Y uno, y dos y tres... hacia atrás. Y cuatro, y cinco y seis...Miriam González sonríe con el cuerpo y con sus labios rojos. Es bailarina y dice que cuando baila se transforma. Que no es la misma. Ese sentimiento que se le va metiendo por los oídos, le invade el espíritu y entonces no es ella. Se va metiendo en la música y va navegando por un océano de melodías… baila. Es feliz.
Hoy, en la esta clase de Danzas modernas, en la Universidad de Cartagena, ella dirige las técnicas y coreografías de baile. Miriam es docente y bailarina cubana y lleva 20 años en Cartagena. “Soy hija adoptiva de Cartagena -dice-. Llevo tantos años aquí que cuando me voy para Cuba extraño esta ciudad. Aquí se me siente el acento cubano y en Cuba se me siente el acento cartagenero”, ríe.
Es una mujer amigable, que nos recibe en su clase de baile a la 1:30 de la tarde, afortunadamente es en un salón de clases bastante amplio y con aire acondicionado. Está maquillada y, como de costumbre, tiene un labial rojo, su favorito.
Tiene a su cargo unos 30 alumnos de todas las carreras, pero ninguno de ellos es bailarín profesional.
Con sus estudiantes hace un breve calentamiento y luego les enseña pasos básicos de chachachá, mambo, son cubano y conga cubana, con esta última les afirma que ya están listos para ir a bailar al carnaval de Cuba.
***Decidió mudarse a Cartagena porque es una ciudad muy parecida a La Habana y desde que llegó no ha parado de trabajar.
Fue profesora en Bellas Artes, profesora de danzas en diferentes lugares, creó el jurado de danzas en las fiestas del 11 de Noviembre con Astrid Torres, y su trabajo como docente en la Universidad de Cartagena lo consiguió hace 11 años gracias a una “diosidencia”, coincidencia de Dios.
“Ya vivía aquí, pero por cosas de la vida tuve que irme a Cuba y me tocó venir para no perder la residencia, en ese momento me bloquearon la tarjeta de crédito porque no tenía vínculo laboral. Mientras solucionaba eso, me enteré que abrieron una convocatoria que tenía que ver con mi perfil, concursé como profesora catedrática y pasé”. Así como ama bailar, dictar clases le llena el alma. Se siente puliendo diamantes en bruto y la mejor recompensa es ver a sus estudiantes como profesionales, cada alumno se lleva una parte de ella.
Como bailarinaMiriam heredó la vena artística de su padre, él era músico y le enseñó los primeros pasos del son, chachachá, mambo y rumba, ritmos propios de la isla de Cuba. “Mi mamá dice que cuando yo era niña me dormía cantando: ‘La múcura está en el suelo, ay mamá, no puedo con ella...’, de alguna forma eso me estimuló”, refiere Miriam.
Recuerda que desde niña se ponía los tacones de su mamá, se vestía y aplicaba mucho maquillaje en su rostro para luego crear coreografías frente al espejo de su habitación.
Es Licenciada en educación y bailarina profesional. “Representé a Cuba en diferentes lugares del mundo, siendo apenas estudiante ya estaba viajando. Empecé en diferentes ciudades de México, en nombre de mi país cuando tenía como 16 años”, recuerda.
Esta bailarina representó a Cuba en concursos de baile, en algunas ocasiones siendo la única mujer cubana, teniendo esa gran responsabilidad, pero una vez se paraba en el escenario se olvidaba del pánico escénico y temor a las cámaras. “Le tengo miedo a las cámaras pero bailando se me olvida todo, el miedo me da es cuando me hacen entrevistas”, sostiene mientras suelta una carcajada.
Estuvo en Hungría y Austria durante un año, en Bélgica, Ecuador e Inglaterra representando a su isla en competencias y en Colombia como pareja de baile en Barranquilla, Cartagena, Tolú, Santa Marta y San Andrés. Cuando no estaba bailando, recibía sus clases de ballet, baile contemporáneo, danzas modernas y folclor. “Llevaba una vida muy agitada, por eso era tan delgadita”, asegura la docente.
Está orgullosa de todo lo que logró y de lo que sigue sembrando. Ha montado espectáculos con música en vivo, relacionados con el teatro y una vez hizo una sonora en la que bailaba, cantaba y tocaba percusión.
¡Todo eso! ¿Y qué otras cosas has hecho? -pregunto. “Fui esgrimista, también practiqué otros deportes. No me quedo quieta nunca”, responde.
En Cuba todavía la reconocen, y cómo no hacerlo después de representar su tierra en tantos lugares del mundo.
***Se refiere a su oficio de docente y bailarina con mucho entusiasmo, entonces le pregunto qué pasaría si algún día le toca decidir entre una profesión u otra y responde: “no me hagas esto, bailar y dar clases me apasiona, no podría elegir entre las dos. Me gusta combinar la enseñanza con la danza, afortunadamente todavía bailo, pero todos tenemos un reloj biológico, la danza es un don que Dios me dio y cuando me lo quite, entonces me dedicaré únicamente a enseñar”.
Además de bailar y dar clases, le gusta viajar. Ama el contacto con otras culturas y está convencida de que las experiencias en cada salida marcan su vida, porque no se olvidan.
Visita a sus familiares en Cuba todos los años y aprovecha para reunirse con sus colegas bailarines y docentes.
Su sueño es pensionarse en Cartagena y regresar a vivir a su tierra natal, pero, eso sí, sin dejar de recorrer Cartagena aunque sea como turista.
¿Qué es bailar para Miriam González?-Es una transfiguración. Cuando bailo no soy yo, algo se apodera de mi cuerpo... me hace navegar por la melodía de la música, ese sentimiento que produce la música uno lo expresa a través del cuerpo.
Conoce las tradiciones que se fusionan en los fritos cartageneros
TANIA FLÓREZ DECHAMPS



