Marina no era consciente de su estado de salud. Esa noche, más que pensar en el dolor que la llevó al hospital, discurría insistentemente en aquello que dejó a medias en su casa. Para ella fue un día muy agitado y de mucho estrés, pero, en medio de todo, disfrutaba cada cosa que hacía.
Aunque prefiere olvidar ese episodio, Marina cuenta que ese día de diciembre, en el mercado de Bazurto, compraba unas hojas de bijao cuando sintió un fuerte y extraño dolor. “No presté atención en el momento, pero apenas llegué a la casa le conté a mi familia, porque fue un dolor raro, que nunca antes había sentido”.
Una de sus sobrinas le sugirió que descansara mientras ella y los demás se encargaban de terminar todo, porque, al día siguiente, Marina tenía el compromiso de asistir al lanzamiento del Festival de Pastel cartagenero y llevar sus deliciosos manjares.
Marina Torres de Urueta es una experta cocinera de Cartagena y cada año participa en los diferentes eventos de comida tradicional que se realizan en la ciudad. Esa noche en que enfermó, mientras en la clínica los médicos auscultaban el pecho, ella solo tenía cabeza para pensar en que si los pasteles estaban listos, que si no se dañarían, le preocupaba si podría cumplir. Nunca había faltado al Festival y aquella idea de no poder ir le atormentaba aún más que estar en una camilla.
Nunca ha dejado de asistir un Festival, excepto en esa ocasión, por culpa de un preinfarto que casi se la lleva. Cada año participa en los festivales del frito, del dulce y del pastel y no en vano ha ganado reconocimiento en la ciudad. En 2017, fue la ‘Ganadora de ganadoras’ del Festival del Frito Cartagenero, donde en versiones ha ganado en distintas categorías.
Marina tiene 62 años y recuerda que su primera experiencia en la cocina fue a los 11, con una sopa a la que le agregó el comino entero, tal cual lo vendían en ese tiempo. “Una tía, llamada Elena Marín, fue quien nos enseñó (a ella y a sus hermanas) sobre cocina. Nos enseñó a hacer fritos, pasteles, bollos, sancocho. Yo le hago maravillas con el marisco. Hago arroz con camarón, cazuela, arroz con cangrejo...”, afirma.
Para esa época, su tía Elena vendía fritos cerca a la iglesia María Auxiliadora y Marina, cuando salía del colegio Ciudad de Tunja, donde cursaba la primaria, le ayudaba en el negocio. Así fue aprendiendo de ella y, tal vez sin planearlo, se convirtió en la gran heredera de un sazón inigualable y una tradición que se extiende hasta las nuevas generaciones de su familia.
“Mi vida ha sido siempre de trabajo y me siento agradecida con Dios, con mi madre, mi familia y mi tía, que me enseñó, porque con eso ayudé a mi esposo a sacar a mis hijos adelante. No me avergüenzo de ser ‘fritanguera’, aunque ahora nos llamen matronas. Somos las fritangueras y a mucho honor porque a esto me he dedicado toda mi vida y todavía me siento con fuerza para seguir haciéndolo”.
Esta carismática y pujante ‘fritanguera’ tiene su negocio hace más de 30 años cerca al Hospital Universitario. Allí, todas las mañanas, excepto cuando hay algún festival, vende patacones, fritos, chichas, avenas... “Yo vivo ahí mismo, en un segundo piso, y abajo tengo mi negocio. Cuando inicié las calles no estaban pavimentadas ni nada. Y funcionaba el San Pablo (el sanatorio)”.
Hasta ese lugar llegó hace unos días el reconocido chef bogotano y experto en pastelería, Mark Rausch, muy recordado por un video en el fracasó al intentar hacer unos típicos patacones colombianos. Fueron tantas las críticas y las burlas, que Raush, con el fin de dar un giro a ese penoso episodio, llegó a Cartagena para aprender a hacer esta receta representativa de la Costa.
Precisamente, por la “fama” de la buena sazón que Marina tiene en sus manos, Rausch, después de caminar por el Centro Histórico, llegó hasta el barrio Zaragocilla a buscarla.
“Cuando lo vi, me sorprendí y le pregunté: ‘¿Usted es el chef que no sabe hacer patacones?’. Él quedó impactado y me dice: ‘Precisamente vengo para que usted me enseñe’. Así empezó todo. Le enseñé todos los trucos que me enseñó mi tía y después que vio las instrucciones mías agarró el plátano, y resulta que lo agarró al revés y le dije: ‘Usted se va a cortar y yo no quiero correr para el hospital’. Estaba nervioso pero aprendió rápido, los hizo muy bien y los degustamos con bastante suero”, relata Marina. Enseñó al chef de la mano de su hermana, Alicia Torres, también heredera de ese don que le permitió ganar la categoría ‘Frito innovador’ en el festival de 2017.
Pero más allá de haber conocido a un “personaje famoso”, y que este haya llegado hasta su negocio para grabar un video que seguramente nunca imaginó hacer, a Marina lo que le satisface es saber que los “grandes expertos” saben muy bien del valor y el conocimiento de ‘fritangueras’ como ella, que día a día se esmeran por conservar esta tradición culinaria que, por pocos pesos, les ha permitido levantar a sus familias.
“El frito ha dado una vuelta tremenda. Ya las fritangueras estamos sofisticadas y preparadas. Hacemos cursos en el Dadis, en el Sena, y también capacitamos a las personas que nos ayudan. Es bueno que nos reconozcan porque eso hace parte de nuestro patrimonio”, finaliza.
