñar los mercados bien regulados, trabajando en conjunto con el Gobierno, la sociedad civil y las instituciones. Propone una globalización alternativa tanto para los países ricos como para los pobres. Refrenar las concentraciones de riquezas en pocas manos. Reglas para que las multinacionales no se apoderen de la agenda de la globalización.
La sentencia de Lincoln ilumina el camino de toda la reflexión de Stiglitz desde la casa hasta la nación: “Un hogar dividido y contra sí mismo no puede sostenerse”. El capitalismo ha sido víctima de su propio invento y su dinámica ha sido autodestructiva. Pero para salvar la democracia hay que empezar por sus seres humanos para que tengan una vida decente y en la que las decisiones políticas o económicas no arriesguen su propia estabilidad y calidad de existencia.
La riqueza de la nación es su gente. Y ese rumbo lo ha extraviado la globalización. Ese es el gran mensaje de Stiglitz.