Petrona Martínez está sentada en una mecedora, con las piernas levantadas, en su casa del barrio La Paz, en Arjona. El aire es fresco y la brisa que viene del patio trae el aroma de la leña y el olor de los árboles con las primeras gotas de lluvia. En la cola del patio se oye el cerdo que van a sacrificar en esta tarde, para la venta de carne, un negocio que tiene su hija Aracelis en el pueblo.
Hablar de cerdo es prohibido ante Petrona Martínez. El consumo de cerdo diario fue una de las tentaciones que le aceleró sus graves problemas de salud y su crisis de circulación que le taponó circuitos sanguíneos en su cuerpo.
Pregunté por el cerdo a su hija porque vi a un cerdo mono la vez pasada en su patio, y Aracelis me cuenta que lo sacrificaron para el consumo y venta de carne. Este cerdo que sacrifican hoy es otro cerdo. Le sugiero que no coman cerdo cerca a Petrona. Su dieta ahora es baja en sal y azúcar y cero carnes. Petrona ha adelgazado, tiene bien semblante y se alegra con nuestra visita.
Petrona recibe tres veces a la semana, la visita de la fisioterapeuta Astrid Guardo Solipaz y del neurólogo Salim Díaz, para las terapias musculares, luego de sufrir una isquemia cerebral que le paralizó medio cuerpo y la dejó sin habla.
Las terapias de lenguaje le han devuelto gradualmente las primeras palabras. Petrona tiene su mente clara y lúcida, y solo hay que verle la mirada vivaz y ver su sonrisa, para saber que está allí, al pie de su música. Ella sola en silencio es música pura. Dice: “Gracias”, me llama por mi nombre, y se iluminan los ojos cuando le hablo de sus viejos vecinos de Palenquito que le mandan saludos.
Le cuento que estuve por allá y me asomé al cuadrado de tierra donde ella vivía, al pie del arroyo donde sacaba arena para vender, junto a sus hijos, y sus vecinos, y le digo que solo se mantienen los mangos que ella sembró, porque la casa donde vivió y compuso muchas de sus inolvidables canciones, fue derribada por el dueño.
Era una casa de palma, zinc y paredes de boñiga. Gerardo Varela, grabó cada rincón de la casa.
Enrique Llerena que me está oyendo me dice: “Yo paré esa casa con mis manos”. Y le pregunto si será capaz de volverla a hacer mirando el video de la casa derribada. “No sé por qué, pero Petrona se empezó a enfermar desde que salió de Palenquito”, le digo a Petrona. “Te atreverías a volver a esa casa si Enrique vuelve a construirla con sus manos?- le pregunto- y Petrona se le aguan los ojos parar responderme con el silencio estremecido de su nostalgia. Fue allí donde compuso a la sombra de los mangos muchos bullerengues, evocando a su abuela cantadora de bullerengues.
Enrique me dice: ¿Pero cómo vamos a parar una casa en una tierra que ya no es nuestra?
Le digo que los milagros pueden ocurrir, y qué bueno sería que Petrona pudiera estar allí descansando, en el remanso de luz y viento que es Palenquito. Pero la vida ha dado vueltas que han perjudicado a la más grande cantadora de bullerengue.
Su salida intempestiva del pueblo, para buscar en Arjona una casa que se parezca a la de Palenquito, ha sido imposible. La casa que le regaló la gobernación de Bolívar. se empezó a hundir poco a poco, agrietándose cada vez más, con problemas serios de estructura. Petrona decidió salir de allí espantada, con el miedo de que alguna noche le cayera el techo encima. La alquiló y pedí que me permitieran entrar nuevamente a la casa y la encontré peor que la vez anterior. Más grietas, más hundida y cediendo en el invierno.
Petrona se mudó a otra casa, esperando que la gobernación le solucionara el asunto que nunca se resolvió, con el agravante de que le prometieron una nueva casa que tampoco le dieron. De todos modos, Petrona ha vivido toda su vida con la lógica palenquera de que el que tiene lo comparte todo, y en esa manera de vivir la vida, se ha desprendido de todo, para dárselo a sus hijos y a sus incontables nietos y biznietos. Y ha vivido desprovista de lujos, más cerca a la pobreza que a la riqueza, en unas condiciones elementales y franciscanas.
Pero es que ella es inmensamente rica porque necesita poco. Y lo que gana lo comparte, para no tener nada en el bolsillo. Así ha sido siempre. Pero ahora en esta casa del barrio La Paz, siento un aire cercano al viento dulce de Palenquito.
Allí en su casa, conocí a su nieto Jorge Eliécer Mercado Llerena, un beisbolista que sueña con entrar a las grandes ligas. Es el actual campeón de 2017, del equipo de Sincerón, lanzador de primera categoría.Petrona no deja de sonreír sentada en su mecedora y en los retratos que le han pintado Alfredo Torres, Angélica Angulo y Leonardo Aguaslimpias. Cuando siente que le falta la sonrisa, ella mira los cuadros y extrae de ellos el recuerdo de su enorm sonrisa que ilumina todo lo que le rodea.
Ahora solo he venido a abrazarla, a decirle que saldrá de esta encrucijada por la sola gracia de su música. Y le digo que incluso si Dios no le devuelve la voz, ya ella ha llenado el mundo con su bella música ancestral. Pero no pierdo la fe y la esperanza de que recobre sílaba a sílaba esa hermosa voz que despíerta lo que nombra. Petrona es el patio donde aún el agua sigue fluyendo y cantando entre las piedras. Petrona es la hoja amarilla del mango que se demora en caer para que ella la vuelva música. Petrona es la voz de Joselina y Álvaro y Aracelis que dejó de cantar pero que si quisiera cantar lo hiciera, porque todos ellos están dotados para la música.
Petrona es la sílaba que sale de sus labios a punto de convertirse en una nueva música.
EpílogoEl músico Gerardo Varela volvió al cuadrado de tierra donde vivió Petrona Martínez, y está liderando con su fundación la iniciativa de la Casa Museo Petrona Martínez para que la artista pueda regresar a su casa, y dentro de ese área, pueda erigirse un templo a su vida y obra. Apenas está dando esos pasos y esos trámites para que este sueño se haga realidad.
Petrona me dice que sí está de acuerdo y bendice el proyecto desde su mecedora. Enrique se mira sus manos, dispuesto a reconstruir la casa.


