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La noche en que Palenque no durmió

Palenque perdió el sueño en tres momentos de su historia. Crónica de la primera noche de duelo, la segunda de combate y la tercera de gloria.

La noche en que Palenque no durmió
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Palenque ha tenido tres noches en su historia en que no ha podido dormir. La primera, el 16 de marzo de 1621, en que supo que habían ahorcado y descuartizado a Benkos Biohó muy cerca de los antiguos pantanos de la Matuna y de las antiguas puertas coloniales de la ciudad donde hoy está la Torre del Reloj o la Plaza de la Paz.

La segunda vez, el 28 de octubre de 1972 en que el boxeador Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’ se convirtió en Campeón Mundial, rey de las 140 libras. Aquella madrugada, frente a un televisor colectivo, el pueblo amaneció para ser feliz fuera del cuadrilátero y conoció por primera vez lo que era triunfar fuera de nuestras fronteras. Fue Pambelé el primer colombiano que nos enseñó a ser triunfales y a sentirnos orgullosos de haber nacido en este pedazo de tierra. Y desde entonces los muros se llenaron de sombras chinescas de niños golpeando el aire de la aldea, practicando el duro y arriesgado sueño de ser boxeadores.

Y la tercera vez, la anoche en que supo que sería declarada Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, en 2005. Pocas veces una noticia feliz no nos deja dormir en Colombia, pero la declaratoria de Patrimonio a Palenque fue una de ellas, como el Premio Nobel de Literatura a García Márquez el 10 de diciembre de 1982. Los colombianos llorábamos de pura felicidad.

La noticia de la declaratoria se supo temprano y fue confirmada por el japonés Koichiroō Matsuura, director de la Unesco. El jurado calificador estaba integrado por expertos de 18 países que evaluaron 64 candidaturas presentadas por 74 países, 43 de ellas fueron seleccionadas como Obras Maestras: 9 en África, 12 en Asia, 11 en Europa, 4 en los Estados Árabes, 7 en América Latina. 4 eran multinacionales.

La declaratoria privilegiaba que Palenque de San Basilio “es la única sociedad sobreviviente de esclavizados que se fugaron y refugiaron en los palenques de la costa norte de Colombia desde el siglo XVI”.

La lluvia, la soledad de una carretera llena de barro, la pobreza de más de cinco siglos solo habían servido para fortalecer la resistencia, la dignidad y el espíritu guerrero de los palenqueros. Y para entrar a Palenque aún la carretera, seis kilómetros desde la entrada, estaban destapados, aún como en las noches en que los cimarrones abrieron trocha en medio de la espesura.

La plaza era una carpa de baile bajo la luna.

Quinientos años después

Palenque, a 50 kilómetros de Cartagena, con más de 3.500 habitantes y 435 familias, primer territorio libre de América. En aquel entonces, carecía de lo elemental, sus servicios públicos, hospitales, centros educativos. En catorce años el panorama ha cambiado. Hacía más de treinta años el campeón de boxeo Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’ había regalado la luz eléctrica al pueblo y diligenciado el acueducto. En catorce años, el panorama ha cambiado más allá de las apariencias paisajísticas. Se desterró el analfabetismo, se creó la Casa de la Cultura Graciela Salgado ‘Batata’, un gran centro deportivo, se reinvindicó la lengua ancestral, se tradujo al palenquero la Constitución de 1991, se posicionó el Festival de Tambores y Expresiones Culturales, el Festival de Cine Evaristo Márquez, el poeta Uriel Cassiani se convirtió en uno de los mejores poetas de la región y el Caribe colombiano y el primer novelista de Palenque con su obra sobre la vida de ‘El Farolo’. Pero más allá de todo eso, Palenque creció como una comunidad integrada y orgullosa de sus ancestros, logró el sueño de traer a casa a sus ídolos africanos y cantar junto a ellos, fortaleció su potencial cultural, se convirtió en un símbolo de la lucha de las comunidades afrocolombianas por la abolición de toda forma de discriminación, la reivindicación étnica, la convivencia y el reconocimiento de la diversidad cultural de la Nación.

Lo que se ganó

Esta riqueza cultural se sobrepuso y desafió múltiples amenazas: las desigualdades sociales y los resagos de las discriminaciones raciales, los residuos del conflicto armado, las migraciones forzadas, la desarticulación de las múltiples acciones del Estado, entre otros.

Así lo creyeron sus artífices, que la declaratoria más allá de ser un acto de justicia era el comienzo para corregir el presente y el porvenir, ante la faz del mundo. Los viajeros del planeta que llegaban a Palenque escribían libros o filmaban películas, regresaban a casa y compartieron lo vivido.

Tardó medio siglo en que los mismos palenqueros se vieran a sí mismos en pantallas gigantescas, y eso ocurrió con la exhibición de ‘Quemada’, filmada en 1968, película en la que Evaristo Márquez pasó de ser un humilde sembrador de maíz para convertirse en una estrella de cine junto a Marlon Brando.

El filme lo observó el mismo Evaristo en la plaza de Palenque y era como ver al muchacho en su caballo cruzando la llanura y verse ahora envejecido sentado en una butaca viendo pasar el tiempo en solo un parpadeo.

También pudieron mirar sus vecinos en la plaza ‘Del Palenque de San Basilio’ de Erwin Goggel. Algunas mujeres viendo la cara de viejos parientes muertos en la pantalla, se sobresaltaban de su silla y empezaban a llorar. Los hombres y mujeres que no habían aprendido a leer, lo hicieron más allá de haber cumplido cincuenta, sesenta o setenta años, y hoy Palenque es un pueblo de lectores, y sus alfabetizados escribieron libros de recetas tradicionales de cocina que ganaron premios mundiales en Francia y China.

Justo Valdés dice que en los años en que vendía gafas en las playas y componía canciones, sin saber leer en tiempos en que aún no existían los celulares ni la Internet, le tocaba dictar las canciones o buscar a alguien que le grabara la música que le surgía como un milagro repentino. Ahora, al evocar aquello, dice: “Me perdí de muchas realidades por no saber leer y también me engañaron”. Hoy, junto a la legión de letrados, es un hombre altivo y orgulloso por haber compuesto el Himno a Palenque.

Hoy Palenque está más cerca de todos nosotros.

La plaza ha cambiado. Es un pueblo emprendedor. Todo el mundo sabe cantar, bailar, es bilingüe, habla en español y en palenquero. La lengua es cantarina. Suena como una música llena de ritmo, ingenio, sentido común y sabiduría. Una música a flor de labios que sobrevivió a la conquista española. También Palenque nos enseñó a todos cómo se debe despedir a nuestros muertos, en esos rituales funerarios del Lumbalú, que son en verdad una estética y una ética y una estremecedora lección de humanidad ancestral frente al misterio de la muerte.

En todo este tiempo, el centinela espiritual de los palenqueros ha sido Benkos Biohó: no deja de iluminar los caminos de la tierra.

Epílogo

Las tres noches fueron de lágrimas. Las mujeres entraban y salían del palenque con trenzados de duelo en la cabeza. Las dos últimas fueron de alegría. La primera noche fue de horror, dolor y espanto. Las mujeres se abrazaron y amanecieron al pie de la tierra, unas sobre otras, cabeceándose en el palenque. No era rocío lo que se deslizaba por los cabellos. Eran lágrimas de sangre.

Recreación escénica del Lumbalú en Palenque.//Fotos: Rodrigo ARANGUA - afp.
Recreación escénica del Lumbalú en Palenque.//Fotos: Rodrigo ARANGUA - afp.
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