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La manzana que deseó el Papa en Cartagena

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“Hicimos recolectas para la llegada del papa, un banquete en el Capilla del Mar donde se consiguieron buenos recursos, Corona nos regaló una vajilla especialmente hecha para la visita. Debe estar en la Arquidiócesis”, cuenta Camilo Caviedes, entonces parte de los comités que prepararon el recibimiento de Juan Pablo II a Cartagena en 1986.

“Remodelamos la Casa Arzobispal, pero únicamente en la habitación que iba a ocupar y por donde él iba a pasar. Le pusimos aire acondicionado y una foto de su papá y su mamá dentro. Cuando ya se había ido el papa, mi esposa decidió arreglar la habitación y cogió el jabón marca Sanit”, recuerda Caviedes, asesor de la Arquidiócesis.

La mujer, miembro también de los mismos comités, es Hortensia Benedetti y, junto a otras personas, se encargó de organizar dicho cuarto. “Con una amiga que se llama Ana María Piñeres hicimos toda la limpieza de la habitación. Yo cuando llevé el jabón dije que quería quedarme con lo que estuviera más cerca a él, quería tener el jabón. Está picado en las puntas, la gente cuando se enteró comenzó a pedirme pedacitos, entonces yo le se los di. Tiene 31 años ese jabón”, explica. Y no solo eso, además guarda como un tesoro una medalla obsequiada por el sumo pontífice y un rosario bendecido por él. “Cuando se asomó al balcón que da para la parte de atrás de la Catedral y saludó a toda la gente fue muy emocionante”, agrega.

Manzana callejera

La primera y última cena del papa Juan Pablo II en la ciudad incluía un completo menú caribeño, donado por el Club Cartagena. Se dice que el pontífice comió poco. Probó una exquisita sopa de legumbres de la Huerta del Marqués, arroz de coco, pescado y ensalada de El Carmen de Bolívar. Pero antes de irse a la cama quiso una manzana.

“No había manzanas en la Casa Arzobispal. Me tocó salir en bola de fuego a comprarla. A dos cuadras vendían pero en la calle, cerca del Ley, había unos tipos de esos que les echaban agua. El que me las vendió no creía que eran para el papa. Se la llevaron en un platico con un cubierto y una servilleta”, dice entre sonrisas el padre Rafael Castillo.

El padre Castillo tenía 28 años, estaba recién ordenado y sobre sus espaldas tuvo la responsabilidad de preparar a las juventudes para la visita a Cartagena de la máxima figura la Iglesia Católica, hace ya casi 31 años.

Ahora guarda entre sus objetos más preciados una mención de honor por su labor en los preparativos para recibir a Su Santidad, firmada por monseñor Carlos José Ruiseco Viera, entonces arzobispo de Cartagena aquel año que el alto prelado pisó suelo cartagenero.

La ciudad estaba paralizada, multitudes esperaban el paso del papamóvil para, así sea a lo lejos, recibir la santa bendición. “Íbamos hacia el campo de Chambacú, entonces al llegar a la rotonda de la Santander yo le mostré al papa esa postal que es Bocagrande con los hoteles y edificios, le dije esta es la zona de turismo. El papa respondió que: ‘eso significa que hay más población con dinero en este lugar, vamos entonces al campo de Chambacú’, donde encontraríamos a todo el pueblo de Cartagena”, cuenta Ruiseco. 

-¡Qué ciudad tan hermosa! Nunca había visto algo así. Fue una de las frases del papa a monseñor.

Minutos de silencio

Al llegar a Chambacú al polaco Karol Wojtyla lo esperaban más de 200 mil feligreses. Se dice que el papa se voló párrafos de su discurso e improvisó bendiciones a las decenas de seguidores que coreaban a gritos: “Juan Pablo II te quiere todo el mundo”.

Le dio poca importancia al hecho de que se haya ido la luz por unos cuatro minutos. El corte se atribuyó en ese entonces a un saboteó del grupo M-19 a una subestación de energía. “A pesar de que se fue la luz el recinto estaba iluminado con la presencia del papa. Su presencia convirtió la oscuridad en claridad”, comenta el padre Castillo.

La prensa nacional calificó al templete construido en Chambacú para el evento, como el más pobre y el más feo de todas la ciudades en las que estuvo en el país. Según reseñó este medio, la gente no se explicaba lo que costó: 30 millones de pesos.

Entre otras cosas, nadie entendía por qué las autoridades de ese entonces cerraron la ciudad amurallada si el papa quería contacto con la gente. De la organización del evento resaltó la presentación artística dirigida por Delia Zapata Olivella.

Contra el narcotráfico

Luego de estar en Chambacú el papa asistió a un ceremonia especial en San Pedro Claver, donde en un museo del templo aún se conserva, como un recuerdo tangible de aquel día santo para Cartagena, una poltrona blanca de cojines rojos hecha especialmente para él.

 “De todos los mensajes que el papa lanzó en Colombia el más profético fue el que hizo en el santuario San Pedro Claver, habló de algo que nadie se esperaba, que era condenar el narcotráfico como las primeras formas de esclavitud que ofenden la dignidad humana. Nadie creía que el papa pudiera enfrentar con voz profética y con valentía ese fenómeno del narcotráfico. Eso me impactó fuertemente. Vino en momentos muy difíciles fue como un bálsamo consolador y nos dio mucha esperanza”, dice el padre Castillo.

Finalmente, el papa se dirigió hacia la Casa Arzobispal. Ahí, en la habitación acomodada para él, descansó la noche del 6 de julio antes de marcharse al día siguiente hacia Barranquilla, última de las diez ciudades colombianas que visitó. 

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Foto: Cortesía
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