
Lleva siempre su aguja para tejer en los silencios del día. Teje desde niña sus mochilas en las que siente que cada hilo es un sendero que acaricia sus recuerdos y sus pensamientos. Es Atikeinis Durán Izquierdo, una joven indígena arhuaca, nacida el 4 de enero de 1998 en Moroto, al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta, muy cerca de Nabusímake, el reino forjado en piedra y casas de palma y bahareque que, según sus ancestros, significa: ‘Ciudad donde nace el sol’.
Es la hija de Rubén Durán, sembrador de café, maíz, fríjol y piña, y María Izquierdo, ama de casa. Una de las menores entre nueve hermanos de padre y madre, y dos hermanos de padre. Es la nieta del mamo Bunchanwin, que partió a sus 89 años, un hombre sereno y sabio al que recuerda fornido, no muy alto, con el cabello blanco, cachetón y sonriente.
“Mi abuelo Bunchanwin era un mamo, un sabio en la comunidad a quien todo el mundo le consultaba en momentos de cosecha, nacimientos, bautizos, matrimonios, enfermedades y muerte. Su sabiduría resolvía problemas de la comunidad a nivel material y espiritual. Conocedor de plantas, era a su vez un médico, un sacerdote, un abogado, un juez”.
El paisaje de su infancia está rodeado de árboles bajo el rumor de pequeños nacimientos de ríos que se deslizan entre las piedras. El paisaje huele al café que la despierta desde las cuatro de la mañana, al dulzor de la naranja, al tierno olor de la tierra mojada y a la arcilla fresca del invierno con la que moldean los sueños los alfareros. La casa es redonda, de barro y bahareque y techo de paja, y dentro hay una hamaca, un catre de cuero de chivo, una cocina y un fogón.
“Nosotros, los indígenas arhuacos, somos más antiguos que ustedes, no nos sentimos por encima de las plantas y los animales, estamos junto a ellos y vivimos para mantener el equilibrio que debe existir entre el ser humano y la madre tierra. Los Koguis, los Arhuacos, los Wiwas y los Arzarios, somos cuatro pilares para mantener el equilibrio natural.
“Recuerdo que, cuando era niña, jugaba con las hojas del café y con las palmas grandes que semejaban una canoa y eso nos hacía felices junto a mis hermanos. A veces íbamos a bañarnos en las quebradas, en esas aguas frías de los saltos y las quebradas. El sabor de la infancia es el guandú. Mamá dice que nunca debe faltar el guandú porque además es muy bueno para la memoria. En el desayuno el sabor de siempre era el guandú con guineo. El guandú nunca debía faltar en el desayuno, unido al guineo o mafufo. Almorzábamos con sopa de guandú, y en la cena, otra vez el guineo mafufo. En enero recuerdo que se celebraban las cosechas y se hacían rituales antes de los cultivos. En los bautizos y matrimonios, la ceremonia tradicional era la limpieza espiritual, la búsqueda del equilibrio con la naturaleza. Viví seis años en Moroto, mi pueblo natal, y después nos fuimos para Pueblo Bello, en el Cesar, y allí nos radicamos. Papá compró un pedazo de tierra, y yo estudié en una escuela a la que tenía que caminar dos horas. En ese pueblo hubo conflictos entre indígenas y evangelizadores que se oponían a nuestros bautizos y ceremonias ancestrales. A los indígenas nos veían raros en la escuela, por nuestra lengua y por la manera de vestir. Me sentí aislada y discriminada cuando alguien se referiría a nosotros como ‘indios’, despectivamente, y es que nosotros no somos de la India, somos indígenas. A mí nunca me gustó que nos dijeran con desprecio ‘indios’.
“Tejo desde que era una niña. Mamá nos enseñó. Lo hacemos con una aguja muy parecida a la que se usa para coser ropa, pero es una aguja grande y gruesa. Tejemos con la lana de las ovejas. Motilamos la oveja. Lavamos y secamos la lana. Corchamos y le sacamos el hilo oculto que va saliendo lentamente, hasta encontrar el más fino y empezamos a unir los hilos para tejer. Cuando hacemos una mochila ese es el pensamiento de una mujer. Allí están nuestros sentimientos y nuestras vivencias. La gente compra mochilas y las usa pero no sabe el enorme significado que guardan las mochilas. Nunca se hicieron las mochilas para el comercio, porque es lo más representativo de nosotras las mujeres, pero nos ayudan en la vida cotidiana. No hay dos mochilas iguales, ni siquiera cuando una tejedora las haga de seguido, cada mochila es su pensamiento y sentimiento plasmado a través de los hilos. El plato o la base define si la mochila será pequeña o grande.
“Los templos sagrados de los mamos se llaman Bianchis y están construidos en lugares de muy fuerte conexión con la naturaleza. Nuestro dios es Kaku Serankua, el creador de todo lo que existe. Y en la naturaleza está reflejado él, en los árboles, en el agua, en la tierra y en las piedras. A nosotros nos gusta estar descalzo para sentir la madre tierra. Con el resto de comunidades indígenas estamos destinados a estar juntos. Creemos en la otra vida que será algo mejor. Esta vida es el proceso para edificar o construir algo aquí. En la otra vida hay una tierra en paz. Cuando un ser querido se muere, nos preparamos para llegar donde ellos. Estamos aquí pagando por la vida. Pagando por el agua, el aire que respiramos, los árboles que nos dan sombra. Todo lo que tenemos aquí lo estamos pagando y hay que agradecerlo.
“El día de mi cumpleaños, el 4 de enero, yo no lo celebro como hacen ustedes. Para mí un año más es un nuevo ciclo, un año de enseñanza y aprendizaje, en el que se cierra y se abre un nuevo tiempo que hay que construir otra vez.
“Cuando amanece con neblina espesa que baja, en mi pueblo, creemos que es una señal de algo maligno. Los rayos son manifestaciones de contrariedad de la naturaleza que no está contenta con los seres humanos. Entonces hacemos pagamentos y ceremonias. Muy cerca a mi pueblo cayó un rayo y mató a varios vecinos, y la comunidad abandonó el lugar. Nuestra música tradicional es el Chicote, que se hace con gaita y acordeón. El turismo no es malo, pero hay muchos viajeros depredadores que llegan a Nabusímake y eso afecta negativamente, tanto a la naturaleza como a la comunidad. La gente se baña en el río pero no conoce lo que significa ese río. No tienen respeto por la tierra y se comportan de manera inadecuada arrojando basuras, tratando mal a los indígenas y arrasando con el patrimonio natural. Por eso la misma comunidad ha tenido que cerrar Nabusímake”.
“A finales de 2015 vine por primera vez a Cartagena. Mi ilusión era estudiar y ser una profesional. Mis padres se opusieron cuando les dije que me gustaba la actuación, el teatro, el arte, y el modelaje. Me dijeron que eligiera una profesión significativa para la comunidad indígena. Mi hermana, Margareth, es doctora en Toxicología y Bacterióloga. Estudié Ingeniería de Sistemas en la Universidad Rafael Núñez.
“Me matriculé en Unibac para estudiar Artes Escénicas, estoy en el segundo semestre. Le dije a mis padres que esto me hacía feliz. Mis padres no conocían a Cartagena y les pareció una ciudad muy caliente. Les comenté que aquí probé por primera vez el mote de queso y mi papá se preguntaba ¿cómo puede hacerse una sopa con queso?
“No ha sido fácil adaptarse porque aquí se acostumbra a comer carne todos los días y nosotros no. Solo una vez a la semana. Pero prefiero no comer ninguna carne, ni pescado, ni nada de eso. Despierto a las cuatro de la madrugada y me bebo un café muy cargado pero sin azúcar. O un té de hoja de coca seca. La hoja de coca en mi comunidad es una planta sagrada y los hombres la mastican porque tiene propiedades energizantes y es una planta espiritual. Antes de venir a Cartagena, le dije a mis padres que ser indígena no es impedimento para ser una gran actriz y representar mi cultura arhuaca. No creo que ninguna cultura debe limitar a nadie. Y, al participar en el Reinado Maja Colombia y quedar entre las diez finalistas, cumplí un sueño de niña cuando al mirar aquel televisor en blanco y negro vi por primera vez una reina de Cartagena. Soy tímida, hablo poco, pero estoy muy feliz estudiando teatro. ¿Si pudo ser actriz indígena mexicana Yalitza Aparicio Martínez en la película ‘Roma’, dirigida por Alfonso Cuarón, por qué yo no puedo ser actriz?”.
Atikeinis no deja de tejer cada día, con una aguja grande con la que hilvana sus recuerdos en sus mochilas. Va y viene de su aldea hasta Cartagena. Y en sus sueños el abuelo mamo le confía sus secretos.