La muchacha destripaba pescados y, en vez de botarlas, sazonaba las tripas para comérselas, convirtiéndolas en su propio manjar. Como todos los callejones coloniales de Cartagena, ‘Tripita y Media’ guarda una historia peculiar, origen de su particular nombre. Para entonces era una calle residencial. Había una muchacha cuya familia vivía de vender pescados y se dice, a modo de leyenda, que ella “tomó por costumbre apartar las tripas de cuanto pescado descuartizaba para después comérselas sazonadas y fritas”. Jocosa pero también despectivamente empezó a ser llamada: ‘la Tripita’. Además se dice que, otro día, esa misma muchacha salió vistiendo unas llamativas medias que le había regalado su madrina y que sorprendieron a la gente en unas festividades religiosas. A partir de ahí, la apodaron la ‘Tripita y media’. Así comenzó a ser llamado este callejón por quienes usaban como punto de referencia ese remoquete, la calle de la ‘Tripita y Media’, mención que borró de los mapas a su otro nombre: calle Canabal. Esa vía colinda con la calle San Andrés y es vecina de La Magdalena y Pacoa. Solía albergar a tradicionales familias getsemanicenses, pero se ha transformado en las últimas décadas. Hace muchos años, Tripita y Media y San Andrés se transformaron en uno de los corredores turísticos, culinarios y comerciales de mayor tránsito e impacto en el Centro de Cartagena.
¿Qué podemos encontrar en Tripita y Media y en San Andrés? De todo un poco. Abastos, hoteles de lujo, boutiques, hostales buenos y de mala muerte, litografía, restaurantes, helados, paletas, asaderos, zapatería, peluquería, café Internet, salsamentarias, negocio de máquinas tragamonedas, casas de divisas, una clínica veterinaria y hasta un diminuto y curioso taller de modistería. ¿Qué no encontramos ya? A las familias de tradición getsemanicense que alguna vez las ocuparon.
Hay negocios que recién se estrenan, como una venta de sushi que a la vez es heladería, y otros que sobreviven al óxido del tiempo y al competido espacio de locales diminutos. Uno de ellos es el de Eugenio Martín Franco. Es zapatero y llegó en 1985, hace 34 años. Cuando Cartagena acababa de ser declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco (1984), la calle San Andrés era distinta.
“Esto tenía varias casas de familia, ahora es netamente comercial. Allá arriba - señala un segundo piso vecino- vivía la señora Aida Tuñón. Al lado, la señora María Marrugo, al frente, hace años, vivía el señor Paternina, dueño de un negocio de pinturas. La casa esa -señala hacia el frente- siempre ha sido de los Haydar, ahora hay un restaurante. Hay como dos casas de familias que se han quedado a vivir aquí”. Es su recuerdo. Todo cambió.
“Era una de las calles más sanas de Getsemaní. Ahora ha mejorado mucho, en muchos aspectos, ha crecido bastante. En 10 o 15 años ha progresado comercialmente, es una de las mejores calles del Centro, una arteria de Getsemaní (...) ¡Ahora mismo tiene un auge del carajo!”, dice Eugenio sobre San Andrés y sobre el empeño de empresarios y comerciantes que se han unido por darle un aire fresco y una identidad propia a la zona.
¿Qué familias aún viven ahí? A dos casas de la zapatería de Eugenio están los Jiménez Moncada. “En esta cuadra, la única familia getsemanicense nativa somos nosotros. Tenemos en esta calle 42 años (...) Bueno... el cambio (de la calle de antes a la ahora) es palpable: en aquella casa - señala al frente- vivían los Mogollón, ahora es un hostal y un Internet. Allá estaba la residencia Los Muros donde vivía una familia. Donde está el poste vivía la señora Teresa, su señor sigue ahí. De unos 15 años para acá la única familia en esta cuadra San Andrés somos nosotros”, señala el getcemanicense Tommy Jiménez y añade que se han adaptado a los cambios en su calle.
Han llegado extranjeros de Italia, Francia y Alemania a crear negocios en este corredor en que se han convertido Tripita y Media, San Andrés, y en parte La Magdalena y Pacoa.
“En esta cuadra de Tripita y Media nada más quedamos nosotros, que somos los Barboza, nativos de Getsemaní, la familia Manrique y la señora Doris, que tiene unos negocios. Yo soy getsemanicense, no puedo oír el disco por que me paro a bailar enseguida. Lo que te puedo decir es que realmente sí se ha vuelto muy comercial la calle”, asegura Sara Pérez Barboza, las últimas generaciones de su familia también son de Getsemaní. Sara cuenta que muchos de sus vecinos antiguos han arrendado o vendido sus casas para el comercio, otros son dueños de sus propios negocios. Ella ha visto cómo quitan y ponen locales. Frente a su vivienda está Coroncoro, uno de los restaurantes de comida típica insignes de Getsemaní, con más de tres décadas de existencia.
“Esta calle ha cambiado mucho, casi el 80% de los que vivían por aquí ya no están, esto pertenece a los extranjeros prácticamente. La Experiencia, una droguería que había en esta esquina, desapareció, así como otros negocios”, dice el vendedor de chances Julián Arrieta, que llegó hace 35 años.
Veo turistas sacando postales maravillados con la simplicidad de coloridos banderines de fondo, a lado y lado veo a meseros persuasivos ofreciendo sus menús en plena vía, veo vendedores de sombreros, de arepas, de gafas y carretilleros de frutas, carros parqueados a lado y lado, siento olores que van cambiando de acuerdo al restaurante. Se escucha el inglés, también el costeño y el venezolano; Tripita y Media y San Andrés tienen una vida agitada día y noche. La nueva era, que se inició hace muchos años en estas calles es llamativa, parece esparcirse cada vez más por uno de los barrios más cool del mundo y para muchos también es muestra clara de cómo Getsemaní con el tiempo va perdiendo a uno de sus principales atractivos: su gente.