Ramsés Escobar Henao es un notario de Chigorodó (Antioquia), aficionado a la cultura egipcia porque fue bautizado con el nombre de un faraón. Es tan aficionado que un día, cuando pensó en la muerte, mandó a construir un sarcófago, con la idea de ser sepultado ahí. “Pensé que la mejor manera era que me velaran así, como a los antiguos reyes de Egipto”, decía en una entrevista a la cadena de noticias BCC de Londres, en mayo de 2018.
El Ramsés colombiano parece estar muy preparado para la muerte. Incluso, tiene el sarcófago de unos tres metros de alto expuesto como atracción en la sala de su casa. Pero, en general, ¿qué tanto pensamos en el momento de morir? Nadie puede predecir con exactitud cómo será su muerte, a muchas personas les aterroriza y se les eriza la piel solo de pensar en ello. A ese pavor por la muerte se le llama tanatofobia. ¿Ha pensado en si usted es tanatofóbico?
¿Se ha detenido, aunque pueda sonar algo crudo, a imaginar el destino de sus restos mortales? ¿Quisiera ser embalsamado o cremado y que sus cenizas sean lanzadas al mar, al bosque o en el patio de su casa? ¿Quisiera ser enterrado con algún objeto preciado, o sepultado junto a un familiar? ¿Quisiera donar sus órganos al morir, o desea tener un epitafio memorable en su lápida, como ese que dice: “Parece que se ha ido, pero no es cierto”? Este, en particular, está escrito en la tumba del célebre Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, ‘Cantinflas’. El mío, si alguna vez me muero (da hasta miedo decirlo), quiero que sea: “No hay tiempo que perder”.
“La gente no está preparada para la muerte, no se prepara para la muerte”, lo dice Jesús David Rocha Orozco, soportado en los 25 años de experiencia como preparador de cadáveres, en una de las seis funerarias que rodean al Hospital Universitario del Caribe, en Cartagena. Ha perdido la cuenta de cuántos cadáveres han pasado por sus manos en más de dos décadas.
“Vienen muchos clientes, familiares de difuntos, diciendo que no tienen plata, que esto y que lo otro. Uno les presta el servicio y después ellos buscan la manera de pagar, en 15 o más días”, comenta. “No sé qué será que uno como cartagenero no está acostumbrado a pagarse un servicio funerario para cuando se muera, hay unos que sí pero la mayoría creo que no”, afirma.
Lo dice por él mismo: “Soy yo, y no estoy preparado para la muerte. A mí me pasó un caso, me mataron a una hija y yo no estaba preparado para eso. Duró tres días en Medicina Legal, tantos servicios que presto yo en la funeraria, para que te fijes tú lo que me pasó”.
En marzo de 2016, mientras recogía un cadáver en la morgue de Medicina Legal, Jesús David notó que había otro cuerpo envuelto en una bolsa blanca. Horas después se enteró de que ese otro cadáver era el de su hija Tatiana del Carmen Rocha Villalba, asesinada en una trocha en Nelson Mandela y que llevaba tres días como N.N. en esa morgue. Fueron sus compañeros de la funeraria donde trabajaba quienes lo asistieron en todos los menesteres del sepelio.
“De pronto yo no he invertido en un plan exequial porque trabajo aquí en la funeraria, pero hay que hacerlo”, narra. No es que Jesús David esté promocionando planes de exequias, pues en el lugar donde labora no manejan ese tipo de servicios, manejan el ‘chan con chan’, hay que pagar de contado. Y es que morirse, como casi todo en este mundo, cuesta, si de dinero hablamos.
El costo de la muerte“Lo esencial de nosotros es el servicio fúnebre, ofrecemos el ataúd, los carteles, una carroza para el transporte, una corona, preparación del cuerpo para conservarlo, eso es lo que se ofrece acá. Cuesta 800 mil pesos, tenemos otros precios más elevados, pero eso depende del cajón, de si agregan una corona o un bus, o hay que transportar al difunto a otro lugar del país”, comenta Jesús David. Y agrega que, además, los dolientes deben sacar de sus bolsillos el costo de la bóveda, en alguno de los cementerios de la ciudad (públicos y privados). Cuestan entre 200 mil y $2 millones 600 mil, por periodos que van entre los 3 y 4 años.
“El cementerio de Albornoz es el más económico, pero nadie lo ocupa mucho, porque dicen que es el de los N.N., ya después viene el de Olaya Herrera, que tiene un costo distinto, el de Ternera y así hay otros como el de Manga”, comenta.
En otras funerarias de la ciudad, los mismos servicios pueden llegar a costar 2 millones de pesos, incluyendo una sala para velar a su difunto. Es decir, un sepelio completo, con ‘servicio’ y bóveda puede a llegar a los 4 millones 600 mil pesos o más. Y si la última voluntad del difunto es ser cremado, el valor aproximado es de unos dos millones de pesos, con un cenizario.
Particularmente, al lugar donde trabaja Jesús David, dice, “llegan todo tipo de personas, de bajos recursos, intermedios, a todos se les prestan los mismos servicios”, incluso a aquellos que no tienen con qué pagar un sepelio y que nunca pagaron un ‘plan exequial’. ¿Qué hace una persona si no tiene dinero para sepultar a su familiar?
Ellos tienen una sola opción. Acudir a las oficinas de la Alcaldía Distrital que, después de una verificación, autoriza y costea el sepelio. Uno sencillo y sin mayores lujos. “Ya eso es con la Alcaldía, nosotros en Cartagena somos los que manejamos esos sepelios, la persona va, pide su autorización y acá se le presta el servicio. La Alcaldía, los servicios que da son el ataúd, el traslado, el destino final en el cementerio, una serie de diez carteles y una corona de flores. Pero, a veces, la persona no cabe en el tipo de caja que autoriza la Alcaldía y hay que buscar una donde quepa. Aquí tenemos cofres sencillos, como otros mucho más lujosos”, explica una trabajadora de esa funeraria.
-¿Y la gente sí le presta atención a eso?- Sí, fíjate que sí, en estos días me llegaron cajas de lujo, personalmente yo no las veo lindas, a mí además de que las venda, me dan pavor, pero hay mucha gente que viene, las mira y muchos dicen que son bonitas.
“Estoy preparada, pero no quiero morirme”“En realidad, estoy preparada logísticamente porque está el cajón, pero sicológicamente no estoy preparada. Yo tengo más cajón que cuerpo, porque yo pago un seguro mortuorio, mi mamá me tiene afiliada a otro y mi abuela también me tiene afiliada al suyo”, asegura Paola, una joven de 29 años, a quien le aterroriza la muerte, pero que piensa que no está de más estar ‘lista’ para cuando llegue la hora.
En una de las tantas empresas que ofrecen seguros mortuorios, o planes de prevención exequial en todo el país, hay planes con tarifas que varían entre los 25 y 50 mil pesos mensuales, con diferencia en los lujos del ‘servicio’. El afiliado puede afiliar hasta cinco personas de su grupo familiar, dependiendo de si es casado o soltero, y pagan todo, incluyendo si es inhumación o cremación.
“También el fondo de pensiones paga 3 millones 960 mil pesos, eso cuesta el servicio, quien esté afiliado tiene derecho al gasto funeral, eso lo reglamenta la Ley 100, se requiere que haya sido trabajador activo o pensionado y tenga más de 50 semanas cotizadas, si es así le cubre todo el servicio. Cuando la muerte sucede por accidente de tránsito, muchas veces la gente que no tiene afiliación funeral toma el servicio y lo paga a través del SOAT”, comenta un asesor de servicios funerarios.
Antes, “en muchos pueblos de la Costa Caribe, los más adultos mandaban a hacer su propio féretro y lo guardaban en el zarzo (un falso cielo raso) de la casa cuando creían que sus días estaban contados”, dice en un artículo la periodista Julie Parra Benítez. Esa preparación incluía que dentro del ataúd introducían también objetos personales como ropa, almohadas y cubiertos, además muchas veces las señoras preparaban el ajuar con el que querían ser sepultadas, guardaban un vestido blanco y una cinta de amarre para la cara, dentro de una bolsa, para cuando les llegara la cita ineludible con la muerte.
