

En la Segunda Avenida de Manga se impone una majestuosa mansión que guarda dentro de sus señoriales muros los recuerdos de una época donde la arquitectura trascendió a lo estético. Cada detalle de la casa Cavelier la convierte en una obra de arte. Los años han pasado y ella parece detenida en el tiempo. Fue construida entre 1926 y 1927 por el arquitecto español Miguel Arquer, por encargo de Roberto Cavelier, descendiente de un ingeniero francés y una cartagenera.
El dueño de esta lujosa obra en la isla de Manga nació en Panamá cuando el istmo aún pertenecía a Colombia pero se radicó en Cartagena, donde se casó con Carlina Vélez Torres y tuvo tres hijos: Roberto, Catalina y Amaury. Fue muy influyente en la ciudad y por su casa pasaron importantes personalidades de la época como el presidente Enrique Olaya Herrera y su homólogo estadounidense Franklin Roosevelt, en 1934. Cavelier, incluso, fue concejal y gobernador de Bolívar, entre 1950 y 1951.
Levantada en medio de un lote de 5 mil metros cuadrados, árboles frutales y jardines, esta casa del periodo republicano es una villa de dos plantas con un área construida de 1.050 m2, de las que poco quedan en Cartagena. A su entrada, recibe a sus huéspedes en una escalera que se bifurca para llegar mismo punto y luego ingresar a lujosas y amplias salas con corredores. En el centro de la mansión hay una fuente en mármol que antes tomaba su agua de un gran aljibe, bajo de ese mismo eje. “Esa parte de la casa era como un patio abierto, en sus corredores no había casi muebles porque cuando llovía se metía el agua. Después, mi mamá lo mandó a cerrar”, recuerda Catalina Cavelier o ‘Catica’, como se le conoce.
En la planta superior, a la derecha, una cómoda sala luce paredes y cielo raso decoradas con molduras en yeso y una elegante lámpara de techo de cristales y bronce, que hace juego con sus muebles antiguos. A unos pasos está el comedor, enchapado en madera tallada, se comunica con la cocina por una pequeña ventana escondida detrás de una puerta. A la izquierda, están la biblioteca y las habitaciones con sus espaciosos baños y, al fondo, un luminoso y acogedor bar donde Cavelier atendía a sus ilustres visitas.
“La parte de abajo es la cosa más rara de esa casa. En la mitad se hizo el aljibe, porque en la época no había acueducto. A los lados, debajo del comedor, teníamos unos garajes cerrados para dos o tres vehículos. Detrás estaba el lavadero, una escalera que subía a la cocina, los cuartos que usaban las muchachas del servicio y un almacén donde se guardaba la loza inglesa que a veces se rompía con el calor, porque casi no se usaba. Al otro extremo había un cuarto para guardar cosas y libros y años más tarde se volvió un apartamentico, con su baño, dormitorio y salita”, cuenta Amaury Cavelier, que vivió allí hasta que se casó, hace más de 50 años.
“A mí, en general, me gustaba toda la casa, pero lo que gocé mucho fue el patio, porque iba de la Segunda a la avenida Jiménez. Como me encantaba montar bicicleta y a mi mamá no le gustaba que saliera a la calle, montaba bicicleta en el patio todo el tiempo. Además teníamos árboles de toda clase: mangos, guinda (cerezo), anón, icacos, níspero”, agrega Amaury.
Los Cavelier fueron dueños de su gran mansión hasta después de la muerte de su padre, Roberto, en 1971, y de su madre, Carlina, cinco años más tarde. Todos tomaron rumbos distintos y conformaron sus familias. En la parte de atrás, hacia la avenida Jiménez, construyeron el conjunto residencial Los Mangos, donde vivieron algunos de los nietos. El predio de la mansión se redujo a 2.550 m2 y la casona quedó deshabitada algún tiempo.
Nidia Cruz de Barreto se enamoró de la mansión “a primera vista”, dice. Siempre fue amante de las casas grandes, pues la de su padre, donde se crió, era amplia y republicana, en el barrio Torices, donde funciona hoy una sede del ICBF.
“Este fue el sueño de mi mamá. Ella pasaba por aquí y un día una corredora de bienes raíces le dijo que la estaban vendiendo. Ella no creía que podía comprarla, ella era médico, mi papá un economista que tenía una empresa pequeña de transporte marítimo, pero fue a verla y el hermano mayor de los Cavelier Vélez, dijo que no la estaba vendiendo por dinero sino que querían venderla a alguien que la conservara y que la comprara por gusto. Costó 10 millones de pesos en esa época. Para eso, mis papás hicieron préstamos, vendieron una casa que teníamos, carro y la terminaron de pagar en cuatro años”, agrega su hija, también llamada Nidia.
Los Barreto se mudaron a la mansión a finales del 83 y sus hijos, al igual los Cavelier, disfrutaban de cada rincón, de sus corredores y de sus frondosos árboles de mango. Se esmeraron por cuidarla al considerarla patrimonio arquitectónico de la ciudad, así como muchos que a su llegada observan una señalización turística que reza: “Casa del periodo republicano con elementos eclécticos, ha sido sede de filmación de películas famosas como ‘El amor en los tiempos del cólera’ y ‘Crónica de una muerte anunciada’. Cuenta con una colección de muebles de la época y con un espacio muy bien conservado”. Ese mismo aviso lo encontramos en casas como la Román, Covo, De La Espriella, Villa Susana y en muchas otras consideradas como Bienes de Interés Cultural de la Nación por el Ministerio de Cultural, pero para sorpresa de muchos la Cavelier ni siquiera aparece dentro del catálogo del patrimonio distrital.
Los Barreto siempre creyeron que su casa era un bien patrimonial y resulta que un día se enteraron de que adeudaban impuestos, de los que el Estado exonera a este tipo de inmuebles. “Tenemos entendido que estuvo en el listado y esa es la investigación que estamos haciendo, rastreando hasta qué momento deja de estar incluida”.
El arquitecto restaurador Fidias Álvarez explica que “los testimonios de la arquitectura republicana en Cartagena son muy interesantes, por ejemplo, la casa Román, la Vélez Pombo... pero esta (la Cavelier) junto con la Román tienen el interés de que además del espacio arquitectónico, tienen los muebles de la época, es lo que las hace valiosa, y por supuesto su estado de conservación, que es perfecto. Es una pena que no esté en listado de patrimonio (...) es una pena que estas joyas de la arquitectura estén desapareciendo”.
Los Barreto aman tanto a su mansión y quieren conservarla tal cual como fue construida, pese a lo mucho que cuesta económicamente mantenerla, que planean crear la Fundación Casa Cavelier, de carácter artístico, cultural y social, que les permita financiar los gastos de la misma para que no se extinga, como ha sucedido con muchas otras joyas de Manga que ahora solo viven en los libros y el recuerdo de quienes las conocieron.
