Paula usaba vestidos blancos, tejidos con hilos de oro y plata, tenía esbelta figura y caminaba meneando las caderas, como nadie más se atrevía. No era una doncella española, tampoco era bella, pero despertaba una pasión especial en los hombres. En su natal República Dominicana, Cuba y Puerto Rico se hizo famosa por sus conocimientos sobre el arte del buen querer: una mezcla de saberes de la medicina natural, el poder mágico de la palabra y las creencias religiosas.
La negra, hija de padres esclavizados provenientes de Sierra Leona, África, fue vendida a los 13 años y cuentan que con sus saberes enamoraba a sus amos, quienes la consentían con lujosas prendas de vestir y joyas, como lo hizo en Cuba Joan de Eguiluz, quien le dio su apellido y la hizo madre, por eso su esposa la acusó de brujería y la envió al tribunal de Cartagena de Indias para ser juzgada por el Santo Oficio de la Inquisición en 1624. Tenía 34 años.
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Paula de Eguiluz se defendió en las audiencias, aseguró que solo curaba el alma y llenaba de amor a las parejas, pero para los inquisidores era un ser malvado de esos que hacen pactos con el diablo, se transforman en animales y chupan el ombligo de niños recién nacidos. En Cartagena, la brujería era tema de todos los días. El cruce de creencias y prácticas europeas, americanas y africanas en la ciudad, considerada el puerto más importante para comprar y vender esclavizados, lo produjo. Siempre había una mujer a quien juzgar por su belleza, sus conocimientos, sus deseos de libertad física y sexual o simplemente porque alguien dijo que la vio preparando una pócima con huesos de humanos.
Doña Elena De La Cruz, Juana Fernández de Gramajo, Lorenza de Azareto y Angelina de Nava fueron algunas cartageneras que recibieron las torturas y condenas en el Palacio de la Inquisición, que más parecía una casa del terror e injusticia que un espacio para purificar almas y acabar con los enemigos de Dios, como ellos decían. Paula, con sus declaraciones ante los jueces y las escabrosas historias que los demás contaban, hizo que toda Cartagena la convirtiera en una matrona de prácticas prohibidas en aquel entonces.“Hago pócimas, baños, amuletos y ungüentos para ligar amantes o hacer que el esposo infiel jamás vuelva a hacerlo. Todo eso acompañados de oraciones. No soy bruja ni tenía a mi amo Joan hechizado, lo que pasa es que él me quiere bien”, dijo Paula ante los jueces. Luego fue condenada a 200 azotes y trabajar en una clínica de la ciudad.
Con sus saberes, la dominicana entró a escenarios prohibidos para las negras. Vendió sus menjurjes y consejos a mujeres criollas y blancas, las mismas que después declaraban en su contra. Le pedían amarres para que su pareja no las abandonara y hasta hierbas para ser las mejores en el sexo. Otros querían aprender su arte, así que muchos aseguran que sus ‘poderes’ todavía rondan por las estrechas calles del Centro Histórico y en uno que otro barrio de la ciudad. Paula fue acusada tres veces, pero siempre se libró del castigo de la hoguera -quemada en público - y es que todavía los historiadores como Marisol Montero Carpio se asombran por la audacia de la mujer, que se convirtió en una lidereza. “Tuvo tres terribles acusaciones, pero no fue quemada. En la última fue condenada a cadena perpetua, en una celda del Palacio, sin embargo, nunca se supo qué pasó con sus restos, eso le da un toque especial a su historia”, contó la historiadora.
Lorena Guerrero Palencia, también historiadora y coordinadora del área de educación del Museo Histórico de Cartagena, añadió que “lo que simboliza Paula es la resistencia a la esclavitud de las mujeres negras, mulatas y caribeñas. Ellas tenían una cosmovisión diferente, con una cantidad de componentes o prácticas como la yerbatería, oraciones y adivinación que para la Santa Iglesia eran inaceptables, pero también había una doble moral porque esos mismos obispos o inquisidores que las juzgaban las buscaban para que les hicieran brebajes o medicinas. Siento que Paula pudo sacar provecho de esa importancia que había adquirido para librarse de la hoguera, pero también para buscar su libertad espiritual y sentirse valiosa, humana y feliz”.
Estos conocimientos no se han ido, permanecen en nuestras vidas. Dese un paseo por el Mercado de Bazurto y encontrará a muchas ‘Paulas’ vendiendo pócimas para ser exitosos en la cama y enamorar a esa persona que los vuelve locos. Que si funciona o no, esa no es la discusión... lo cierto es que es un negocio rentable y atrapa la atención de todos. Pero más allá de eso, es una atracción que está en nuestro ser y nos conecta con lo que somos y creemos, por eso, usted, que está leyendo este texto, quizás cree en la magia de la luna llena, los beneficios de la planta de matarratón y los amuletos para la buena suerte.
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Las abuelas nos curaban el dolor de barriga con agua de ajo y limón o nos amarraban un hilo rojo en una pierna para que no nos hicieran ‘mal de ojo’. Todo esto nos muestra una imagen diferente de la bruja que nos vendió Disney: una anciana vestida de negro, con una berruga en la nariz y que volaba en una vieja escoba. Seguramente pensará que entonces todos tenemos algo de brujos en Cartagena y toda América. No se equivoca. Somos una ciudad llena de historias como esa que narran en el barrio La Quinta, donde aseguran que una señora obesa, negra y de mirada pícara puede leer las cartas, el tabaco y conocer su futuro. La Heroica por siempre tendrá ese deseo de saber más de lo oculto, acercarse a la mística y es porque hace parte de nuestra historia de liberación y formación cultural, o mire los clasificados de los periódicos locales y todos los anuncios de centros espirituales, chamanes de amor y curanderos que prometen milagros.
Pero no solo está la bruja del barrio, a esa que evitamos saludar por miedo a ser hechizados, como pensaban los inquisidores. También están las mujeres que desean sentirse útiles e importantes en la sociedad, son fieles a sus tradiciones y no tragan entero. Consideran que unidas son más fuertes y que necesitan espacios para sentirse escuchadas en un tiempo donde el machismo aún habita.
Una vez al mes, un grupo de más de 40 mujeres de todas las edades, profesiones, colores de piel y estratos, se reúnen en el Palacio de la Inquisición o Museo Histórico de Cartagena para hacer los Aquelarres, como les decían a los encuentros de brujas.
Su tema principal no son los brebajes y pomadas para curar algo, ellas se dedican a debatir sobre problemas sociales y la reivindicación de la mujer en una ciudad donde todavía miran como herejes a los que no piensan igual. Este 29 y 31 de octubre tendrán un nuevo encuentro, tal vez esté tentado a asistir porque en el fondo sabe que usted es un ser místico, que cree en el poder de la palabra y la naturaleza.