Alejandra Bonilla Mora
Colprensa-Bogotá
El coronel Silverio Suárez se convertirá en el primer sacerdote policía en llegar al grado de general, pues fue llamado a curso de ascenso por los mandos de la Institución. Nacido en Bogotá, el padre Suárez, hoy capellán de la Escuela de Postgrados de la Policía, le narró su historia.
Hijo de una familia católica, incursionó en la política en las campañas a la presidencia de Belisario Betancur, trabajó en la Secretaría de Educación de Bogotá mientras estudiaba comunicación y luego en El Tiempo en épocas muy violentas. Creó un periódico propio. Luego, se interesó por la Policía y, estando allí, una tragedia lo impulsó a la vida religiosa. ¿Lo más difícil? La muerte. ¿Su aspiración en estos tiempos de paz? El perdón y la reconciliación.
¿Quién es el padre Silverio Suárez?
Llevo 23 años de servicio a la Policía como oficial y 17 años de sacerdote. Mi papá era abogado, fue Procurador Delegado, y mi mamá era profesora. Somos cinco hijos, yo soy el tercero. Una familia de clase media. Hace unos días el mando me escogió para hacer el curso de general y la expectativa que tengo es seguirle sirviendo a la Patria, en el fortalecimiento de valores, espiritual, en la parte de transparencia y la inclusión. Así como trabajar en todo el proceso de reconciliación y paz por tantas heridas que ha dejado el conflicto.
Antes de ser policía, hizo política y periodismo…
Me encantaba la política, me fijé en la figura de Belisario Betancur que hizo cinco campañas hasta que venció por fin. Yo le ayudé en dos, en Bogotá, con ‘Jóvenes con Belisario’. Mi sueño era estudiar derecho, hice un año en el Externado y me salí por la campaña. Me fui a trabajar de secretario privado del Secretario de Educación por un año y luego en un trabajo nocturno para pagar mis estudios. Empecé a estudiar comunicación en la Sabana pero me gradué en los Libertadores. Allí, el decano me dice que sin práctica no había grado y me dijo: ‘hablé con Rafael Santos, que era el Jefe de Redacción de El Tiempo y él quiere vincularlo al periódico’.
Le tocó trabajar como periodista en una época muy violenta…
Mucho, porque era la violencia contra la Unión Patriótica y la de los narcotraficantes que fue enorme, que se robó muchísimas vidas. A mí me tocaba hacer monitoreo de radio y de televisión y alertar lo que estaba pasando. Que mataron al Procurador Carlos Mario Hoyos, al General Valdemar Franklin, a José Antequera, a Jaime Pardo, a Bernardo Jaramillo. No lo podíamos creer. Me ascendieron a redactor y trabajé en la competencia de Colprensa, que en ese tiempo era una agencia de noticias que se llamaba Intermedio. Yo tenía la inquietud de fundar un periódico y lo hice. ‘Murmullos’ se llamaba. Duramos tres años. Era una locura, éramos cuatro periodistas y hacíamos todo. Vender publicidad, vender el periódico, tomar fotos, hacer la redacción diagramar. Eran 16 páginas y lo sacábamos cada mes.
¿Por qué la Policía?
Cuando se acabó ‘Murmullos’ vi un aviso de la Policía que necesitaban profesionales en diferentes áreas y quise la experiencia. Yo no sabía nada de Policía, hice mi incorporación en la Escuela, mi curso de oficial y me dejaron como de planta de la Escuela General Santander. Fui Jefe de prensa.
¿Y la religión?
Cuando estuve en El Externado conocí un centro del Opus Dei que me marcó la vida. Me enseñó a ser una persona de fe, a trabajar las virtudes. Ahí comencé un plan de vida espiritual, con la oración, la misa, el Rosario y lo seguí haciendo. Y, estando en la Policía, nos ocurrió una tragedia, la muerte del Mayor Humberto Antonio Castellanos, que era un hombre muy importante, uno de nuestros grandes atletas. Un cadete le regó gasolina y lo quemó, duró unos días en agonía y murió. Eso me marcó. Hablaba mucho con el director de la Escuela, el general Ismael Trujillo, sobre qué estaba pasando. Yo le decía que cambiar a un policía no era cambiar de grado, sino cambiarle el corazón. Ahí se dio la posibilidad de irme para el Seminario, lo que se hizo con mucha reserva. Me formé en filosofía y teología en apenas cuatro años, no me desvinculé nunca de la Policía y me ordené sacerdote en el jubileo del año 2000.
¿Cómo es el trabajo de un padre policía?
A mí me tocaba atender las estaciones de Policía en Bogotá y no solo a los policías sino a los retenidos. Fue una labor espiritual pero también social. Me convertía en su abogado, hacia los memoriales para que les dieran la libertad, les pagaba la fianza. Eran pobres, personas que sí habían robado por necesidad y conseguía plata para eso. Eso me tocó un año. Luego me mandaron a la Escuela General Santander, ascendí a coronel y me mandaron al Valle.
¿Cómo fue su experiencia en el Valle?
Muy dura porque nos pusieron una bomba que destruyó la Metropolitana de Cali y el edificio del departamento de Policía Valle. Fue el 9 de abril del 2007, hubo un muerto y varios heridos, fue una Semana Santa muy dura. Era una guerra sin descanso en Buenaventura y en todo el departamento. Me tocaba toda esa labor social. Había varias familias de policías secuestrados. Nos secuestraron al comandante de Policía de Pradera. Era una zozobra. Mucho trabajo con los enfermos y sus familias.
¿Cómo se maneja tanta violencia?
Lo más importante es la presencia de Dios, sin Dios es muy difícil. Una familia puede terminar un duelo pero para mí era uno y luego otro. Me acostaba, después de haber sacado a un policía de la morgue por ejemplo, llevarlo a la funeraria, celebrar las exequias, y me llamaban a las dos de la mañana porque había otro policía herido. Muchas veces uno era la mamá y el papá para el Policía, porque venían de otras regiones, y eran policías solos, sin esposas, sin padres. Tocaba estar pendiente de ellos.
¿Cómo se hace para no llenarse odio?
Es la presencia de Dios, si no tuviera esa fe, me hubiera derrumbado hace mucho tiempo. Eso a cualquier persona lo enloquece porque un dolor tan prolongado enloquece. Que una familia por ejemplo tenga la esperanza de que le vayan a devolver al secuestrado y que se lo entreguen en un cajón, es muy duro. Le toca a uno estar muy fortalecido.
¿Qué hecho recuerda en particular?
Demasiados. Uno fue la muerte de mi general Édgar Duarte Valero, él estuvo secuestrado 12 años. Conocí y tuve muy buena relación con su hijita y su esposa. Y siempre era la esperanza de que fueran a liberarlo. Hicimos muchas peregrinaciones y lo entregaron muerto. La hija me dijo que quería conocer al papá, porque no tenían recuerdos de él, y tocó abrir el féretro con un cadáver en descomposición. Y, ese mismo día, con el hijo del sargento Libio Martínez, solos en la sala de velación, el muchacho abrió el féretro para ver el papá.
Todavía hay quienes entienden la justicia como venganza, ¿qué decirles?
Si nosotros no cortamos el espiral de violencia nos seguiremos matando. Una vida vale todo, salvar una vida vale todo porque es la dignidad del ser humano y es defender lo más valioso que tenemos que es la vida. Es necesario perdonar para que las heridas abiertas no hagan daño. Hay que sanar las heridas y en esa medida vivir en una actitud de reconciliación. Todos tenemos algo que aportar para que haya paz y reconciliación en el país.
