Si uno entra en cualquier casa de Gamero, lo más probable es que alguien esté cantando en la cola del patio, o una mujer cante su bullerengue mientras le da manduco limpio a la ropa.
Crucé temprano por Gamero y me asomé a sus patios para descubrirlo. La primera vez que me sorprendí fue con la voz de Isolina León, la cantante de La Tranca, a quien conocí lavando en su casa, y me atrapó con su voz mientras pasaba por el frente de su casa. La voz atravesó los barrotes de su ventana, la quietud de los árboles quemados por el últrimo verano, la nata verde de la ciénaga donde nadan las mojarras negras de diciembre, el aire luctuoso de la madrugada esperando el cadáver de Magín Díaz. La voz de la mujer se quedó flotando en el aire caliente de Gamero y vino a quedarse para siempre en mi memoria.
Isolina León es una de las reinas invisibles de las innumerables cantadoras de bullerengue de la dinastía de Irene Martínez, las hermanas Martha y Emilia Herrera e Isabel Julio del vecino corregimiento de Evitar o esa leyenda que es Aniale Moreno, la cantadora de dos metros de altura que solía cantar de rodillas para evitar el impacto de su altura. Pero en todas las casas, hay soneros y cantadoras.
Gamero es un emporio musical del Caribe colombiano. Se puede llegar allá, en un bus desde la Terminal de Transporte en Cartagena, y ese es un viaje muy lento, puede durar hasta hora y media, porque espera al último de los gameranos que viven o están de paso por Cartagena. Y al pasar por la entrada de Palenque, se descubre que tanto Palenque como Gamero, erigieron sus lugares estratégicos, liderados por cimarrones, en los lugares más ocultos, monte adentro, adonde no pudieran llegar los caballos de los conquistadores españoles o los perros de cacería tras los escapados de la esclavitud. Se olvida de que Ganero, una población de origen africano, es en esencia, una aldea palenquera, con matices singulares en su cultura que los diferencian del Palenque de San Basilio. Gameranos y palenqueros compartieron en el amanecer del siglo XX, su trabajo en el ingenio de Sincerín, junto a ingenieros cubanos que los sábados por la tarde, resonaban la música de la isla, y los nuestros, resonaban la suya, un viaje de ida y vuelta.
Pueblo de pescadores y sembradores de maíz, yuca y plátano, y sembradores fecundos de la bella música que hoy sorprende y maravilla al mundo. En Gamero, los instrumentos cotidianos han sido la voz y los tambores. Pero a falta de instrumentos, allá todo se vuelve tambor: Las puertas de la casa, los trastos de la cocina, las palmas de las manos tamborileando en las piernas. El niño nace entre tambores, y no ha aprendido a hablar cuando ya toca un tambor más grande que él. Pero no solo es el toque de tambor. Allí todo el mundo baila. De allí surgieron los legendarios Soneros de Gamero, que impulsó el promotor Wady Badrán. De allí nació Magín Díaz.
Nada de ese privilegio musical que ha merecido dos nominación al Premio Grammy Latino al Mejor Álbum folclórico “El orisha de la rosa”,y una nominación al Premio Grammy Anglo, le ha servido a los gameranos para que puedan vivir dignamente de lo que saben hacer con arte: la música. Allí todo el mundo sobrevive porque en Gamero el agua llega a cuentagotas. En el amanecer de la llegada del féretro de Magín Díaz, el agua llegó a chorritos. No hay acueducto. No hay alcantarillado. No hay puesto de salud. No hay fuentes de trabajo. Hasta el cementerio se muere de olvido. Para recibir el féretro de Magín, repatriado por la Gobernación de Bolívar e Icultur, le pidieron al alcalde un poco de pintura para mejorar la fachada de la iglesia. En dos días la pintaron de un amarillo de fiesta. Machetearon la maleza del cementerio y limpiaron el entorno de la plaza. La primera vez que me senté con Magín Díaz en su casa para que me contara el origen de sus canciones, me acerqué y lo abracé, y él me dijo con una tierna voz de abuelo que no pierde la felicidad en la orfandad: “Cuando vuelva a Gamero, tráigame una caja de pañuelos”. Era un hombre galante, enamoradizo, sonriente, complaciente, bailarín hasta el final, y tenía la gracia de sentirse inmortal. Le daba un dolor de pie y se aterrorizaba ante cualquier amago de la muerte. Nunca le dio motivos a la muerte.
Los gameranos quieren que la Gobernación de Bolívar construya el Centro Cultural Magín Díaz en Gamero y no en Mahates, precisa Isolina León. Pero no se puede construir un centro cultural en un pueblo que carece de todo: hay que buscar alternativas, propone Filiberto Arrieta.
“Valdría la pena pensar que ese centro contenga un auditorio múltiple para la música, la danza, el teatro y las diversas manifestaciones creativas del pueblo”, sugiere Maritza Zúñiga en el funeral de Magín.
“Una tienda sostenible con artesanías locales de las mujeres gameras que se capacitan en el Sena, con la música local y souvenires que lleven el sello territorial y cultural de la región: los Soneros de Gamero, las cantadoras célebres del pasado y del presente, y la presencia iluminadora y redentora de Magín”, propone Sandry Acosta Martínez.
“Aquí proponemos la Casa de la Cultura de Gamero y la Feria de Expresiones Culturales Afrocampesinas Voces, sones y tambores”, que se realizó recientemente en su primera versión, que ha tenido un impacto entre sus habitantes, con la participación del semillero de niños y jóvenes que preservan la tradición aún con la esperanza de ser apoyados”, dice Arnoldo Arrieta Terán, director de la Fundación Antorcha.
Después de MagínDespués de los funerales de Magín Díaz, el pueblo se sumerge en la soledad de su abandono. En la casa del músico llegan los familiares y amigos, siguiendo la tradición de las nueve noches de velorio. Gamero tiene una ciénaga inexplotada y magnífica que pudiera abastecer de manjares a los viajeros que llegan allí. La gamerana María Iluminada Palomino, nacida en 1944, sueña con ver una plataforma para que la gente pueda conocer y ver la belleza de su ciénaga. También sueña con un monumento a las mujeres cantadoras de Gamero emergiendo de las aguas.


