Tito Lombana nació en Rio Frío, Magdalena, pero vivió en Cartagena en su juventud. Sus manos, prodigiosas e intuitivas, tallaban en madera o cemento cuerpos de mulatos, un San Sebastián, negro, desnudo y martirizado, retratos y figuras humanas, sin haber estudiado jamás en una escuela de arte. Pero en Cartagena, el artista Miguel Sebastián Guerrero lo apadrinó y lo llevó a su casa finca Mallorca, en las afueras de Cartagena, para que trabajara, junto a la joven promesa de la pintura cartagenera, que en su remanso pintaba y esculpía en los pasillos inmensos de esa casona que tenía una réplica de la Torre del Reloj, y la nomenclatura del algunas calles del corazón amurallado, con su campanario y sus puertas con aldabas de salamandras. En Mallorca pasaron Hernando Lemaitre, y el niño prodigio, Darío Morales.
A los 18 años Lombana ganó el Salón Nacional de Artistas, viajó a España a estudiar arte y allí conoció a una italiana de la burguesía florentina, quien le mostró el mármol de Carrara, el amor por la buena vida, la estética y la belleza. Se casaron y tuvieron dos hijas, con las que regresaron a Colombia. En Cartagena, por sugerencia del alcalde Vicente Martínez Martelo, hizo la escultura en cemento de Los Zapatos Viejos, en homenaje al poeta Luis Carlos, el célebre Tuerto López, que mereció la portada de la revista Bohemia, de Cuba, como un ejemplo de arte en el espacio público. El artista, seducido por Italia y por el esplendor de Europa, regresó a Cartagena, hizo una fiesta de bodas con su novia italiana, y poco a poco, su fascinación por las formas estéticas, se desvió hacia la búsqueda desesperada y obstinada de ser rico.
Se fue a vivir a Medellín y empezó a complacer a los ricos de la ciudad, a diseñarles sus casas, con la estética estrafalaria y ostentosa de una clase social codiciosa y arribista, interesada en la vida fácil, en el lujo y en la riqueza instantánea. Allí empezó la secreta y doble vida del artista. Su propia casa diseñada en Medellín era un retrato de su ambición, y las casas diseñadas a aquellos ricos, con habitaciones con camas girantes y cielo rasos de espejos, otro retrato del oscuro poder que se gestaba en la ciudad y el país. Tito empezó a alejarse de la escultura, y a consagrar su talento al servicio privado de aquellos ricos. Las heridas familiares empezaron a aflorar, y la esposa italiana, a desconfiar de sus pérdidas vespertinas, de sus fugas inexplicables, de sus derroches y ostentaciones.
Daniela Abad, la nieta de Tito Lombana, descubrió temprano que en su familia no querían que se nombrara ni se visitara al abuelo. ¿Qué fue lo malo que hizo? -se preguntaba la niña. Pocos días antes de morir, la madre de Daniela decidió que su hija de 11 años, fuera a visitar a su abuelo desconocido. Era la primera vez que lo veía. Tito llevó a la niña a su cuarto y levantó el colchón, sacando un fajo de dólares, que puso en sus manos. La niña perpleja no comprendió en aquel instante por qué el abuelo le entregaba semejante regalo. Como cineasta empezó a armar el rompecabezas de su abuelo, y descubrió después de su muerte, una colección de videos que él filmaba con una camarita de 8 milímetros, en donde grababa sus fiestas, su cotidiana gimnasia, su viaje a Florencia a los museos, sus zambullidas en el mar, los instantes con su hija enseñándole a bailar, sus momentos en el patio fastuoso y su pose de seductor y galán de cine dentro de su carro rojo.
Daniela ha realizado dos películas: una sobre su abuelo paterno, Héctor Abad Gómez, y otra, sobre su abuelo materno: Tito Lombana. Al observar las dos películas sobre sus abuelos, se podría decir que de alguna manera Héctor Abad, quien murió cuando ella solo tenía un año y Tito Lombana, a quien vio una sola vez a la edad de 11 años, son las dos caras de una misma moneda que bien podría representar a la sociedad colombiana.
“Tito y Héctor nunca se conocieron, me habría encantado asistir a ese encuentro. Me gusta venir de estos dos hombres: de un hombre de la palabra como era Héctor y de uno de la imagen como era Tito. Me gusta tener contradicciones entre mis dos familias, eso seguro ha producido contradicciones en mí y eso es bueno, las contradicciones generan preguntas. La herencia de estos dos hombres me enseñó además a no juzgar a quien tengo de frente, a observar y preguntarme, pero jamás a juzgarlo desde la superioridad que puede dar venir de un mundo sin contradicciones aparentes, de un mundo sin manchas, cristalino”, dice Daniela.
Aunque el género es el de película documental, The smiling Lombana, el segundo largometraje de Daniela, tiene mucho de suspenso y thriller policíaco y requirió de un intenso trabajo de convencimiento con los “testigos”, de entrevistas a abogados internacionales y de una profunda investigación con los medios de comunicación y hasta con las autoridades de los Estados Unidos.
¿Pero quién es Tito Lombana, el hombre que captó de tal forma la atención de Daniela Abad para hacerlo protagonista de su segundo trabajo cinematográfico como directora? Es su abuelo, el abuelo materno de Daniela Abad Lombana, la joven cineasta que en el 2015 ya nos había contado la historia de su abuelo paterno, en la cinta Carta a una sombra, inspirada en el libro El olvido que seremos, escrito por su padre, Héctor Abad Faciolince.
Los dos personajes no pudieron ser más diferentes entre sí. Mientras Héctor Abad Gómez fue un pionero en el campo de la salud pública y un vehemente defensor de los derechos humanos, que fue asesinado a sangre fría por un sicario en las calles de Medellín en 1987, Tito Lombana fue un escultor autodidacta que alcanzó reconocimiento internacional, pero que prefirió la “cultura del atajo” para lograr sus objetivos económicos.
¿No temió realizar este retrato de un ser humano con demasiados matices morales?
-Más que valiente creo que soy honesta, me gusta decirle a la gente lo que pienso, bueno o malo, la honestidad en muchos casos me parece un acto generoso hacia el otro y hacia uno. Te da la posibilidad de revaluar lo que piensas y es la única manera de que los otros te muestren quiénes son. Por eso me gusta contar mis secretos, pues solo así el otro me dirá los suyos y juntos entenderemos que al final no son tan importantes, que lo que importa es la discusión, el diálogo, la confrontación.
Una buena conversación es de alguna manera una confesión, tiene que ser verdadera y en ese sentido, valiente. Una mala conversación, una conversación en la que no se avanza, es en la que el otro o yo, no decimos la verdad. Por eso son tan aburridas las conversaciones que siguen las reglas, por eso nos aburre una conversación de ascensor. Tal vez, si cuando le decimos al otro “buenos días, ¿cómo está?”, el otro nos contestara “estoy muy mal”, entonces de repente ese acto cotidiano se volvería extraordinario. El cine es eso para mí, una buena conversación.
Usted fue a buscar una verdad oculta. La de la vida secreta de su abuelo. Valiente actitud en un país que intenta ocultar o desconocer realidades sociales o familiares...
-De alguna manera sí. Contar lo que nos avergüenza creo que es bueno para todos. En este caso pensé que contando lo que le avergonzaba a mi familia, podría alivianar el peso de muchas familias más y generar un diálogo que considero fundamental. Más que juzgar a las personas que esconden sus “manchas”, quería que ellas también lograran contarlas y así poder tener una discusión que considero necesita Colombia desde hace muchos años.
En muchas esferas de la sociedad se engañan creyendo que han sido víctimas, pero no aceptan que han sido también victimarios. Todos somos culpables de que Colombia sea el país que es y por lo tanto tenemos también la responsabilidad de hacerlo un país mejor. Eso puede sonar a reina de belleza, pero de verdad creo, cada vez más, en esta responsabilidad. No vamos a cambiar el mundo, pero sí podemos por lo menos mirarnos al espejo y dejar de culpar siempre al otro y ver qué de ese otro ser hay en mí. Tampoco se trata de buenos o malos, se trata de humanizar lo que toda la vida hemos satanizado.
¿Quién era para usted Tito Lombana antes de The smiling Lombana y quién es ahora en su vida?
-Antes Tito Lombana era un ser absolutamente desconocido, un abuelo oculto, alguien del que mi familia se avergonzaba, alguien que había hecho algo grave y había producido mucho dolor, una fractura insanable, alguien al que de alguna manera de niña yo le tenía miedo. Después de la película sigo sin saber quién es Tito, es indescifrable, camaleónico, excéntrico, absolutamente seductor.
Lo maravilloso de Tito es que me cae bien y mal, a veces lo quiero, a veces estoy en total desacuerdo con él, sin embargo, es un hombre con el que me hubiera gustado conversar durante horas, oír sus historias, saber su versión de las cosas, de lo que pasó en EE.UU., su versión de un país como Colombia. Me tomaría con él muchos tragos y le preguntaría tal vez cosas básicas de la vida: el amor, la familia, los amigos, el trabajo. Sé que me contestaría algo inesperado, algo excéntrico o exagerado o algo muy impertinente, no muy bien visto socialmente, algo “incorrecto”.
Las otras dos protagonistas de la historia son su abuela Laura, esposa de Tito, y su madre ¿qué opinan ellas del documental?
-A ellas la película no les gustó. No creo que quieran volverla a ver, ni en cines. Les ofendieron algunas cosas, les dolieron otras, para ellas creo es muy difícil revivir todo lo que pasó. A mi abuela, por ejemplo, le parece que muchas cosas que dicen los hermanos de Tito no son verdad.
Es difícil, todo el mundo cree que los documentales cuentan la verdad, pero eso no es así, cuentan una verdad, una versión de las cosas y cuando tú tienes tu propia versión, jamás estarás de acuerdo con la de los otros. La verdad de mi abuela no es la verdad de los hermanos de Tito y esa inconsistencia a ella le molesta mucho. Pero yo tampoco buscaba la verdad, buscaba oír versiones sobre la historia de mi abuelo, mostrarlas en esta película y sacar mis propias conclusiones, que tampoco son la verdad, sino una opinión sobre lo que sucedió.
En la película hay algo claro y es que usted no juzga a Tito, pero lo muestra con todos sus defectos y virtudes.
-Me parece importante que dejemos de ver a nuestros padres, abuelos o familiares como seres intachables, es importante ser capaces de cuestionar a nuestros seres queridos, humanizarlos, amarlos desde sus defectos y no desde su perfección absoluta. Eso es además liberador, si nuestros padres dejan de ser héroes, nosotros también dejaremos de exigirnos serlo, no tendremos que estar a la altura de nadie.
¿Cómo es hoy su relación con los Lombana, cómo fue la reacción de los hermanos de Tito cuando supieron del documental?
-Mi familia Lombana es muy pequeña, solo somos mi tía y su esposo, mi mamá, mi abuela, mi hermano y yo. A los otros Lombana, a los hermanos de Tito yo nunca los conocí hasta ahora. Eran personas de las que Tito se había alejado para siempre. Volví a encontrarlos gracias a las redes sociales. Todos querían saber de mi abuela, de mi mamá y mi tía, querían saber de mí y fueron muy generosos recordando la historia de Tito, su infancia, su adolescencia, su triunfo como artista y su posterior desaparición. Mi relación con todos ellos es muy buena.
¿Cuál cree que será el aporte de su película a un país en el que la corrupción, la ambición y el “todo se vale” se volvieron parte de la cotidianidad?
-Mi esperanza es que la película genere un diálogo sobre todos estos temas de los que no hablamos. Que nos haga conscientes de que en nuestra sociedad está radicada cierta estética, de cómo todos terminamos, muchas veces incluso sin darnos cuenta, inmersos en ese mundo, en esas costumbres. Me interesa mostrar en la película que muchos de nuestros referentes estéticos, por ejemplo, vienen de la violencia, que las personas más violentas de nuestro país han generado además modas y que esas modas las conservamos todos, sin pensar en lo que significan.
¿Qué más violento que un carro enorme y polarizado? ¿Quién trajo esa moda al país? ¿Quiénes tienen esos carros? Muchos que se consideran “gente de bien” los tienen, eso no quiere decir que sean personas despreciables, quiere decir que ellos tampoco se salvaron de la violencia.
La estética de la violencia es tal vez una de las reflexiones que más me interesa generar con la película, también porque Tito era escultor y un esteta absoluto y porque la estética es algo que se considera generalmente muy light, muy superficial, que pasa desapercibida, pero que en realidad está todo el tiempo hablando de nuestra ética. Hablar de la ética a través de la estética me parecía potente.
Epílogo
El filme de Daniela reconstruye no solo el retrato de su abuelo, su luz y su sombra, sino que nos devuelve el espíritu aventurero y singular del artista Tito Lombana, que entró en la historia del arte y desapareció misteriosamente. Deja visible la relación de Tito con sus hermanos, la mayoría de ellos, pintores y escultores como Héctor y Marcel Lombana. Se reconstruye la historia de cómo el escultor Héctor Lombana, autor del primer diseño de la India Catalina para la estatuilla del Festival de Cine de Cartagena, forja en bronce, a partir del formato del monumento a Los Zapatos Viejos, diseñado y creado por Tito Lombana, la célebre escultura que hoy es una de las obras emblemáticas de Cartagena. En el filme aparece Tito Lombana realizando su obra, y sonriendo feliz ante su escultura. En la historia de Tito Lombana, hay una franja significativa de la historia de Cartagena. Aquel muchacho audaz, cuyas manos esculpían en barro, cemento o madera, era un prodigio, quedó deslumbrado por el espejismo del oro, que tendió trampas a un talento natural y a una personalidad seductora y avasallante.

