Es la esmeralda más grande de Colombia, y una de las mayores del mundo. Está resguardada en una urna de Cartagena, visitada por propios y extraños.La esmeralda brilla en su verde esplendor de sesenta cristales y en su honda transparencia en una piedra enorme que pesa 236 libras. Es la esmeralda más grande del país que está en Cartagena, no como un milagro privado sino como un patrimonio de todos los cartageneros. Fue sacada del fondo de tierra, a 40 metros de profundidad, de la Mina Polveros, en Muzo, Boyacá.Todo empezó en aquel marzo 27 de 1983, cuando tres hermanos sanjacinteros: Alfredo, Luis Eduardo y Ricardo Díaz Alfaro, vinculados al sector turístico como comerciantes de artesanías, al igual que sus padres Obeth Díaz y Lady Alfaro, decidieron abrir un taller de reparación de joyas en Bocagrande, ante la solicitud de los mismos turistas. Ninguno de los tres sabía nada de esmeraldas ni de piedras preciosas. El primero en guiarlos fue el joyero Ricardo Arroyo. De reparadores de joyas, pasaron a fabricantes de joyas. Alfredo cuenta que descendió 400 metros bajo tierra, para descubrir las maravillas de las piedras preciosas. Allí vio que la primera señal sobre los muros secretos de la tierra eran unas líneas blancas(calcitas), augurio de piedras preciosas. Al principio, los viajeros del mundo en busca de piedras preciosas, llegaban al pequeño local de los hermanos Díaz, y solicitaban algo que aún no tenían, pero se empeñaron con el paso del tiempo, en aprender un arte y de sorprender al viajero con algo mejor de lo que habían imaginado. A veces, los viajeros abonaban para un diseño que aún no había sido delineado, y con los abonos compraban los materiales para crear por pedidos. Pero no se quedaron allí. Se capacitaron y fueron hasta el fondo de la tierra tras las esmeraldas, sorteando las dificultades de los exploradores de milagros. “Jamás nos ocurrió nada, porque cada paso que dimos, fue como la sentencia bíblica del sembrador que ara en el desierto, pero sin codicia”, precisa Alfredo, un cristiano evangélico que ha liderado con sus hermanos esta iniciativa de un Museo de la Esmeralda, luego de 34 años de persistente labor. En los comienzos, fueron asaltados en su buena fe cuando compraban piedras preciosas, y se las vendían más cara de lo que realmente valía. “No tuvimos en San Jacinto ninguna tradición de orfebres, sino de tejedores de hamacas y artesanos. En el camino aprendimos, y nos ayudó la unidad familiar. Quisimos ir al fondo del conocimiento, ir a la mina, y saber a ciencia cierta por qué siendo la esmeralda, una de las cuatro piedras preciosas que existe, sea tan costosa una piedra tan pequeña. Nuestro amigo Publio Bermúdez nos guió para llegar a la mina de Chivor. Conocimos allá a las asociaciones que se crearon en el pueblo y descubrimos un mundo desconocido para nosotros: el de los túneles forjas con martillos, la explotacion de las minas con dinamita y la disposición final de los desechos. Descendí primero a 120 metros de profundidad en la mina La Pita. Más tarde, a 150 metros, y finalmente, a 600 metros. Jamás tuve claustrofobia”, cuenta Alfredo Díaz Alfaro.“La sensación más sublime de mi vida la tuve cuando en el fondo de la tierra, vi parir esmeraldas que se asomaban en medio de calizas negras. En la oscuridad de la tierra, vi el brillo dentro de las vetas, el verde brillante y misterioso de las esmeraldas. La piedra precisa hay que arrancarla de la tierra. No es visible. Es como si dijera: Ven y búscame. Jamás la verás en los lechos de los ríos, como los rubíes y los zafiros. La esmeralda hay que descubrirla en las entrañas profundas de la tierra. La esmeralda no sale sola. Tienes que ir a buscarla y sacarla. Conocimos en nuestra travesía historias paradójicas, en lugares de conflictos sociales, pero nunca nos ocurrió nada que pusiera en riesgo nuestra vida. Esa búsqueda antes se hacía a cielo abierto, poniendo en riesgo a los mineros y al entorno natural. El gobierno reglamentó estrictas medidas de seguridad para mejorar las condiciones de los mineros y para evitar daños ambientales. Las concesiones a multinacionales en Sudáfrica, México y Estados Unidos, deja grandes utilidades en pocas manos, lo que afecta a los guaqueros colombianos”.Museo de esmeraldasLuego de tantos años de búsqueda, Alfredo y sus hermanos, decidieron crear el Museo de la Esmeralda en Cartagena, que recrea con detallismo documental y visual, con videos, esculturas de tamaño natural, a los mineros adentrándose en los socavones, y colecciones atesoradas en el tiempo para contar la historia colombiana y mundial de la esmeralda.Una de las sorpresas de este museo forjado en quince años de ardua investigación, es la reconstrucción con figuras de cómo se hacía la ceremonia del cambio de mando de los caciques muiscas frente a la Laguna de Guatavita. Miles de indígenas cantaban, danzaban y lanzaban ofrendas al fondo de la laguna. El cacique se zambullía cubierto en oro. Ofrendaban sal de Zipaquirá, esmeralda, oro y lana. No eran buenos orfebres como los tayronas o los zenúes. Así que la esmeralda era uno de sus tesoros. Poco se encuentran esmeraldas en las guacas indígenas, porque entre ellos no era un ornamento sino una ofrenda.
El hallazgo gigantescoLa esmeralda más grande de Colombia, que los tres hermanos bautizaron Petra, fue encontrada en 2004, y solo por razones de seguridad, no la habían hecho pública. “Para nosotros es un patrimonio de Colombia, más que de nuestra familia”, dice Alfredo. Al ver aquella maravilla en tierra, los tres susurraron con lágrimas: “Es una bendición”. El espíritu emprendedor, exigente y laborioso de Obeth Díaz y la recia ternura de Laly para mantener la casa en pie, habían dado sus frutos dorados en sus hijos, que no durmieron tranquilos hasta encontrar en el fondo de la tierra, el prodigio de la gigantesca esmeralda. Los tres exploradores de sueños nacieron en San Jacinto y se radicaron en Cartagena en 1972. “No queremos ni nos interesa saber cuánto cuesta porque jamás hemos pensado venderla, porque es la pieza más importante del Museo de la Esmeralda, que más de cincuenta mil turistas han visto conmovidos en Cartagena. Traerla a Cartagena para que quedara en la ciudad, como un patrimonio fue una larga odisea, pero se hizo con toda la prudencia humana, el respeto a las maravillas que la tierra guarda en sus entrañas, y la sabia humildad de quienes respetamos los principios bíblicos. Luis Eduardo, mi hermano, se acordó de Cleopatra cuando la vio fuera de la tierra. La esmeralda entre su simbología ha sido la piedra del amor y la fidelidad. Cleopatra le regaló una efigie a Julio César y a Marco Antonio. Cuando la dispusimos en este museo, junto a toda la familia, se hizo una oración colectiva para su protección en Cartagena”. Humildes ante la bendición gigantesca, pactaron en familia que el mundo la contemple y admire, con la certidumbre sagrada y espiritual de que no existe oro que pueda comprarla.
Una proyección socialEl Museo de la Esmeralda es uno de los atractivos del turismo nacional e internacional en Cartagena, en su sede de la calle 5 con 2 en Bocagrande. Ha generado este museo una Fundación Escuela de Joyería del Caribe, creada hace 8 años, cuyo objetivo es formar profesionales en la reparación de joyas, a través de un plan becario, para luego, ingresar al Taller como creadores. Son 117 jóvenes de barrios populares y marginales, de El Pozón, Nelson Mandela, San José de los Campanos, La Boquilla, faldas de la Popa, entre otros, que participan como empleados y artífices de un arte delicado y consagrado: la fabricación manual de joyas y la talla de piedras preciosas. Esta escuela tiene ya convenios con diversas universidades. Es la única escuela que genera empleo con una contratación humanística que privilegia el sentido de superación personal, vinculando hermanos, primos, familiares, parejas de casados.EpílogoLos enamorados del mundo llegan al museo, se abrazan y se juran fidelidad ante el resplandor de Petra, la más grande esmeralda de Colombia en Cartagena.
