Llegué a aquel restaurante del Centro Histórico preguntando por Alisbet, pero la chica de la puerta no me dio razón. “Es una cantante cubana”, dije.
-¡Ah, La Santiaguera! -y la señaló-, ahí está.
Era ella, toda vestida de negro y con los labios rojos, columpiándose en una especie de silla colgante. La saludé. Sonrió. “Qué bueno que finalmente viniste, mujer”, me dijo. Eran las diez y veinte y justo ahí noté que ella estaba ansiosa, que quería subir ya al escenario. No dejaba de mirar a la tarima, incluso, le hizo señas a los músicos. Es que después de todo, el show debió empezar a las diez menos cuarto.
Tan concentrada estaba en mi percepción de su ansiedad, que ni siquiera recuerdo qué me dijo los cinco minutos siguientes, solo sé que a las diez y veinticinco se levantó. Ya no había nervios: La Santiaguera caminaba entre mesa y mesa, rumbo a la tarima, con la seguridad arrasadora de las supermodelos. Como quien quiere y puede comerse al mundo cuando aquí y ahora, o cuando se le dé la gana, así agarró el micrófono... “Eso, aplausos, sin ustedes no somos nada”, decía, mientras comenzaba a sonar la melodía de un famoso bolero... “No existe momento del día/ En que pueda apartarme de ti/ El mundo parece distinto/ Cuando no estás junto a mí”, cantaba ella, y todos, hombres, mujeres, meseros... todos la miraban, y yo me preguntaba si alguno de ellos sospecharía la historia detrás de esta cubana, todo lo que ha tenido que pasar para que ella estuviera ahí, esa noche.
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Se llama Alisbet Revé Reyes y sí, nació en Santiago de Cuba hace veintinueve años. ¿Cómo fue tu niñez? -pregunté cuando la conocí, aquella tarde de lunes en el periódico. Ella me miró y calló por unos segundos, los más incómodos de mi vida... Quiero hacer una nota sobre tu carrera, pero te pregunto por tu niñez porque me gustaría contar de dónde viene ese talento, tú sabes.
-Infancia complicada, y para nada en mi familia, no tengo ningún músico. Tíos lejanos, podría existir alguna posibilidad con los Revé, que son una orquesta muy reconocida en Cuba, Carlitos Revé y su charanga. Pero familia, con la que conviva o conviví, ninguna. Nunca fui a una escuela de música, todo me nació así (chasquea los dedos), comencé a cantar desde pequeñita, a los 12 años, en un grupo muy pequeño del pueblo donde nací, se llamaba Meñique, nunca se me olvida.
Mientras me cuenta que de pequeña participó en giras por toda la parte oriental de Cuba, que a veces también hacía teatro y que entonces no se imaginaba una carrera como cantante, me vuelve el alma al cuerpo: no me tiré la entrevista.
“No se me olvida que mi profesor, el del grupo, me decía que yo tenía la voz muy gruesa y aún no había hecho el cambio de voz, yo decía ‘bueno, a mí me gusta’, y no se me quitaron las ganas de aprender”, seguía ella.
El día que esas ganas se transformaron en pasión y que Alisbet comenzó a soñar con ser cantante, se estrelló con una pared gigante de peros: mira dónde naciste, estás en un pueblo pequeño, ¿quién ha dicho que puedes cantar, a quién se le ocurre que podrás llegar a la cima de la música en Cuba? ¿Quién ha dicho que podrás cantar donde cantan los grandes?
“En esos momentos, ni siquiera mi madre me apoyaba, es un poco triste decirlo, pero es la realidad, y a ella le gusta que lo diga, porque hoy por hoy siente un poco de orgullo, pero al mismo tiempo se lamenta por no haberme apoyado tanto como yo hubiera querido, pero la entiendo, porque vivíamos en un lugar muy pequeño, era una posibilidad muy remota”, recordaba ella. A los quince años, comenzó a estudiar en una escuela militar, allí estuvo tres años en los que no abandonó su pasión: cantó en todos los festivales, en todos los concursos dentro y fuera del colegio y todos los ganó, sola, en duetos o tríos, siempre ganó y pensó que quizá no estaba tan equivocada.
Terminó el colegio, comenzó la universidad: Alisbet comenzó su carrera de medicina militar sin olvidar a su música. Tanto la recordaba, que a dos semestres de graduarse decidió mandar todo a La Patagonia y dedicarse de lleno a cantar. Desde luego, fue un golpe duro para la familia, y nadie le aplaudió semejante locura.
“Creo que ha sido la decisión más difícil, siempre lo digo, decisión de la que no me arrepiento, porque yo creo que los seres humanos tienen que... (se le corta la voz y llora)... Tienen que ser felices y me costó, me costó muchísimo (silencio). Fue complicado, difícil, querer hacer algo y que ni siquiera tu familia te apoye, es complicado... yo tuve que ser muy rebelde, para avanzar sola, sola de verdad. Esa es una de las cosas que me da placer, pero al mismo tiempo me hace sentir mal”, decía y se secaba las lágrimas.
Se quedó un tiempo en Santiago, luego se marchó para La Habana, y de tanto tocar puertas sola, una se abrió: le salió un show en El gato tuerto, un reconocido escenario de Cuba. Había nacido La Santiaguera.
“Recuerdo que cuando hice mi primera presentación el director artístico de El Gato Tuerto, el señor Julio, me dijo: ‘Alisbet, está bien, pero hay que encontrar un nombre más comercial, que venda, y que la gente se aprenda fácil, y qué mejor nombre que decir de dónde vienes, ¿te gusta La Santiaguera?’, le dije que sí y ahora en cualquier parte del mundo me presento así”...
Entonces también se le abrieron las puertas del Tropicana, un escenario histórico, exótico e imponente de La Habana, un cabaret a cielo abierto al que asiste un público exigente. Allí, La Santiaguera no se cansó de trabajar para hacer de su voz algo digno de recordar y de pedir, y pronto su talento comenzó a convocar, y una buena noche, se halló en el mismo lugar con uno de sus héroes musicales: Armando Manzanero. Él, que había dicho que no iba a cantar, terminó en la tarima después de es cuchar uno de sus boleros en la voz de La Santiaguera. ¡La niña de 12 años que cantaba en Meñique jamás hubiera soñado cantar con el maestro Manzanero! Y mejor aún: que él la felicitaría, ¡tremendo espaldarazo de la vida!
Si hasta entonces había luchado por su sueño con todas las garras, ahora mucho más. Y precisamente ese talento que crece fue el que la trajo a nuestra ciudad. Una noche, los cartageneros Cecilia Torres y Amaury Covo la escucharon cantar. Quedaron tan fascinados que le propusieron venir a Cartagena para la boda de su hijo y ella aceptó, fue hace nueve meses. Vino y ya ha estado tres veces en aquí, en esta tierra que corea sus boleros, sus salsas y su son cubano.
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La Santiaguera bajó del escenario después de una hora, con el labial corrido, el rímel gastado de tanto sudar y un montón de aplausos en los bolsillos. Aquella noche, en el restaurante, me dijo que no se cambia por nadie y que no se arrepiente de nada. Me contó que hace un año montó su propia banda con siete músicos más firmes que los de Titanic: la acompañaron cuando no tuvo un peso para pagarles y siguen ahí, esta vez, incluso, vino a Cartagena con cuatro de ellos. Me confesó que su sueño más cercano es su primer sencillo: ‘Vete’, la primera canción que ella escribe y canta, que debe estar lista en febrero. Me prometió que me dará la primicia. Me dijo que le gusta el pop, pero que jamás dejará de pelear contra el olvido por sus boleros, sus salsas y su son tradicional cubano. Que quiere viajar por todo el mundo con su música, pero regresar siempre a su isla, a su Cuba del alma, donde vive tranquila.
Y puede que no me lo haya dicho, pero la lección más importante de todo esto es una sola: casi siempre la felicidad cuesta bastante, lo importante es no cansarse de buscarla.

