
La Boquilla no es como la pintan, dice Rafael Ramos Caraballo, quien tiene en el corregimiento pesquero una subienda sonora de tambores. Rafa tiene una Escuela Tambores de Cabildo entre niños y jóvenes. Y, cuando suenan los cueros tensados bajo la luna, es como si el espíritu de Encarnación Tovar se hubiera despertado en cada casa.
Enseñar a tocar tambor es como enseñar a pescar. Primero se eligen los cordeles de la atarraya, como quien junta los milagros de una cometa que no se elevará al cielo sino que se sumergirá en el mar. Y luego, con la atarraya, los pescadores sienten cómo se sacude el mar entre los hilos, y los peces plateados saltan como si quisieran morder el aire.
Tamboreros y pescadores sacan música del cuero como peces en el agua.
Todo para contar el cuento de los pescadores que madrugan desde las cuatro, cuando la luz es tan liviana que flota en gotas de rocío y la atarraya está dispuesta como si quisiera atrapar en una sola tirada el mar y el cielo de La Boquilla.
Ahora estoy frente a Hernando Ortega Villar, nacido el 21 de septiembre de 1944, la memoria viviente de los boquilleros. Él dice que las Fiestas del Pescador que él vio cuando era niño tuvieron a la Virgen de La Candelaria como su patrona, no a San Juan Bautista. Todo ocurrió cuando la junta organizadora de 1954 solicitó crear una imagen para acompañar a las fiestas, y encomendaron a alguien que hiciera una escultura de la virgen, y el escultor hizo lo inesperado: no hizo a la Virgen de La Candelaria sino a San Juan Bautista, que costó entonces 65 pesos. Los organizadores ya habían pagado en adelanto la escultura, se sorprendieron cuando recibieron lo que no habían solicitado, pero aquella imagen de yeso terminó convirtiéndose en el santo patrono de las fiestas que antes se celebraban el 2 de febrero y más tarde se replantearon para el 24 de junio.
Entonces, las fiestas se hacían en la Placita de los Perros con bandas de viento y no había reinado, dice Ortega Villar.
“Recuerdo que había un sexteto. José del Carmen Ortega tocaba la guitarra. Zoila Berrío era una cantadora de bullerengue. Tomás Miranda era el tamborero al que todos llamaban El Culís Miranda, porque era un negro fileño. Recuerdo que había un solo picó, que se llamaba El Cuarto Bate, administrado por Pedro Félix Puerta.
“Ignacio Guzmán Márquez era el pescador que más sabía de la historia de La Boquilla, pero murió sin saber leer ni escribir”, cuenta Ortega.
Winston Emilio Hockins López, nacido en la isla de San Andrés el 12 de octubre de 1946, llegó a La Boquilla en 1979 y se inició en el grupo de jóvenes pescadores.
“La manera de pescar era muy diferente a la de San Andrés. Allá pescábamos con línea de mano, buceando entre las piedras. Acá empecé a pescar con boliche, atarraya, con redes de superficie”, recuerda.
Los peces que pasan por su memoria aún están vivos debajo del agua, escasos, escurridizos, sobreviven: lisas, mojarras rayás, barbúos, chipichipi, caracoles y ostras. Pero tiene nostalgias de otras que no ha vuelto a ver: bailetas que se parecen al róbalo; jureles, róbalos, pargos, chinos, juancho juancho (que es un pez largo, como una espada); sables, cojinúas y roncos.
Para Rodrigo González Burgos, director de la Casa Museo Memoria de Pescadores, el corregimiento pesquero era una comunidad integrada con una economía sostenible, una ciudadanía hospitalaria donde todo el mundo compartía lo que tenía.
“En los tiempos de mis padres y mis abuelos, el pueblo era un amplio corredor gastronómico, la gente fritaba un pescado sin ningún costo, solo por el placer de servir al que llegaba, pero hoy dependemos del granero y la tienda.
“El mejor confort de nosotros era sentirnos libres en una playa, salir descalzos, en facha, sin suéteres ni chancletas y disfrutar de una arepa de huevo y un tinto. Lo más triste de nosotros es sentirnos presos dentro de nuestras casas, cuando las vías de acceso a la ciénaga de la Virgen y al mar son cada vez más difíciles.
“Recuerdo que cuando a García Márquez le dieron el Premio Nobel de Literatura, le preguntaron qué pensaba hacer cuando regresara a Colombia y dijo que quería llegar rápido a Cartagena y coger un taxi desde el aeropuerto para ir a comerse un sancocho de sábalo donde Conchito Gómez”.
Desde que empiezan las Fiestas del Pescador, cuyo presidente es Alejandro Valiente, los tambores de Encarnación Tovar vuelven a sonar con el mismo delirio de junio en las manos de los niños. De pronto, en los cien años del natalicio de Alejo Durán, un niño sorprende cantando ‘La cachucha bacana’ con la misma gracia del juglar y primer Rey Vallenato. En la Plaza de la Mojarra, los vecinos llevan sus taburetes para escuchar a los tamboreros y a los músicos que vienen de Cartagena, las sabanas de Sucre, Mahates y el corazón de la ciénaga de La Virgen. En las Fiestas del Pescador se reviven las ruedas del bullerengue y se fortalecen las competencias del que pesque más peces con su atarraya, el que reme con más velocidad su canoa, el que suba la vara de premio, entre otros. Pero en medio de los tambores, están las reinas Dayanna Michelle Torres Peralta, Paula Andrea Romero y Andreina Sánchez Vásquez, que estudian y sueñan que la belleza de la ruta ecológica y del paisaje exuberante de la ciénaga sean preservados como tesoros del Caribe.
Las fiestas son la mejor oportunidad de integración social y cultural, no solo de pescadores sino de los 17 mil habitantes del corregimiento, pero es increíble que una fiesta tradicional tenga apoyo privado ni oficial y se sostenga con la sola voluntad de todos sus habitantes.
Doris Barranco llegó hace cuarenta años a La Boquilla y quedó atrapada en el amor y la pasión por la comida. Desde hace veintidós años sostiene con su familia, Los Alcatraces, uno de los puntos gastronómicos del corregimiento.
“Hay que promover las playas vírgenes de La Boquilla y contar que existe un gremio que integra a todos los restauranteros interesados en que La Boquilla sea un lugar de encuentro de las familias y los turistas, y además una asociación que cuida de la rica tradición gastronómica. Uno de los requisitos, junto a la calidad de los servicios, es fijar la lista de precios a la vista del turista o el nativo”.
Dentro del grupo de matronas de la cocina tradicional en La Boquilla, junto a Doris Barranco está Denisse Pérez Barboza, con 32 años al pie del fogón de los ancestros.
Yuliza Gutiérrez Meza, estudiante de derecho en la Universidad de Cartagena, es la coordinadora de los eventos autóctonos de las Fiestas del Pescador. Ella dice que se trabaja en los saberes de los pescadores y se fortalecen los talleres promovidos por la Escuela Tambores de Cabildo.
Un proyecto de revitalización de las fiestas patronales de La Boquilla, liderado por Rony Monsalve, logró este año el apoyo de la Cooperación Española. Ese impulso, junto al de la Escuela Tambores de Cabildo, permitió que la rueda del bullerengue en La Boquilla reviviera una tradición dormida frente al mar. Los tambores de Encarnación agitaron sus alas.


