Rómulo Bustos Aguirre fue monaguillo de la iglesia de su aldea en tres ocasiones cuando era un niño y el sacerdote lo dejó a solas con un cadáver cuando tenía ocho años. Aquella experiencia aterrorizante de lo sagrado cerca a la muerte podría ser una imagen de su libro ‘De moscas y de ángeles’ (2018), publicado por la Universidad Javeriana, que acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía 2019 del Ministerio de Cultura. El sacerdote le dijo que esperara mientras hacía una diligencia y lo dejó cerca del muerto. El niño Rómulo se fijó en la cara del muerto acostado en una mesa, con sus labios lívidos que parecían aún besar el aire. La boca estaba entreabierta y de repente una mosca aleteó sobre aquellos labios. No supo si la mosca intentaba entrar o salir por la boca del muerto.
Julio Alberto Bustos, su padre, había creado la primera biblioteca pública en su propia casa, y el primer librero fue Rómulo. El padre había sido concejal y un ser de una conciencia vertical. Un día alguien dejó en la casa un sobre con dinero y Blanca Aguirre, la madre del poeta, puso el sobre en la mesa. “Ahí te dejaron”, le dijo Blanca a su esposo Julio Alberto. Y cuando él llegó, miró el sobre y descubrió unos billetes, el rostro del padre cambió de color y se elevó en cólera. Fue de inmediato a devolver aquel dinero porque Julio Alberto era un hombre correcto en sus principios y no lo sobornaría ningún oro de este mundo. De esos dos temperamentos, entre Julio Alberto y la dulce mansedumbre de Blanca Aguirre, proviene el alma de Rómulo. La madre, nacida en Panamá hace cien años, vive en Cartagena y está feliz con el premio que ha recibido su hijo. La madre quedó huérfana desde niña. Rómulo no alcanzó a conocer a su abuela Raymunda. Ahora recuerda a su pariente, al Sargento Aguirre, que tuvo fama en Cartagena de ser un hombre estricto. Se hizo tan popular que cuando alguien cometía una falta decían: ¡Te voy a llevar donde el Sargento Aguirre!
Rómulo me dice que él salió de su pueblo cuando culminó la primaria y se trasladó a Cartagena, buscando el bachillerato, y la vida le ha dado la sorpresa de que ahora su casa natal fue adquirida por el municipio y es el bachillerato de Santa Catalina de Alejandría.
Rómulo me cuenta que en el patio había un enorme árbol de camajorú, en cuyas sombras se embelesa cada vez que vuelve a leer sus propios poemas de su libro ‘En el traspatio del cielo’, que mereció el Premio Nacional de Poesía de Colcultura en 1993. En esos poemas, que recrean su infancia junto a su familia en la casa natal, el camajorú no solo da sombra al patio, a la tierra sino también al cielo. Es un árbol con ramas en la tierra y el cielo. He allí la metáfora de los dos mundos que se encuentran en la vida y la obra de Rómulo: el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el paraíso y el infierno, otra vez, los ángeles y las moscas.
Pero ahora, al preguntarle por el árbol de su patio, me confiesa que él nunca vio al árbol porque un rayo derribó al enorme camajorú y solo vio la sombra del árbol, el espectro de lo que había sido el árbol en su esplendor antes de su muerte.
El nombre de su poemario premiado recoge ocho poemarios escritos en treinta años, desde 1988 en que publicó ‘El oscuro sello de Dios’, un poemario bajo el influjo de Borges. Pero ese título era el augurio de una mirada singular: Dios percibido desde un sello oscuro o tal vez desde la otra luz de las sombras. En ese poemario inicial aletean los ángeles, pero el autor siembra la inquietud mística de que tal vez todos tenemos unas alas en la espalda y no lo sabemos. Dios es uno de los personajes de la obra de Rómulo, pero no desde una perspectiva judeo cristiana, sino más allá del código cultural de Occidente, Dios es visto desde otras culturas y pensamientos.
“Ese primer poemario es una poesía seria, grave, creo que pesa mucho sobre todos nosotros la tradición de valorar la gravedad del discurso. En esa tradición el humor, la lúdica es una presencia en la trastienda. El humor está vedado en la poesía colombiana. Es como una lápida. A nivel nacional, se sigue gravitando en el prejuicio de que el humor no es poético. Por eso no hemos valorado a Luis Carlos López, a quien considero uno de los mejores poetas del país. Pasaron muchos años para que descubriera esa dimensión de López. Descubrí esa grandeza a contrapelo con una tradición que desvalorizaba el humor y la ironía en la poesía. El humor que es una alta y refinada forma de pensamiento. El humor es más agudo y penetrante.
“El título de este poemario premiado son dos tensiones que he manejado en mi poesía: el ángel ascensional y la mosca que desciende, podría ser una metáfora de la caída, de lo que se pudre, de lo que está en la tierra. Lo sagrado es totalizante. No concibo la poesía sino como una manifestación que gira alrededor de lo sagrado. Allí está lo que nos fascina y embelesa, pero también la otra pulsión de lo místico que puede enloquecerte. Para acercarse a lo sagrado hay que tener precauciones, porque puede ser infinitamente aterrador lo sagrado. Hay que ir con corazas. Creo con Octavio Paz que la poesía se rebela con la religión y funda una nueva religión.
“La poesía está en todas partes, incluso en los movimientos más sutiles. La naturaleza es perpetua creación. La naturaleza no cesa de crear. Cuando yo estoy ante la belleza de la naturaleza me digo: ¿Para qué voy a hablar? Me quedo en silencio. La magia está en una pequeña flor. En lo pequeño está lo inmenso. En estos días vi la danza de los estorninos en estaciones de invierno en migraciones hacia lugares cálidos. Los estorninos juntos son una nube oscura que danza para protegerse de los depredadores. En esa danza los halcones quedan intimidados ante la majestuosidad de ese espectáculo”.
“Leo mucho a los neurocientíficos. Para mí la neurociencia es pura poesía. He escrito algunos poemas que parten de esa perplejidad al leer al neurocientífico portugués Antonio Damasio y el genetista colombiano Emilio Yunis. Creo que tanto la ciencia como la religión son dualistas desde los tiempos de Grecia hasta nuestros días. Así es en todo Occidente”. Hace unos años, Rómulo percibió a Dios en su poema ‘Escena de Marbella’, en un “pez gordo de cola muy grande, hinchado y con escamas impuras”. Pero en España, estudiando Ciencias Religiosas, escribió el poema ‘Observación hecha desde el hemisferio izquierdo del cerebro’, cuyos cuatro versos nos llevan a otra realidad de lo sagrado: “Es probable que Dios no exista/ esto en realidad carece de importancia/ Más interesante es saber/ que existe el hemisferio derecho del cerebro/ cuya función es soñarlo”.
Rómulo tiene en su estudio al ángel San Miguel, con el que sostiene conversaciones de índole teológico. Pero se considera “un hombre sencillo, de barrio, digo que vivo en cercanías a Cartagena, porque vivo fuera del Centro amurallado. Me gusta la poesía clara. No me gusta el hermetismo para iniciados. La poesía abre la puerta del lector. Para mí leer es una forma de escritura. Soy asimétrico al escribir. Ahora he terminado un poema que he titulado ‘De la sexualidad de las babosas’”.
Rómulo parece en verdad un monje de una lenta pero aguda sabiduría. Debajo de las alas de su sombrero parpadean los ojos del niño. La pupila de un encantado incesante.