Cecilia Silva Caraballo es música encarnada. Puede quedarse en absoluto silencio, sentada en un taburete mirando el mar y algo dentro de ella empezará a sonar como las piedras pulidas de los ojos de agua y el cascabeleo de los caracolíes. Heredó la cadencia con que las mujeres lavan el aire con sus polleras almidonadas y sus voces de alas para llamar a los pájaros.
Nació en Cartagena en la madrugada del 27 de octubre de 1974, y se crió en Marialabaja. Es la hija de Guillermo Silva, un abogado apacible, sereno y carismático de Bocachica, y Cecilia Caraballo, una ama de casa de Marialabaja, alegre, una mujer que no es capaz de barrer o cocinar sino es bailando.
Cecilia es bachiller del Liceo Soledad Acosta de Samper y es la única entre sus cinco hermanos que siguió el camino de la música. Estudió Bacteriología en Barranquilla y realizó una Licenciatura en Música en la Universidad Pedagógica de Bogotá.
Por la vieja casa de los abuelos, suena una radiola con música tradicional y sus tíos Zenón y Marta Liz Caraballo tocan la guitarra y cantan. La madre canta en la iglesia en el coro, pero en otro patio, bajo la sombra de los arrozales y los platanales del pasado, la bisabuela Vicenta Pérez Montero canta bullerengue, sembrando en el viento un sendero de memorias por donde había de caminar descalza y cantando la niña Cecilia, su bisnieta. La tía Marta Liz tararea con su bella voz ‘Mompoxina’, y el tío Francisco Ledesma canta boleros de amor.
En Cartagena, Cecilia Silva estuvo vinculada durante cuatro años al grupo folclórico Ekobios, en donde brilló con luz propia en las Fiestas de Independencia de Cartagena y en los Carnavales de Barranquilla. Y tuvo el privilegio de ser la respondona entre 2006 y 2010 de dos grandes cantadoras: Etelvina Maldonado y Martina Camargo, con quienes grabó en los coros de bullerengues y cantos de tambora de San Martín de Loba.
Para ella, Etelvina Maldonado con su voz de niña en un bosque de orquídeas o mejor, con su voz de colibrí bebiendo en una heliconia, es la mejor voz de las cantadoras que ha conocido en el Caribe. Es como la mamá de todas, y como ser humano, un alma de Dios, sencilla, noble, humilde, con una alegría capaz de despertar a los muertos.
Fue en 2008 cuando se integró a Tambores de Cabildo, liderado por ese visionario de la cultura que es Rafael Ramos Caraballo, artífice del Mercado Cultural del Caribe. Cecilia participó en el homenaje a Etelvina Maldonado, José Barros, homenajes a Manuel Zapata Olivella, Candelario Obeso y Jorge Artel. Ha estado vinculada a las cantadoras de Bolívar, como Petrona Martínez, la desaparecida Eulalia ‘Yaya’ González Bello, a su hija Pabla Flórez, a Ceferina Banquez, entre otras, y no solo a los ritmos del bullerengue, sino también al bolero, la cumbia, la champeta y a los ritmos del Pacífico. Para su tesis en la Universidad Pedagógica escribió su investigación ‘Modos de producción y circulación del bullerengue desde la mirada de cantadoras mayores e intérpretes jóvenes’, que hizo recorriendo los patios de las cantadoras y rastreando en la tradición del bullerengue.
“Aprendí en el campo a cantar bullerengues, escuchando a las cantadoras mayores. Ser respondona o ser la corista de las cantadoras me permitió medir los tiempos que tiene la música, tanto en los cantos como en los bailes. Hay variaciones en los cantos de las jóvenes intérpretes, porque son distintos los contextos urbanos y rurales. No es lo mismo interpretar cantos ancestrales o agregar elementos que no pertenecen a esa tradición”.
Cecilia Silva ha estado en los momentos sublimes de Cartagena y el país, en las fiestas y en los duelos. Su voz profunda, ancestral, dulce y aguerrida para celebrar, recordar y para consolarnos en las ausencias. Fue su voz elegida para cantar el Himno Nacional de Colombia en 2016, en los acuerdos de paz en los que estaban Gobierno, embajadores, fuerzas militares, magistrados, periodistas y ciudadanos. Su voz ha representado al país en festivales en Cuba, Trinidad y Tobago y México.
‘Los negros somos felices’ es el nombre de una composición colectiva que ha promovido Cecilia Silva con los niños del corregimiento pesquero de La Boquilla. La composición busca que los niños se sientan orgullosos de su origen y celebren su identidad cultural y musical. Que se sientan felices de ser negros, felices de que bajo el color negro duerma el arco iris, felices de que sus cabellos no sean tan lisos ni deseen alisarlos, que sean como las raíces de los árboles y tengan la dura ternura de los árboles.
Cecilia Silva trabaja con 110 niños de La Boquilla, en la Escuela Tambores de Cabildo que tiene una sede en un espacio donado. El equipo humano está conformado por seis personas, un trabajo colectivo orientado por Rafael Ramos, los martes, miércoles y sábados. Trabajan de 8:30 a 11 de la mañana, y de 2 a 5 de la tarde. Cecilia consagra cuatro horas diarias al arte de cantar. Además de cantar y bailar, ha compuesto una veintena de canciones, algunas de ellas son hijas de esta experiencia comunitaria.
Jenilser Ortega Escobar, de 18 años, es una de sus alumnas desde hace nueve años. Dice que lo más le gusta de su profesora Cecilia es que “siempre tiene una sonrisa en su rostro y no solo nos enseña música sino a enfrentar los problemas de cada día, con la misma alegría con que hace todo”.
Gabriela Ortega, de 14 años, dice por su parte que Cecilia es “más que una maestra. Es la pionera de nuestra formación en todos los frentes, más allá de la música”.
Cecilia dice que es una soltera empedernida, pero se siente madre de ese centenar de niños de La Boquilla, que con solo verla son felices. Es que Cecilia, truene o relampaguee, tiene siempre esa sonrisa que ya está delineada más allá de las comisuras de sus labios. Esa una sonrisa que viene de su alma. Vive en La Boquilla y empieza su día muy temprano con una taza de café y un trote por la playa. Desayuna con frutas, pero su predilección es comerse un pescado frito con yuca. En los momentos de descanso prefiere ir a cine o leer un libro. Ahora está leyendo “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano.
¿Cómo podría definir a esta mujer que está ahora frente a mí? Ella misma me lo dice contándome la historia de su encuentro con la cantadora Pabla Flórez. Mientras se sienta en un taburete, Cecilia Silva ve que Pabla siembra maíz en su tierra. Suspende la siembra para hacer un jugo de guayaba para Cecilia. Mientras hace el jugo, está cantando. Mientras canta, baila y cuenta una historia. Y entonces, Cecilia le pregunta lo que yo pregunto ahora: ¿Cómo haces para que te alcance el tiempo para tantas cosas? Pabla tiene una mano en la siembra de maíz, el jugo de guayaba y la danza, y le dice: “Soy una mujer de hacha y machete”. Está en todos los tiempos. La música junta ahora los hilos del tiempo. Bajo las velas de un fandango como suele ocurrir en los sueños o en los intersticios de esta crónica, se reencuentra la bisabuela Vicenta Pérez y la bisnieta Cecilia Silva, las dos, bailando bajo las mismas estrellas.