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Paquito D’Rivera, a ritmo de porros en Cartagena

El legendario Paquito D´Rivera estuvo de paso por Cartagena y aprovechó para escuchar a los jóvenes talentos musicales de la ciudad.

Paquito D’Rivera, a ritmo de porros en Cartagena
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El músico Paquito D’Rivera se emocionó al escuchar el porro ‘María Varilla’. //Fotos: julio Castaño - el universal.
El músico Paquito D’Rivera se emocionó al escuchar el porro ‘María Varilla’. //Fotos: julio Castaño - el universal.

Paquito D’Rivera avanza con paso ligero por Cartagena y, al detenerse en cada esquina, mira la sombra alargada de las murallas y dice: “¡Coño! ¡Esta es la mejor ciudad amurallada y mejor conservada que he visto! Siempre había querido venir aquí y tocar, pero es que nunca me han invitado. Me enteré de que hay un gran festival de música clásica, pero nunca me han llamado”.

Recuerda de repente a Nueva Orleans al mirar las piedras doradas por el brillo de septiembre en esta Cartagena que también lo devuelve a La Habana, pero su evocación nos devuelve a los dos músicos que están en nuestro corazón: Louis Armstrong y Winston Marzales, los dos nacidos en ese reino sonoro del delta del Mississippi. Le digo que hace muchos años, junto a Manuel Lozano y Patrizia Castillo, dos amigos periodistas, se me ocurrió crear el Festival de Jazz Bajo la Luna en Cartagena, y uno de sus amigos fue invitado: Carlos Averhoff. Él suspira y dice: “¡Gran amigo y buen músico! Murió hace poco. De los años maravillosos de Irakere”. Y entonces, volviendo al festival con la picardía natural, me pregunta: “Pero ese festival, ¿solo se hacía bajo la luna de Cartagena?”. “No -le digo-. En el día se compartían saberes musicales”.

Paquito D’Ribvera está vestido de bluyín con un suéter rojo de mangas cortas con la imagen de un festival de jazz y tiene unos zapatos livianos de tela de color roja con pintas. Lleva a sus espaldas un clarinete, su cabello cortado a ras es blanco, pero se cubre de este sol con una gorra de beisbolista de las Grandes Ligas. Guardo una imagen del niño prodigio que era él, con un saxofón casi más grande que él, embrujando a quienes lo escucharon a sus cinco años en Marianao, La Habana, en donde nació el 4 de junio de 1948, alumno de su padre Tito D’Rivera, también saxofonista y director de orquesta. A los siete años en la isla, en la cuadra de su casa como en toda la ciudad, empezaron a reconocer al niño saxofonista Francisco de Jesús Rivera Figueras, al que todos siguieron llamando Paquito D’Rivera, y el que a sus diez años puso de pie al auditorio del Teatro Nacional de La Habana con su primer concierto. Algo de ese niño genio sigue despierto en sus ojos vivaces y en la pasión inagotable con que acaricia desde muy temprano sus saxofones, clarinetes y flautas. Paquito es una criatura de alta sensibilidad. Se estremece con todo. Y no se queda callado cuando no sabe algo. Su alma está en modo eufórico las veinticuatro horas del día. Creo que incluso dormido debe estar soñando en música. Todo el tiempo exclama ante todo lo que le sorprende: un perro callejero, un caballo cochero, una muchacha que camina bailando y habla cantando, una pregonera de frutas, un letrero en un muro, una bandada de pájaros, el calor que vuelve de vidrio el aire de las tres de la tarde.

Vino invitado por Barranquijazz 2019, y también se presentó en Medellín, y de allí vino con su esposa a Cartagena. El músico Jorge Otero tuvo el privilegio de ser su anfitrión y de invitarlo a uno de los ensayos de la banda que él impulsa, con músicos egresados de Unibac e invitados, surgidos de una experiencia pionera en la Banda Armonías de Bolívar de Unibac que él dirigía, y ahora él promueve de manera independiente. Ahora los músicos de la banda lo esperan en el patio del Museo La Presentación para que asista a los ensayos. Paquito se sienta frente a ellos a escucharlos. Jorge le dice que interpretarán un porro palitiao para empezar la sesión. Paquito le pregunta qué es eso de palitiao y Jorge le señala el bombo que será percutido por los dos palos y le precisa que el ritmo es más lento, mientras que el porro tapao, con una melodía más rápida, se percute el mismo bombo en uno de sus parches, mientras en el otro se tapa con la palma de la mano. “¿De dónde es esta música?”, pregunta Paquito. Y Jorge le cuenta que es una música popular ancestral que se toca en la región del Sinú y en las sabanas de Bolívar y Sucre. Jorge es de San Marcos, Sucre, cercano de la estirpe de la familia Piña, alumno del clarinetista Carlos Piña, y nació en su pueblo oyendo porros desde niño. Paquito pregunta si el bombardino va en clave de sol. El porro que sonará en instantes es ‘La Lorenza’. El porro suena e invade con su gracia el recinto del museo, sacude las hojas dormidas del patio y despierta los espíritus del tiempo. Paquito está embebido, siguiendo el ritmo con los pies y ladeando su cabeza tras la música. Todo baila en este instante, hasta la niña Emilia Otero Gutiérrez, la hija de Jorge, que mañana cumplirá su primer año, y está en los brazos de su madre Yina Marcela Gutiérrez. Paquito dice que ha escuchado muchas bandas de música popular, pero la que está escuchando ahora es muy afinada, y celebra la calidad de la banda cartagenera. Felicita a los trompetistas, a los bombardinos y a la joven Angie Fernández que toca los platillos. “Qué bueno que las mujeres lleven la contraria”, dice riéndose. “En mi casa es así también”. Luego, la banda interpreta el porro tapao ‘El querubín’ y el fandango ‘El Tasmania’. “El fandango no solo es un ritmo, es una danza en la que el pueblo se integra”, dice Jorge. La música asciende en matices como si el río Sinú se fuera para el delta del Mississippi y juntara sus aguas sonoras. Lo que sigue deja embrujado a Paquito: es el Mosaico Chochoano, del maestro Armando Contreras on obras como Estoy en la plaza y El Narcisano. Paquito no se resiste y saca su clarinete. Pero a este momento del ensayo, Paquito, uno de los grandes músicos del mundo, leyenda viviente de la música, en el jazz y en los formatos sinfónicos, uno de los alumnos consentidos de Dizzy Gillespie, está en lo alto de las aguas del porro que toca al jazz o el jazz toca al porro, o la música de la tierra toca la buena música del universo. Su instrumento dialoga ahora con Paquito, lo imagino tocando ahora con el genial trompetista y compositor Miguel Emiro Naranjo, fundador de la Banda 19 de Marzo de Laguneta, y siento que la buena música no tiene fronteras. Paquito ha sido tocado por el porro en Cartagena y por la cumbia en Barranquilla. En el Festijazz de Barranquilla tocó con el millero Joaquín Pérez. Es un acontecimiento histórico para la música regional y nacional. “Mi amigo Gregorio Uribe me había dicho que debía escuchar esta banda. Me había dicho que eran buenos, pero son muy buenos”, dice Paquito. Al final de la sesión, el porro ‘María Varilla’ es el delirio para el músico invitado. Paquito saca al final su clarinete e inicia un jam session con los trompetistas Danilo Mercado, Cristian Cavadías, José Vega y Onix Bello; con los trombonistas James Suárez, Luis Fajardo, José Sierra, José Acosta Figueroa; con los bombardinos Jesús Meza, Luis Acuña y Hamilton Cantillo; los clarinetistas Fernando Tarquino, Carlos Antequera, Julián Carriazo y Deiber Torres; la tuba de Ronald Rodríguez; el bombo de Brawniker Miranda y el redoblante de Junior Miranda. Y abraza al joven músico Jorge Otero, quien dirige y lleva la batuta de este milagro.

Epílogo

A los cuatro años, Paquito D’Rivera escuchó los porros de Lucho Bermúdez: ‘Prende la vela’, ‘Marbella’ y ‘San Fernando’, quien fue invitado a La Habana por Ernesto Lecuona, por cuatro meses, en 1952, a dirigir su orquesta. Al recordarle este episodio, dice: “Me crié creyendo que esa música era cubana. No tuve conciencia sino ahora que me lo dices que es de Lucho Bermúdez. Mira qué cosa. Bebo Valdés me contó una vez de su encuentro con Lucho Bermúdez en La Habana, y cómo Bebo tocó sus canciones. Pero yo creía que ‘La Múcura’ y ‘San Fernando’ eran música cubana. Esa música la cantó Benny Moré”. Le recuerdo que estuvo cantando en Cartagena y en Medellín en 1955. Paquito dice que tiene que volver a Cartagena. Ahora guarda su instrumento, pero está muy feliz de este descubrimiento musical en Cartagena. Le digo que su música me ha hecho feliz en los últimos cuarenta años y suena desde que era un niño en mi casa. “¡Coño! ¡Qué bueno que haya gente que haga feliz a los otros, porque hay gente que hace infeliz a los demás!”, dice. Sus ojos brillan como aquel niño que puso de pie a la isla en el Teatro Nacional de La Habana.

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