Es un apéndice, un órgano externo, que ha suplido funciones de nuestro ser, en especial de la memoria y de la forma en que nos comunicamos. Sobre todo a los millennials, vivimos ‘pegados’ al celular, algunos de forma tan adictiva que, cuando no tenemos ese aparato en nuestras manos, es como si un parte vital nos faltara, incluso al punto de sentirnos desprotegidos. Lo sabrá usted bien si se levanta por la mañana y lo primero que hace es mirar el teléfono, si va al baño con el móvil en las manos, si desayuna visualizando el display, y así va realizando todas la tareas del día andando el teléfono, hasta acostarse.
Para Carlos Andrés Zambrano López los teléfonos móviles han representado algo más allá que eso. Si los móviles se han convertido en una parte de nuestro ser, en un ‘órgano’ externo -en el que además depositamos tanta información de nosotros que bien podría alguien conocernos viendo nuestras fotos o nuestro historial de navegación-, entonces Carlos Andrés se ha convertido en una especie de ‘cirujano’ que opera, hace trasplantes, incisiones, sutura y ‘revive’ teléfonos ‘muertos’.
Llevo una hora sentado en un local de menos de metro y medio de ancho por tres de largo, en el Centro Histórico de Cartagena, y han desfilado por aquí por lo menos 10 personas buscando primeros auxilios para sus aparatos averiados. El teléfono de Carlos ha sonado al menos unas diez veces, son clientes desesperados. “Su caso es complicado, estoy haciendo todo lo posible por arreglarlo pero no arranca, voy a intentar otro método a ver si lo que está fallando en la tarjeta (principal), tenga paciencia”, le dice a un usuario. “No era la batería, la batería está bien”, le responde a otro. “No hemos podido encontrar la pieza, le soy sincero, está difícil pero estamos buscando”, afirma a otro cliente. Carlos es uno de los técnicos de celular más buscados de la zona, su lugar casi siempre está lleno. Tanto que antes de abrir los portones ya hay gente esperando. “Viejo Carli... te traigo este celular, creo que se le dañó el pin de carga”, “Carlitos, el parlante no le funciona”, “Carlos, mi hermano, ¿en cuánto me cambias este display?”, el desfile de ‘celudependientes’ no cesa. “Hoy ha sido un día que no he almorzado, ni si quiera desayuné. Mira aquí, donde tengo el almuerzo, dame un tiempito y miro qué puedo hacer”, dice el ‘cirujano’ de celulares, al filo de las 4 de la tarde. Hay una carrandanga de teléfonos, envueltos en papel burbuja y marcados con el nombre de su dueño en cinta de enmascarar. Carlos es tan hábil como la velocidad de sus manos se lo permite, puede desarmar un celular en menos de cinco minutos, al tiempo que atiende a los clientes. Diagnóstica el daño y repara. O declara su ‘muerte’, si después de aplicar ‘electrochoques’ y ‘tratamientos’ reconstructivos de redes y circuitos, no hay nada qué hacer.
Lo aprendió hace 16 años o más, mediante ensayo y error, empíricamente. “Me gustaba necear y desarmar cosas. Yo mismo cogí mi celular y lo desarmé, lo dañé (risas). Yo estaba en el colegio todavía, terminé validando el sexto, porque estudiaba en Los Salesianos, sino que a mí me echaron, era desordenado. Con un excuñado comencé a trabajar esto -reparar celulares- en Manga, por la Sociedad Portuaria. En ese entonces, los celulares eran ‘panelas’. El mío era un Nokia 5120, lo desarmé, dañé y lo arreglé. Después vinieron muchos más, al principio yo no tenía ni idea de cómo era la cuestión”, recuerda.
-Aquí siempre llega bastante gente... -Le digo.
-No es porque sepa, porque hay otros técnicos que saben más que yo, si no por la honestidad, la seriedad es lo que vende. Tú puedes saber mucho, pero si no eres serio en tu trabajo, no te busca nadie. Tenlo por seguro.
“Y por recomendación. Por el boca a boca. A mí me lo recomendó un amigo, yo vengo recomendado”, interrumpe un cliente a quien le repara la pantalla del teléfono.
“Sí, la verdad es que también llega aquí mucha gente de afuera, ese señor que se acaba de ir, vino de San Juan Nepomuceno. He atendido clientes de Estados Unidos, de Canadá. He arreglado teléfonos hasta un gran colega tuyo, el periodista Juan Gossaín, vino varias veces por aquí”, complementa Carlos.
La telefonía celular en Colombia, como en el mundo, va en crecimiento. En el país, a 2017, había 62,2 millones de lineas celulares habilitadas, según cifras del MinTic. Es decir, hubo más líneas de celular que gente. Por tanto siempre habrá alguien que necesite que reparen su teléfono, sobre todo porque las garantías de las fábricas, generalmente no cubren los frecuentes daños causados por los usuarios, como averías por caídas o porque les cayó agua a los aparatos. Algo que se ve todos los días, en ese y otros locales del mismo tipo en la zona.
- Carlos, ¿qué noticia me tienes?, pregunta un cliente.
- Ya te estoy averiguando, cuánto cuesta la pieza esa, no lo venden aquí. Dame hasta mañana -responde.
“Tuve la oportunidad de crear una empresa, tenía trabajadores a mi cargo, pero me retiré porque no me daba el tiempo y manejaba mucho estrés, era muy pesado (...) La verdad es que con este oficio he logrado muchas cosas. Trabajando duro, con esto yo hice mi casa. La hice a mi gusto. Yo mismo la diseñé. Poquito a poquito, he tenido para sostener a mi familia, yo soy el mayor de seis hermanos, he tenido muchas cosas materiales, he tenido carros. Tengo una familia unida y no me quejo de eso, es lo importante (...) Sí pienso en retirarme más adelante, estoy montando un negocio de comidas, esto es muy estresante”, dice Carlos.
-Oye, Harry Potter, te dejé mi J4 esta mañana, ¿ya lo miraste? (Harry Potter le dicen algunos clientes a Carlos, no sé si porque hace magia con algunos teléfonos o por su ‘parecido’ con el personaje).
-No, no sabía. ¿Cuál es? En un rato lo miro -responde.
“El problema es que sí, esto me ha costado un poquito la salud, pero bueno. Mi familia me regaña, mi mamá ¿qué no me dice?, porque aquí el estrés que se maneja es fuerte. Estoy intentando llevar un hábito alimenticio adecuado, aunque no he podido por mí mismo. Es que a mediodía es que más llega gente y no da tiempo ni de ir al baño”, sostiene y confiesa que, aunque vive de los celulares, no lo deslumbran estos aparatos.
“Esto se convirtió en un vicio. Cuando no existían, ¿cómo hacía uno?, la verdad es que la gente se estresa por un celular, parece una enfermedad, como lo digo vulgarmente, esto es un bazuco electrónico, hay gente que si no tiene el teléfono se siente incomodo, mal. Yo al teléfono no le presto atención, a menos que sea por mi trabajo. A la gente que es adicta al teléfono, les recomiendo que se dejen de eso, que si se daña no pasa nada. Si hay una llamada importante, la persona esperará, lo que es para uno es para uno, pero estresarse por que se dañó el telefono enferma y te vuelve loco”, sostiene.
- Carlitos, cómo estás, se me partió el display de este celular, ¿puedes arreglarlo?, le pregunta otra clienta.
- No lo tengo, pero yo te lo averiguo -responde Carlos, siempre trata de buscar una manera de arreglar lo que está dañado.