Durante años, dejé que los comentarios de otros me aplastaran y arruinaran cómo me veía a mí misma. Al crecer, yo era la amiga “fornida”, la que no podía prestar ropa, la que los niños no miraban porque era demasiado grande. Cuando vivía en el extranjero, la gente me llamaba ‘gorda’ o ‘gordi’, que es un término cariñoso, pero significa “mujer gorda”. No, no es lindo. Lo manejé guardando esos pensamientos y sentimientos para mí, y dejé que me comieran viva.
“Escuchaba un comentario y dejaba que se pudriera en mi mente durante horas. Todos los días, solía ver todo en mi cuerpo. Era casi como una obsesión. Mi cerebro seguiría recordándome tantos comentarios horribles. El espejo y yo no éramos amigos. Miraba, miraba y veía todas las cosas que me dijeron que necesitaba cambiar, porque parecía que mi apariencia era un problema para ellos.Un día desperté y dije: ¡No más!”.***La que está frente a mí es Laura Lee Johnson, ella escribió los dos primeros párrafos y está aquí para inspirar, mejor dicho, para demostrar que lo que es para uno, es para uno y que al que le van a dar, le guardan.
Laura nació en Nueva Jersey, Estados Unidos, y creció en California, y es el resultado de la mezcla explosiva de dos mundos. Por un lado está la mamá, Celeste Omaira: venezolana, espontánea; por el otro, Steve, europeo grande, grande en alma y cuerpo. De ella, nuestra protagonista heredó lo enérgica, la risa estruendosa que va contagiando donde llega. De él, sacó lo grande. Y sí, Laura siempre fue ‘grande’ -así lo dice ella-, pero, nunca, en todo el tiempo que vivió en Estados Unidos, le dijeron lo que escuchó cuando tenía 15 años y llegó a vivir a Cartagena: ‘gordi’ para aquí, ‘gordi’ para allá. ¡Ay, pero ya estás más flaca! ¿No piensas hacer dieta? Y así, todas las combinaciones de palabras efectivas para acabar con la autoestima de cualquier adolescente y para volver cada encuentro con su espejo en una relación tormentosa, tóxica, enferma, que la estaba cambiando. “Oírlos y pensar en ellos me convirtió en otra persona. Me enojaba tanto, incluso por las cosas más pequeñas y odiaba la sensación. No era yo”. Pero allá, en el fondo de su rabia y su frustración, sobrevivía el sueño de siempre: ser modelo, una como Cindy Crawford y Tyra Banks, pero nada más lejano en un mundo en el que solo las flacas eran bellas.
Laura vivió dos años en Cartagena, estudió en el Colegio Jorge Washington y, por cosas de documentos y títulos, tuvo que regresar a vivir en Estados Unidos. Decidió que estudiaría diseño gráfico y que tendría una vida normal, trabajas, vas a la casa, trabajas, vas a la casa o sales con los amigos, y listo. Mientras crecía, se daba cuenta de que había un mundo más allá de los prejuicios y decidió cuestionar a la sociedad. ¿Intentar cambiar lo que era ella simplemente por complacer a los demás, para que la vieran flaca y bella?, ¡por favor! No más de eso y no más de mirar los rollitos, la celulitis y las estrías con odio, ¿por qué odiarlas si la iban a acompañar toda la vida?
“¿Por qué estaba tratando de cambiar por ellos? En el fondo, pensé que era bastante maravillosa. Me miré bien y, por primera vez, pude decir: ‘Me amo’. Mis rollos, mi celulitis, mis gruesos muslos, me encantó todo. Decidí abrazar todo lo que me hace ser yo. Ese día realmente comencé a vivir. Me llevó mucho tiempo llegar allí, sentirme bella y caminar orgullosa. Ahora no hay vuelta atrás”, dice.
Y aquí viene la magia.
Ella comenzó a tomarse fotos en Instagram, tú sabes, selfies o imágenes frente al espejo -que ahora sí era su amigo- para mostrar sus atuendos, porque siempr ele gustó la moda. “Mi cuenta de Instagram ayudó a encender mi carrera. El amor de todos mis amigos y aquellos que me siguieron fue increíble, pero no imaginaba que había una persona mirando un poco más de cerca que el resto, y me daría la última confianza para forzarme a hacerlo”, Laura se refiere a Honor my curves (Honra mis curvas), una cuenta de Instagram que la apoyó e inspiró a seguir y a sacar a la luz su sueño de ser modelo.
“Luego vi en Instagram que una revista estaba haciendo un concurso para ver quién sería la portada, apliqué, ¡y me cogieron!, pero no pasó nada como por tres meses. Nadie me llamó, y justo cuando me estaba desesperando hice un photoshoot de Navidad, y me dieron la portada, a los seis días me contactaron de una agencia para que firmara un contrato como modelo y aquí estoy”.
Laura es modelo para sesiones fotográficas, ha desfilado en la Semana de la Moda de Nueva York, es modelo de tallaje (quiere decir que hacen la ropa de acuerdo a sus medidas), por lo que no puede subir, ni bajar de peso. Ahí está el reto de su trabajo, en mantener las mismas medidas y en ser saludable. Lo que muchos le critican a las modelos ‘curvy’ es que envían un mensaje ‘poco saludable’ a la sociedad, pero Laura se defiende diciendo que ella es una mujer sana. “Cargo con mis exámenes de sangre para todos lados, puedo demostrar que se puede ser grande y saludable, porque yo lo soy. No como como una cerda, tengo una dieta balanceada. La gente piensa que este trabajo es fácil, pero no”, explica.
***Laura aún tiene sueños por cumplir: aparecer en una pantalla gigante de Time Square, desfilar para Christian Siriano y aparecer en la portada de la revista Vogue, pero creo que ya cumplió el más difícil de todos, decir “amo cada centímetro de mí”. Le tomó años, pero ahora lo dice sin tapujos y sin ese miedo tétrico a ser señalada.
Y yo me pregunto si algún día todos podremos repetirla. Y creérnosla.













